GIGANTE DE HIERRO
El libro
Una aventura en la frontera
Por Renato Jaguarão
(Traducción al Español: Corina Gutiérrez Wood
México, Diciembre 2011)
La Historia de mi vida
Lo que intenté plasmar en esta autobiografía, memoria, o sea cual sea el título que se dé a este libro, fue un relato honesto de una parte de mi vida, acompañada de muchas frustraciones, sueños, realizaciones pero principalmente de amor.
La mayor inspiración de ésta obra, son los amigos que he hecho a lo largo de mi vida y es por eso, que a ellos dedico éste libro.
Renato Jaguarão.’.
Prólogo
Surgió en mi interior la idea de escribir un libro para de esa manera inmortalizar mi vida. La oportunidad de escribir apareció por primera vez cuando yo todavía estaba trabajando en el Senado, cuando llegué a Brasilia, un período especial en mi vida y poco conocido para los amigos que quedaron en el lejano Río Grande del Sur, mi estado natal.
En enero de 2003, empecé a planear en mi cabeza, como sería el libro. Quedaría claro todo lo que he pasado en la vida? Trataría en su totalidad las diferencias sociales de mi juventud
Remolinos de pensamientos, preguntas que me torturaron durante días, en la oficina del amplio corredor Afonço Arinos del Senado, o en el Meliá Confort, donde viví durante mi llegada a la Capital Federal. Noches y días tratando de encontrar la línea correcta de los pensamientos y las declaraciones que pondría en mi primera obra.
Estaba convencido de que debería escribir mis historias personales y analizar las razones de ciertas emociones recurrentes. Pero lo más importante, sería el viaje intelectual dentro de mí, que describiría minuciosamente cada pasaje de mi vida y detallaría cada lugar en que estuve.
Cuando me senté por primera vez a escribir el libro, fue como encontrarme a mí mismo en la parte más profunda de mi interior. En el duodécimo piso del hotel frente a la ventana, mientras dividía mi mirada entre la Explanada del Ministerio y el protector de mi computadora, me acordé de las historias de mi padre él tenía la costumbre mientras me las contaba, de sujetar el dedo pequeño de mi mano y quedarse junto a mi hasta que
conciliara el sueño profundo. Recordé los ojos de cada amigo de mi infancia y del pequeño y humilde pueblo donde crecí.
Por un momento vi a mi abuela en el viñedo, recogiendo uvas para el postre, del almuerzo de los sábados, y mi hermana probando decenas de muestras de perfume que nuestra madre vendía para ayudar con el sustento de la casa.
Todo este río de recuerdos, todas mis teorías parecía inciertas y casi inmaduras, prematura. Sin embargo, me resistí durante mucho tiempo a la decisión de poner mi vida en un libro, pero finalmente iba a poner mi vida como naranjas en los mercados, un pasado que siempre fue cuestionado e incluso un poco vergonzoso en algunas situaciones.
No porque ese pasado fuese particularmente doloroso, a veces incluso cruel, sino porque habla de cosas personales, frente a una elección consciente que hice y que - para todos los efectos – se diferencian y se contradicen al mundo en que vivo ahora.
Todo el trabajo autobiográfico corre el riesgo de “adornar” eventos a favor del escritor, es algo normal porque siempre intentamos mostrar lo mejor que tenemos de nosotros mismos, tendemos a presentar nuestra mejor cara ante las personas, nuestras virtudes siempre vienen primero, los defectos normalmente dejamos que los descubran por ellas mismas.
Seguramente debo de haber adornado más de lo normal uno que otro capítulo, colocando un árbol más verde en donde existían apenas algunas hojas secas.
Algunos personajes que componen este libro son personas que me acompañaron en situaciones de mi vida, muchos todavía están presentes, otros permanecen en la memoria del pasado y por supuesto, algunos acontecimientos están fuera de la cronología correcta, a excepción de mi familia y de personalidades públicas y políticas.
En realidad lo que traté de escribir en esta autobiografía, o memorias, sea cual sea la etiqueta que se le dé a este libro, fue un relato honesto de mi vida, junto con muchas frustraciones, sueños, logros pero sobre todo amor.
Por último, los amigos que he acumulado durante toda mi vida, constituyen la principal fuente de inspiración de esta obra, por lo que es a ellos a quien dedico este libro.
INTRODUCCION
Han pasado casi cuatro décadas desde el inicio de la historia narrada en este libro. La vieja frontera donde una buena parte de esta historia sucedió, ha sufrido grandes transformaciones; ya no existe el comercio ilegal por parte de los compradores Uruguayos y de los contrabandistas Brasileños y en lugar de los antiguos edificios de las agencias de autobuses de la ciudad uruguaya de Río Blanco, se han edificado refinados free-shops, los cuales atraen a millares de brasileños, invirtiendo completamente lo que sucedía en el pasado.
La ciudad brasileña de Jaguarão entró en un proceso de empobrecimiento acelerado, pues centenas de tiendas cerraron sus puertas y las pocas que permanecen abiertas luchan diariamente para soportar, de manera heroica, la actual situación.
Muchas familias tradicionales de la ciudad se encontraron ante una situación inimaginable, ya que cuatro décadas atrás vivían colmadas de riquezas y abundancia, representadas por la ostentación de las lujosas camionetas conducidas por sus hijos menores de edad, en las anchas avenidas de la frontera.
La agricultura, sin subsidio por parte del Gobierno Federal castigó a los grandes plantadores de arroz y muchos perdieron sus plantaciones, acumulando deudas después de cada cosecha; algunos ya ni siquiera defienden su propiedad. La propia granja en la cual trabajé en la década de los ochenta fue confiscada por los bancos y el propietario, antes de fallecer, ya había perdido todo.
Alrededor de la ciudad surgieron decenas de casas en situación de miseria, las cuales no contaban ni con los servicios básicos ni con programas enfocados a la capacitación de los moradores. El desempleo castigó a la población de la ciudad y muchos terminaron yéndose a otros lugares como Caxias del Sur y Florianópolis-SC, en busca de nuevas oportunidades.
La desesperación de aquellos que vivieron la experiencia de una frontera llena de oportunidades y empleos, viven en la búsqueda incesante del rescate del pasado que hoy ya no existe más.
En esta mezcla de desilusión y esperanza surgen las promesas estrafalarias de reconstrucción política y social por parte de nuevos líderes, que aparecen ocupando espacios que antes les pertenecían a los ya tradicionales políticos que presenciaron con los brazos cruzados la caída de la Ciudad Heroica. En un nuevo régimen en donde el poder emana del pueblo, la teoría de la política del poder “a cabresto” fue perdiendo fuerza a lo largo del tiempo.
Está enraizada una obstinación por el sistema provinciano, las personas insisten en seguir buscando un pasado que nunca volverá, les es más sencillo, que vislumbrar nuevos horizontes y buscar el desarrollo del mundo actual.
Sufro al ver la situación en la que se encuentra hoy mi tierra, retrocedo treinta años y me cuesta creer que debido a la estupidez nos plantamos en contra del desarrollo y de los nuevos tiempos.
Pese a esto, también veo el lado benéfico que conlleva esa transformación, que de alguna manera ayudó a establecer, aun por caminos dolorosos, un proceso necesario en lo que se refiere a cuestiones de desigualdades sociales y culturales.
“El mañana dependerá sólo de las personas que aman su tierra, que Dios nos ilumine y nos dé la claridad del desarrollo”.
Capitulo Uno
Las Torres Pálidas
En los balcones de los suburbios, el color del vino tinto envejecido, el chasquido de las copas de cristal sobre las mesas de mármol. De lo amargo del infierno más real a la dulzura del cielo ilusorio. Así puedo describir los extremos de mi existencia; entonces vuelvo al pasado y recuerdo los caminos que recorrí: el día a día en la larga ruta; ese camino que nos conduce desde el primer llanto al nacer rodeado de risas hasta el descanso eterno de la muerte, rodeados de lágrimas, momento incomprendido por todos. Como todo ser terrenal pequé y amé; en mis pensamientos insanos maté; en los angelicales de plena agudeza crié; imploré a los cielos poder hablar con Dios en busca de respuestas cuando buscaba ser un enemigo del sistema. Enseguida, la vida me mostró que yo era parte de él y apenas estuve ausente hasta ver la realidad.
Mi infancia, riqueza mayor de la vida y responsable de los recuerdos más bellos de nuestra existencia, me fue interrumpida, me fue despojada de cualquier realidad temporal, me fue robada.
Tal vez yo haya contribuido a eso con una constante excitación, queriendo anticipar los hechos, burlando al destino siempre queriendo cambiarlo a cualquier precio, dejando de jugar en el momento en que debería haberlo hecho. Cuando me di cuenta era tarde: en un santiamén me encontré en los tiempos mágicos de la adolescencia.
Diez años. Mi edad era acorde a la comprensión que tenía que tener del mundo, pues estaba alejado de los valores de lo correcto o incorrecto, de la moral impuesta por los hombres. Mi visión, debido a la poca experiencia estaba a un palmo de mi cara, pero mi corazón traía la esperanza de que en el futuro, por mucho tiempo que me llevase, éste me podría reservar algo especial, fantástico…
Desde muy temprana edad hice del trabajo mi objetivo mayor. Tal vez por tener el ansia de la independencia, siempre creí que mis pensamientos, contrario de lo que percibía, estaban adelantados frente al mundo en el cual yo vivía, en la pequeña ciudad de la frontera. Sin embargo, sabía perfectamente que cualquier historia, por más sencilla que fuera, debería tener un comienzo.
El mundo estaba allí delante de mi esperándome con los brazos abiertos y así como quien da un primer paso para una gran caminata comencé mi trayectoria.
Mi espíritu era acompañado por algo muy fuete, la osadía, cualidad que me impulsó en la búsqueda de mis objetivos, permitiendo que mis sentimientos colaboraran para sacarme de la banalidad de la infancia.
Mi barrio era muy sencillo y la humildad estaba presente en todos los que allí vivían. Recuerdo siempre a mi padre cuando se preparaba los domingos para irse de pesca con los amigos haciendo de aquel momento uno de los acontecimientos más importantes de su vida.
“Hijo quédate con tu madre, pues un día cuando seas mayor, te podrás ir de pesca con tus amigos”.
Él repetía aquellas palabras como si aquello fuera la mayor conquista de mi vida y yo, en cierta forma, también lo veía como un gran acontecimiento; alentado por la fascinación que mi padre irradiaba me quedaba pensando en el futuro, a donde podría ir un día libremente para pescar con mis amigos.
Mi padre estaba motivado por un amor, amor por las personas; un día le dije:
“Papá, te doy dos monedas si me dices dónde está el amor”. Él respondió de inmediato, como era su costumbre:
“Papá te da cuatro si me dices en donde no está”.
Mi padre, dentro de su gran simplicidad tenía el don de guardar palabras mágicas para los momentos adecuados.
Como todo barrio, teníamos nuestro equipo de corazón y los domingos me permitían ir a la cancha que quedaba cerca de mi casa; vivíamos en una casa popular, hecha por la COHAB, una compañía que construía casas con recursos del gobierno militar.
El nombre de nuestro equipo no era gran cosa: Florestal. Nunca supe a ciencia cierta el porqué de dicho apelativo, pero teníamos innumerables seguidores además de una sede muy frecuentada. Las discusiones sobre fútbol se mezclaban con los tacazos de billar, que en esa época era el pasatiempo más importante, tan importante que rayaba en lo vicioso. A mis amigos y a mí la preocupación por realizar el sueño de un día disputar el Varzeano; como era conocido el campeonato de la ciudad, nos mantenía lejos del riesgo de caer en los juegos de azar; era una gloria sin igual jugar y defender los colores rojizos del Florestal. En nuestro barrio no todos estaban en el mismo equipo, pero todos nos conocíamos, ya que las casas estaban prácticamente pegadas unas a las otras y casi todos los de la cuadra estudiábamos en la misma escuela la que en aquel tiempo era de madera y se cantaba el Himno Nacional antes de entrar al salón de clase.
Cuando no estábamos estudiando, los juegos usualmente terminaban ya entrada la noche. El billar, las canicas y el carrito con ruedas eran la diversión que seguíamos religiosamente día a día, además de que nunca faltaban las escapadas hasta la zanja de Juan Díaz la cual estaba en las proximidades de la Villa Germano. Muchos decían que su naciente estaba al lado del Cementerio Municipal, el “de los pobres” como lo llamaban, ya que en la ciudad también existía un cementerio sólo para los ricos. Si el agua estaba contaminada por los difuntos o no, nunca lo quise saber, el bañarse y jugar era más importante. Pero lo difícil era secarse antes de llegar a casa, pues ni pensar en llegar mojado ya que mi padre siempre fue un hombre de mucha disciplina, toda precaución era poca pues a nadie le gusta que lo azoten y en ese tiempo era algo normal; como decían un correctivo nunca mató a nadie…
En verdad que nuestro barrio era el más lindo del mundo y no había ningún lugar que reuniese tantos placeres en un solo espacio: noviazgo, aventura y amistad. Recuerdo muy bien a mi primera novia; hay veces en las que sigo esforzando al pensamiento para
verla algunos segundos de la misma forma en que la veía en mi infancia: nada era más lindo; un beso era un placer imposible de medir dada la inmensa alegría que se sentía.
Mi hermana acostumbraba a ayudarme a escribir las cartas de amor para las muchachas del barrio; recuerdo que una vez una de las madres de esas muchacha fue a mi casa, furiosa, pidiéndole explicaciones a mi padre como si una inocente carta de amor platónico fuese un pecado capital.
-“Esto es una vergüenza. ¿Adónde vamos a parar…?” decía la mujer enfurecida.
- “¡Calma! Son niños, vamos a conversar con él más tarde, con seguridad eso no se repetirá, le doy mi palabra…” Las palabras de mi padre resonaban en el cuarto donde yo aguardaba el desenlace de la situación, escondido y avergonzado.
Así era nuestro barrio, nuestro mundo encantado, donde todo ocurría y las pequeñas cosas tenían una dimensión enorme, a lo mejor por la falta de algo que hacer. En esa época las personas de cuarenta años ya eran consideradas viejas y se les llamaba por señor y señora, eso cuando nos daban la palabra, pues de lo contrario estaba prohibido hablar con los más viejos, principalmente cuando estaban reunidos.
- “No te metas en la conversación de los mayores…”.
Cuantas veces escuché esa frase de la boca de mi madre cuando ella se sentaba con sus amigas a tomar mate dulce, a comer pororó enfrente de la TV de válvulas General Electric, a mirar los capítulos en blanco y negro de la novela Selva de Piedra.
En un determinado momento de mi vida, noté una maduración rápida en mi interior; quería a todos y a todo lo que vivía pero sin explicación, no me conformaba con lo que me rodeaba; quería más en todo momento. Siempre busqué algo mayor y a decir verdad, no sé porque tenía ese deseo. Durante algún tiempo creí que lo que yo tenía correspondía a mi edad y a mi comprensión de la vida, pero poco a poco algo me fue impulsando para vuelos más altos: el mundo se me fue revelando con más realidad que fantasía a medida que yo iba rompiendo la barrera entre mi barrio y la ciudad.
A la luz de mis amplios conocimientos, las diferencias sociales comenzaron a sentirse en mi día a día y las cosas que no eran importantes pasaban a hacerle falta a mi pequeño mundo. A mi padre, a pesar de que era un bravo luchador, la vida no le dio grandes oportunidades y él se tuvo que conformar con lo poco que le fue permitido conquistar; lo que lo obligó a comprometerse y a conducir a nuestra familia como podía y sin grandes expectativas de cambios.
Mi padre acostumbraba a sentarse bajo una parra y contar su largo camino hasta llegar, todavía joven, a la ciudad. Fue criado en el campo y era el mayor de ocho hermanos criados prácticamente sólo por la madre, pues su padre los dejó prácticamente huyendo a Uruguay después de haber perdido las tierras que tenía en una mesa de juego. Papá nos contaba sobre la vida difícil que tuvo en la infancia; aun niño viajaba más de 50 km en un carro para vender carbón vegetal en Jaguarão. En ese tiempo eran pocas las casas que tenían energía eléctrica y el carbón era el combustible para todo; él también nos contaba cosas increíbles como lo de la antigua fábrica de tabaco y de los antiguos barcos a vapor que hacían el trayecto fluvial de Jaguarão hacia otras ciudades.
Después de la fuga de mi abuelo a Uruguay, donde más tarde fue comisario de la policía en San José, mi abuela América, mis tíos y mi padre tuvieron que venir a la ciudad y trabajaron en las casa de las familias acomodadas, prácticamente por la comida y el techo. Mi abuela nunca más se casó: en aquel tiempo una mujer se casaba una sola vez. Mi padre junto a dos de sus hermanos terminó viviendo con la familia del Dr. Enrique Kenorr, empresario y político tradicional de la ciudad; con ellos permaneció hasta su ingreso al cuartel.
Estando de servicio en el Ejercito conoció a mi madre, una linda joven hija de un comerciante y comenzaron su vida juntos con la humildad peculiar de todos aquellos que provienen de las familias pobres.
En nuestra casa siempre hubo lo necesario y las condiciones de vida eran dignas. Aun teniendo que dividirse en dos empleos mi padre hizo de todo para criarnos a mi hermana, a mí y a la compañera de todas sus horas, nuestra madre; ésta tenía el título de ama de casa, no sé si por opción o porque nunca se había capacitado, sin embargo, siempre ayudaba a mi padre con la venta de perfumes y bisutería, tradición heredada de mi abuelo comerciante.
Aun con tanto esfuerzo la económica era escasa; teníamos un par de zapatos por año y la ropa de fiesta, a veces, cumplía su papel durante años. Mi madre deshacía el dobladillo a medida que yo crecía y la ropa continuaba siendo la ropa dominical. Mi hermana, doce años mayor ya trabajaba; sus necesidades también habían aumentado y el estudio, como de costumbre, había pasado a un segundo plano.
Yo estaba creciendo y seguro de que deseaba un cambio en mi vida quería ropas nuevas y también amenizar el sufrimiento de mi padre, quien cada mes usaba lo poco que recibía para saldar las deudas que contraía, en virtud del sustento de nuestro hogar.
Recuerdo bien a mi padre sentado a la mesa a fin de mes con la lapicera y una libreta, sumando los gastos y fijándose en que deuda por deuda fuera pagada. Nosotros, al igual que muchas familias comprábamos con lista en los almacene del barrio; durante mucho tiempo desempeñe la función de ir al almacén a hacerle las compras a mi madre, cosa que siempre me rindió unos caramelos en forma de pago.
-“Paulito, anda a lo de Don Juan y tráeme las compras…”.
Ésta era la señal que me avisaba que era el momento de mi contribución familiar; yo me iba al almacén mientras ella se quedaba barriendo el pequeño patio cubierto totalmente por una parra.
Nunca se fueron de mi memoria los almuerzos de los sábados en la temporada de la vendimia; mi padre y mi abuela, ambos con grandes palanganas recogían decenas de racimos de uvas para nuestro deleite después del almuerzo y en la sobremesa quedábamos horas comiéndolas y escuchando las historias de pesca y del colegio Alberto Ribas, la escuela en donde mi padre trabajaba.
Aunque teníamos algunas dificultades en nuestra casa, las cosas parecían más fáciles en ese tiempo; la pequeña ciudad de la frontera de Río Grande del Sur derrochaba facilidades para el crecimiento, pues había empleo para todos; recuerdo que me quedaba durante horas en el portón al frente de mi casa viendo centenas de personas que se marchaban en las primeras horas de la tarde para ir a trabajar. Algunos iban en bicicleta y otros a pie, ya que en ese entonces casi nadie tenía coche; caminando se llegaba al centro de la ciudad en unos treinta minutos. El transporte más usado era la buena y vieja bicicleta Monareta, como algunos la llamaban.
Y fue en aquel portón de madera que comencé, pensativo, a sentir que mi forma de vida estaba cambiando; a medida que iba creciendo quería aventurarme a pasos agigantados rompiendo las fronteras de mi barrio como lo hacían las personas de las bicicletas partiendo todos los días y siempre a la misma hora.
Observaba el mundo a mi manera y como mejor me convenía. Los rumores surgían de todas partes: mis amigos mayores, los de mi cuadra, comentaban que para el que quisiera dinero, bastaba con entender el nuevo mercado de ventas de productos que abastecían al país vecino. La oportunidad estaba allí, a disposición de todos, creciendo cada día, informal o no, pues cualquier tipo de comercio entre los dos países era considerado contrabando. Todo esto avivaba mi curiosidad porque yo nunca había salido de mi barrio ni conocía al tal país vecino del que tanto se hablaba.
En medio de todo lo que yo escuchaba sólo me acordaba de lo que mi padre siempre decía: que el contrabando era deshonesto, pero nunca se me dio por preguntarle el porqué de tal afirmación.
Después de escuchar atentamente las explicaciones de mis amigos de cómo era el trabajo en el puente, diferí con el pensamiento de mi padre. Jamás se lo dije. Yo creía que todo trabajo era digno, incluso aquel al cual llamaban contrabando; la pregunta que quedaba en mi cabeza era una sola: ¿Cómo podría ser deshonesto si las personas estaban trabajando, vendiendo cosas? Si vendían era porque alguien quería comprar, entonces: ¿Quién era deshonesto? ¿El que vendía o el que compraba?
Y así, con la mirada en el mañana; comencé sin que mi familia supiera, a despertarme temprano todos los días para irme a la escuela; o mejor, al encuentro de mis amigos que ya estaban trabajando hacía tiempo como cargadores en las proximidades de las impotentes torres pálidas, donde funcionaban las aduanas que separaban las dos patrias. La querencia de los maragatos y los chimangos y la Banda Oriental de los blancos y colorados. La Frontera es una línea hipotética resultante del acuerdo de las naciones sobre sus límites, la que determina de qué lado queda cada quien. “Sin embargo, cada frontera tiene sus peculiaridades y cada hombre de frontera es diferente a otro”, decía mi padre, de costumbres rioplatenses y oriundo de una las naciones colindantes.
Después percibí que no eran solo dos pueblos con vidas y costumbres similares y diferentes en otras, sino que era un mundo distinto de aquel que mi padre me contaba.
Muchos niños de los suburbios donde yo vivía ya estaban a las vueltas con los pesos uruguayos desde hacía ya bastante tiempo y yo era uno más que estaba entrando en la disputa por las valiosas monedas. Tras algunas semanas mis estudios pasaron a un segundo plano. El cambio de las clases por el nuevo trabajo fue inevitable y por esa razón las mentiras en mi casa se volvieron rutinarias.
Dotado de la confianza que tenía de mis padres pude sostener las mentiras por bastante tiempo y algunas veces iba a la escuela en donde también mentía matando parientes y enfermando por turnos a toda la familia
Pero mis caminatas, diferentes de aquellas de las personas a las cuales yo veía desde la puerta de mi casa eran mucho más que un simple acceso hasta el centro de la ciudad. Buscaba mirar con otros ojos a aquel pasaje que me llevaba por la avenida de gravilla como se la conocía a la antigua carretera que ligaba el lugar donde yo vivía- refugio de las familias más humildes- al centro histórico y rico de la ciudad.
Al instante noté que la discrepancia era total; la desigualdad social rayaba en la exageración: unos con tanto y otros con tan poco coexistiendo todos estos factores en un lugar bautizado como la Ciudad Heroica, título debido a las innumerables batallas libradas en su territorio. Y pensar que en aquella ciudad la lucha por la misma causa los había igualado... Y mi familia… ¿No había luchado también? ¿Qué fue lo que hizo que se quedara en la parte pobre? Eso jamás lo sabría, pues la vida está hecha de ocasiones, oportunidades y tal vez mi familia no las tuvo, o al igual que mi abuelo, las habría perdido en una mesa de paño verde.
Era posible después de tanto tiempo ver los lugares que fueron el escenario de las luchas por los límites. Muchas veces pisé el mismo suelo donde bravos guerreros defendieron nuestra patria. Hombres conocidos como Manuel Marques de Souza y tantos otros luchadores desconocidos que tomaron, a costa de muchas luchas, el campamento militar fundado por los españoles en 1801 y que estaba situado en los márgenes del mágico Río Jaguarão.
En los tiempos bárbaros de la lanza y la espada todo era extremadamente difícil. Las mujeres luchaban protegiendo sus propiedades mientras sus maridos combatían en la costa del río que demarcaba la frontera. Antes de esos héroes y heroínas todo le pertenecía a los castellanos- los mismos que seguían invadiendo nuestra ciudad-ahora con el objetivo de comprar todo lo que pudieran.
Gracias a los valientes guerreros y a la distribución de tierras hecha por la corona portuguesa- factor que contribuyó a incrementar la población de la frontera- los enemigos de esa época fueron derrotados y así, esto originó la parroquia del “Divino Espirito Santo de Jaguarão” en 1812. Veinte años después, el 6 de Julio de 1832, dicha parroquia adquiría el estatus- con la nueva nominación- de “Vila do Espirito Santo” en el Cerrito de Jaguarão.
Por fin, merecidamente, el pueblo que ya estaba bastante poblado fue elevado el 23 de Noviembre de 1855 a la condición de ciudad: nacía Jaguarão.
Junto a mis pasos en aquel camino que seguían en dirección al centro de la ciudad, yo me imaginaba las muchas vidas que habían pasado y ahora el que estaba dejando huellas en la tierra era yo.
Las anécdotas se juntaban en mis pensamientos y por momentos me preguntaba si toda la situación de desigualdad en que yo vivía se había generado en las antiguas distribuciones de tierra, allá por los inicios de la historia, pues los afortunados de la ciudad eran en su gran mayoría, descendientes de los héroes de la Guardia de la Laguna y del Cerrito. Pero prefería creer, como siempre lo hacía, que la suerte no era para todos.
Yo seguía mi camino acompañado por el polvo levantado por el “minuano” viento frío y seco de invierno y de mis pisadas ágiles en las veredas centenarias que rodeaban los edificios con sus sublimes fachadas heredadas de la monarquía. Siempre me maravillé con las bellas mansiones construidas en el periodo imperial. En los tiempos áureos muchos hidalgos de la familia real frecuentaron esas casas de majestuosas puertas, a través de las cuales los hacendados medían sus poderes exhibiéndolas bellas y gigantescas. Muchas traídas de Europa y otras talladas por las manos negras de los esclavos.
En nuestra región debido a la colonización azoriana (de la isla de Azores) la esclavitud fue una práctica muy extendida, al punto que los afros descendientes eran mayoría entre los habitantes. A pesar de que los negros contribuyeron enormemente para el desarrollo la discriminación era común; recuerdo que en las fiestas gauchas existían los bailes de los negros, normalmente los días viernes. Tiempo después fue creado el Club Veinticuatro de Agosto para la sociedad negra, ya que ésta estaba vetada debido a la cultura racista de la ciudad, la entrada a los clubs tradicionales Harmonía y Jaguarense.
En los barrios el racismo prácticamente no existía, pues la pobreza no permitía tal diferencia ya que primaba la lucha diaria por la sobrevivencia. Y para que reinara la armonía entre todos, las cuestiones raciales eran dejadas al margen.
En las escuelas municipales no se enfocaba el tema racial, pero los libros más progresistas relataban que los negros habían llegado a Jaguarão como esclavos, a partir de de la primera mitad del siglo XVIII. Fueron traídos para trabajar en la agricultura, en las haciendas, en las luchas pecuarias y sobre todo desde 1780, en la producción del charque. En ese año los negros componían cerca del 30% de la población de la provincia y 40% del total en 1814. Actualmente, para tener idea, en la ciudad de Pelotas los negros representan el 60% de la población. La producción de las charqueadas se obtenía gracias al trabajo físico de los del esclavos, el cual se realizaba en condiciones bastantes desfavorables en virtud del penoso clima, lo precario de la infraestructura y por las severas exigencias dictadas por el propio régimen de esclavitud.
A costa de semejante brutalidad, en 1861 el charque representaba el 37,7% y la piel el 37,2% del total que Río Grande del Sur exportaba, respectivamente; ambos sumaban el 74,9% de la producción “gaucha” destinada a la provincia. La relación entre el trabajo forzado de los negros y el desarrollo de las charqueadas era tal que, a medida que se aproximaba la abolición, también disminuía el número de charqueadas. El proceso de abolición, a pesar de sus méritos fue mucho más político que social, porque en realidad los negros debido a la falta de oportunidades, cualidades y lugares, terminaron quedándose en las haciendas sirviendo a los patrones y enriqueciéndolos en un régimen esclavista disfrazado; se fueron los chicotazos, pero la humillación perduro por muchos años.
Algunas veces en mis idas al puente, me sentaba para un rápido descanso junto a mis amigos del barrio al frente de los faraónicos portales de las casas antiguas, en donde resaltaban el piso de las amplias salas, de los zaguanes revestidos de mármol con molduras de bronce. Muchas tenían un área de espera -algunas más grandes que toda mi casa en los suburbios – estás servían para que los señores de la tierra recibieran a sus empleados y a los invitados menos afortunados, sin que fuera necesario entrar a la residencia.
Cada vez que colocaba los pies sobre el portal de mármol que blanqueaba el cobertizo, me sentía disminuido ante tremenda opulencia. Podía, por escasos instantes encarnar la modestia de los peones -negros en su mayoría- los cuales muchas de las veces vi en la larga espera confortando su sombrero de fieltro en el pecho expresando así una condición de obediencia. Pero en algunos días calientes, por pura curiosidad de niño, me aventuraba a entrar en los grandes zaguanes y escapar del sol cálido, que como por un milagro, perdía el esplendor rindiéndose a los robustos techos construidos con tejas francesas.
Permanecía allí por algunos instantes, en el silencio mórbido de las siestas de los coroneles, aterrado con la magnífica belleza que me envolvía. Me sentía en una fortaleza, aun fragilizado por mis reales condiciones acordándome de cuando mi padre me llevaba con él a algunas de esas casas, no como invitado, pero sí para hacer algún trabajo a sus propietarios.
Aquel ambiente de grandeza despertaba, de manera cruel en mi inconsciente, una arrogancia contenida.
No sé si de repulsa o de envidia, pero lo que en verdad sentía era el deseo de poseer todo aquello. Aquellos sentimientos colaboraban mucho con mi voluntad de comenzar a trabajar desde muy temprana edad, aun sin tener la capacidad de comprender los problemas que tendría que enfrentar como consecuencia de la independencia que, tarde o temprano vendría. Todo aquel poder me rodeaba, me confundía, me daba cada vez más fuerzas para buscar un camino que me diese una dirección distinta a aquella que mi padre tenía y con la que se conformaba.
La duda me asaltaba a cada momento: ¿Estaría yo equivocado en mi posición de repudio a la división desleal dada mi forma de vida, o tal vez lo correcto fuese ponerme del lado de los afortunados, los snobs, los ni pobres ni ricos? ¿Quién sabe podría- como algunas personas que conocía- convivir con las sobras, entre migajas fingiendo ser parte de una corte, en algunos casos, en fallida y pomposa?
Intenté muchas veces mentirme a mí mismo cuando hice visitas hipócritas a los hijos de los coroneles sin uniforme. Muchachos que por razones desconocidas terminaban yendo a los suburbios en busca tal vez de amistades, cariño o placer. Sin embargo, la verdad era amarga: no me sentía digno siquiera de tocar los azulejos portugueses que recubrían las paredes de los solares. Cuando entraba a esas casas, un miedo anormal me tomaba. Temía venerar la desigualdad y no creer en Dios ni en el milagro de los valores enseñados por las instituciones religiosas que dictan la moral de la vida guiándola hacia un único centro: el de la creencia, la fe. La comprensión del karma de cada individuo era lo que explicaba con mayor claridad lo que me acosaba, pero eso no estaba escrito en el libro católico que mi madre seguía.
De todos modos, mi vida tenía que continuar y así, de pronto, volvía a la realidad y dejaba las construcciones soberbias que ostentaban el poder en las piedras y ladrillos sobados y quemados en las alfarerías, bajo chicotazos y actos cobardes contra los negros en los tiempos de barbarie. La belleza convivía al lado de la crueldad: lamentablemente durante siglos muchos fueron explotados para la satisfacción y el bienestar de una minoría.
Con el paso del tiempo supe que mi esencia estaba enraizada en las mayorías al lado de los ultrajados, ya que vivía al lado de ellos, no siendo más ya una cuestión de piel y sí social. Esa situación de desigualdad fue fundamental para sostener la sed de lucha de tantas personas por un mundo justo: esta también sería mi lucha. Pero no se decidiría en apenas en una tarde, sino a lo largo de mi vida.
En aquel día en que el destino me reservó una punta en la historia, inicié mi caminata junto a los otros chicos que me acompañaban, una de las muchas jornadas que haría en mi vida.
Capitulo Dos
El verdugo
Después de muchos meses trabajando, de ir y venir durante tanto tiempo de los suburbios al centro, ya tenía una gran cantidad de amigos, que así como yo también trabajaban en el puente, aquella tarde antes de irnos a nuestro trabajo, decidimos dar una vuelta y ver el movimiento que había en la avenida principal de la ciudad y pude sentir que aquel día sería diferente a los otros y que ese escenario quedaría marcado por siempre en mi vida.
Una ciudad, que la mayoría del tiempo era tranquila el centro estaba irreconocible, las personas peleaban por un espacio en las aceras de las avenidas.
Vean por los niños… Decía una señora bien vestida con un sombrero decorado con flores, que sobresalía de entre los miles de personas que se aglomeraban en la Avenida Veintisiete de Enero del centro de la ciudad, en la que estábamos mis amigos y yo perdiendo un poco el tiempo antes de irnos a trabajar. Demos una última mirada ya que tenemos que irnos, el puente está lleno de Castellanos haciendo compras Gritaba Odilón a todo pulmón, que estaba loco por ganar dinero, él siempre era el primero en llegar y el último en salir del trabajo.
Quedémonos un poco más, esto esta poniéndose bueno, por lo menos hasta la hora de la comida, comida que no teníamos pero Adaozinho tenía razón aquella era una tarde especial y todos queríamos ser testigos de los acontecimientos sin perder ningún detalle. Las tropas militares estaban en las calles, haciendo homenajes nunca antes vistos.
En medio de la multitud, los militares del Batallón 33° de Infantería, con sus casacas impecables, mostraban toda su fuerza desfilando con elegancia y pasos sincronizados. Marchaban saludando a alguien poderoso y arrogante un verdugo para algunos, para otros no tanto… Joao Baptista, un Presidente, montando en su reciente regalo “Coqueto de Santa Edwiges”, un caballo orgulloso, un hermoso criollo, del criador Daniel Anzanello que estaba bajo el cuidado del Coronel Bayard Bretanha mientras permaneciera en la frontera.
Todavía puedo recordar cada detalle de aquel Abril de 1980, jamás lo olvidaré ni podría hacerlo. De alguna manera sabía que allí, en aquel momento estaba siendo testigo de algo que difícilmente se repetiría: la expresión en la cara de aquellas personas por el hecho de que aquel ilustre dictador se hacía presente.
Aún desconociendo el origen de aquel visitante, su trayectoria, sus ideas, no tuve ningún problema en saber de quién se trataba. Su nombre era pronunciado por los soldados y por los millares de personas que lo aclamaban, agitando sus banderas verdes-amarillas, gritando: “Figueiredo, Figueiredo!“. Sería algún Dios? Por supuesto no era el Dios que mi madre mencionaba en voz baja en su cama antes de dormir. Ni el dios que el destino había colocado en el camino de Adaozinho, de Odilón o el mío.
Era cierto que aquel gobernante no tenía importancia alguna para nosotros, no recuerdo haber visto antes tantos homenajes, fuegos, reverencias en una sola tarde, en aquella pequeña ciudad del interior. Ese hombre, con una banda en diagonal en el pecho y a caballo, había logrado tal hazaña.
A pesar de tanto seguridad por todas partes algunos se manifestaban valientemente a gritos contra el General Joao Baptista Figueiredo, que había asumido el poder a la Presidencia el 15 de Marzo de 1979, enfrentando al inicio de su gobierno el fin del “milagro económico”. Con una tasa de crecimiento de PIB que cayó rápidamente. Una crisis económica que también significaba desempleo y la caída del poder adquisitivo de los salarios debilitados por la inflación que ya a principios de los años 80 llegó a la tasa del 77,2%.
En aquella época ocurrirían huelgas en todo el país, envolviendo a millares de trabajadores de varias categorías, que pedían mejores salarios. El gobierno federal reprimió esos movimientos, interviniendo a los sindicatos, eliminando sus consejos y arrestando a sus integrantes.
Nuestra pequeña ciudad era dirigida por poderes militares. Los alcaldes eran designados por el Presidente de la República, los merecedores de tal título en su mayoría eran aquellos de las casas finas y de familias tradicionalistas, seguramente mi padre nunca sería nombrado para ser alcalde, tal vez ahí estaba un poco de la explicación que buscaba.
Pero la población de la frontera en su mayoría estaba disfrutando con la famosa crisis nacional, ya que el comercio fronterizo vivía en contra de la economía nacional, si nuestra moneda estaba devaluada, la moneda de los castellanos estaba sobrevaluada y eso contribuía a que vinieran a nuestra ciudad, siendo así un buen negocio para nuestros mercados y por lo tanto para la generación de empleo.
Sin embargo había quienes estaban en contra del régimen impuesto por los militares, los manifestantes enajenados como eran conocidos en la ciudad, exigían miles de cosas, entre ellas, la liberación de algunas personas: José Sales de Oliveira, era uno de ellos, estaba encarcelado en Fortaleza y muchos decían que era el último preso político que permanecía recluido después del decreto de amnistía del país.
Hoy puedo entender la grandeza de aquellos diminutos grupos, con folletos y carteles en las manos, se manifestaban y retrocedían ante las ofensivas de los infantes, que poco los intimidaban: la causa era mayor; La dictadura no era tan poderosa, la retirada era imposible.
Había cientos de papeles tirados en el suelo, los mismos que aparecían en las aulas de los profesores más valientes, los cuales mostraban que después de varias protestas, le fue concedida la libertad condicional a Rholine Sonde Cavalcanti y Luciano de Aleida, en febrero. También recordaban el sufrimiento de Flávia Schillin, que durante siete años cumplió pena en una cárcel de Uruguay. En aquellos días existía una fuerte presión en el país debido a la complacencia del gobierno en liberar a los presos políticos.
La dictadura estaba debilitada, por eso había episodios de autoritarismo estaba presente a toda hora en el país, como era el caso del Padre italiano Vito Miracapillo, que había sido expulsado del territorio nacional después de oficiar una misa de aniversario de la independencia de Brasil.
Lo dejé atrás y seguí mi caminata, acompañado por mis amigos… Guarde en mi memoria cada momento de aquella tarde, como si supiese que allí estaba presenciando un momento que quedaría marcado en la historia. Recuerdo que tenía mucho que ver con la mayoría de aquellas personas – “patriotas” –, intentaba entender cuál era el motivo por el cual tenían aquellas miradas melancólicas. Parecía que no tenían voluntad propia, coincidían con todo, como en una bella escena teatral.
Yo buscaba exactamente lo contrario: hacer lo que yo quería, era mi mejor y mayor pecado y creía estar siguiendo el camino correcto. Así tuviera que luchar contra la mayoría “La sociedad conforme” dignos de lástima, creo que simpatizaba más con las expresiones naturales de los opuestos, los enloquecidos como decía Odilón.
Poco a poco me fui alejando de las largas avenidas del centro de la cuidad, estaba frente a un movimiento que se repetía día tras día. Septiembre es un mes como cualquier otro, lo que importaba era el movimiento, no los acontecimientos y puedo decir que eso era más comprensible a mi modo de ver
Eran muchas personas que pasaban trayendo bolsas de diferentes tamaños y colores. Por ser tantas, seguían en orden y en constante movimiento, incluso si no había uniformados o gritos de guerra, había rentes militares, ah que época, impresionante para mí.
Después de pasar por todo eso, llegaba al antiguo mercado, construido en 1864, que quedaba cerca del rio. Como de costumbre, todas las tardes me unía a otros chicos de mi edad que así como yo estaban llenos de fantasías y esperanzas.
Había pasado casi un año, parecía que había sido ayer que había entrado en el aquel mundo, mintiendo a mis padres, dejando los estudios en segundo plano y durante todo ese tiempo difícilmente un día era igual al otro, eso me satisfacía y me llevaba cada vez más a la búsqueda de nuevos desafíos.
Nuestras pasadas diarias por el mercado tenían una razón especial, los helados hechos por el tío del helado como cariñosamente llamábamos al dueño de la nevería.
-Vamos chicos… Decía Danubio con voz de líder, él era el mayor del grupo.
Para entonces éramos más de diez mochileros embarrados de helado. Todavía guardo la imagen de cada uno de ellos, Adaozinho, Toco, Zé, Danúbio, Pasteleiro, Marreco, Guinho, Nei, Galinha, Toranca, Odilón y yo, con casi un año en aquella vida, todavía estaba descubriendo aquel mundo que cambiaba día a día y no siempre pensábamos de la misma forma, teníamos diferencias, más siempre apoyé a aquellos que no estaban de acuerdo y argumentaban su postura, nunca me gustaron las persona que se quedaban en la cima de un muro, aceptándolo todo, “Cuando dos personas en un grupo piensan lo mismo, uno de ellos es indispensable … ”
Todos los días repetíamos la rutina: Ya acercándonos al puente nos quedábamos bajo las sombras de los platanares, esperando los artículos entre los comerciantes y los compradores. Permanecíamos atentos a todos los movimientos y aprovechábamos para poner los asuntos al día y pactar como haríamos para cruzar las mercancías al final de la tarde cuando los compradores empezaran a regresar. Muchos llegaban temprano y terminaban sus compras, otros acababan de llegar, traídos por el tren, que solía llegar antes de las ensordecedoras campanadas de la iglesia, siempre a las doce en punto.
Rápidamente la plaza estaba repleta, los autobuses de turismo llegaban un poco antes que el tren, eran centenas, millares de viajeros, con su idioma intenso y fuerte con un peculiar acento áspero. Llegaban del país vecino, con su moneda en peso de oro ante la nuestra disminuida.
En ese año, para el delirio de la frontera el gobierno anunciaba medidas económicas tomadas por el Consejo Monetario Nacional, arrasando el cruceiro, que ya sufría su tercera devaluación en apenas un mes. Tener una moneda sólida significaba poder y un trato especial,
Los castellanos tenían en abundancia esas ventajas. “el peso” era la moneda más importante en aquel tiempo de comercio incesante que sostenía toda la región. Todos vivían en torno a ella. Había centenas de ofertas de empleos, era un milagro del comercio informal.
La ciudad necesitaba de los compradores, eran los responsables de los tiempos de abundancia. Se caracterizaban por las decenas de bolsas que traían en constante invasión a los mercados.
Bastaba con que el día brillara y pronto personas de todas razas, colores, credos, compartían el mismo ímpetu: Comprar todo cuanto cupiese en los asientos “La ley de la madera” los vagones tirados por la antigua locomotora que recorría diariamente la vía férrea del centro de su República Oriental al límite de la ciudad de la ganga, como era conocido el pequeño Jaguarão.
Era un viaje de verdad cansado, pasaba por varias localidades, hasta llegar a la estación. Ahí se quedaban aquellos que no venían de compras, los demás seguían hasta la última parada, al pie de las torres, donde eran recibidos por innumerables personas que ofrecían el cambio justo de la moneda.
Capitulo Tres
La Guardia
Los cambios de las monedas estaban hechos. Después de los autobuses, El Gigante de Hierro, como era conocido el tren, llegaba con sus pasajeros enloquecidos para comenzar las compras. Después de negociar con los cambistas y tener el cruceiro en las manos, todos desembarcaban dejando atrás la lujosa locomotora. Que permanecía parada, imponente, solo con el conductor, fiel compañero de la enorme máquina que esperaba sobre los durmientes afianzados a los resistentes caminos empedrados de una construcción centenaria. Digno de la magnitud de su dueño, – Barón de Mauá- Capaz de deleitar a todos los que necesitaban pasar por ahí para llegar a la escalera que los llevaría a la plazuela donde existían toda clase de comercio.
Los compradores encontraban con facilidad y abundancia ropas, ferretería, utensilios y baratijas, un verdadero mercado persa. También ahí se encontraban instalados los mayoristas más fuertes, que surgían como moscas. Nuevos y gigantescos abrían sus puertas siempre trayendo novedades, dedicándose exclusivamente a comercializar alimentos como frijoles, harina, azúcar, fideos, dulces, chocolates…
Las tiendas bajo el control de los palestinos y libaneses “turcos”, como eran llamados, cultura incomparable en el arte de negociar – hervía de gente, un movimiento perturbador de personas que tenían prisa por llenar sus bolsos pero siempre regateando. Hablando sin cesar, un alboroto muy peculiar por la mezcla de idiomas y dialectos.
De donde estábamos, podíamos observar el movimiento continuo y aquello nos divertía mucho. Nos quedábamos en la calzada debajo del puente, entre los árboles y las centenarias y gigantescas columnas. Permanecíamos ahí por horas, en la espera del final de las compras.
Los mercados básicamente se situaban en la plaza, que era extremadamente fastuosa, no por el comercio, sino por todo el contexto que la envolvía. Era común que pasaran personas extrañas, que venían de muchos lugares; como un hombre, cuyas ropas aludían a las vestimentas militares, un tanto raídas ostentando arrogancia.
Acostumbraba caminar de un lado a otro de la plaza, interactuando con los taxistas. Soplaba un silbato exponiendo maniobras militares cual si fuera una obra de teatro, con ademanes de trastornado, de una figura extraña, con rasgos fuertes, de aproximadamente un metro y sesenta, tez morena, astuto, inocente. Siempre que alguien inconsciente le llamaba negro, de inmediato replicaba es “andino”, de los andes, decía un pobre mendigo.
Usaba una boina negra con la figura de un hombre impresa a un lado, un rostro familiar, con barba cerrada, el cabello revuelto sobre la cara – “Guevara”, decían, nombre que para nuestra época, poco importaba, pero hacía que los militares no se retiraran en paz. Cuando era abordado huía, arrojando rápidamente la boina de la cabeza y se escondía entre los arbustos de la plaza. Después se dispersaba entre la multitud, como si hubiese hecho una salida estratégica y regresara victorioso. Una guerra de un solo hombre. Loco? Para nosotros era solo el custodio de la plaza.
La cordura de muchos era cuestionable, pero todos daban su cuota de contribución. En los confusos días en la orilla del muelle, la abundancia de trabajos ocasionales atraía a personas de muchos lugares. Tenían las sobras de los alimentos de los exagerados refrigerios de los Castellanos, una amplia oferta de trabajo, los arcos del puente para cobijarse y las aguas del rio para el deleite en los días soleados.
Nuestra atención estaba en los compradores compulsivos, pues el final de las compras ya estaba próximo y todos estaban con las bolsas repletas de mercancía y presentaban signos de satisfacción. Todo eso observábamos mientras nos dedicábamos a cuidar los carros de los Castellanos que venían de compras a nuestros supermercados en Brasil, eso nos daba unas cuantas monedas extras que se sumaban a las propinas de los cruces de las mercancías.
Sabíamos que una jornada más de travesías estaba por llegar y todos se esmeraban en conseguir el mayor número posible de Castellanos que nos dejasen llevar sus “equipajes” al otro lado de la línea donde esperaban la partida del tren. La espera era larga la máquina solía partir a media noche, por esa razón todos tenían tiempo de sobra para trabajar e ir y venir por el puente en repetidas ocasiones y la cantidad de cruces significaban muchas propinas.
Al iniciar las travesías, algunos llevaban dos y a veces tres bolsas; otros seguían en pareja, cada uno tomaba una de las asas y así compartían varios viajes a lo largo de la tarde.
En realidad, la labor entre dos era menos complicada, sin embargo representaba mayor peligro. De esa manera, éramos más visualizados por los guardias del país vecino, que nos vigilaban, ininterrumpidamente. Siempre listos para confiscar las mercancías, que ya eran ilícitas por el volumen, siempre por encima de lo permitido, otras con productos totalmente prohibidos, como bebidas y tabaco.
Solamente teníamos la oportunidad de pasar casi desapercibidos entre los millares de compradores que regresaban a la estación para esperar la hora de la partida. Pare ellos había un trato diferente por parte de los guardias, la propina de los compradores uruguayos sobornaban generosamente a los hombres de “ley”, que vestían elegantes trajes azules, con medallas colgadas en el pecho, y que los llenaba de soberbia. En sus ojos relucía honestidad, casi incorruptible, casi. Ahí fue donde aprendimos que la honestidad tenía un precio. Para ser más claro, la de ellos costaba diez monedas de peso… Lo suficiente para que la vergüenza quedara intacta. Dando lugar a una postura ética momentáneamente inquebrantable.
Pasaban por alto los sobornos de miles de personas que pasaban como hormigas en el arduo trabajo de verano. Se quedarán en mi memoria los rostros con miradas ásperas, pero al mismo tiempo expresaban fugaces destellos de satisfacción; por haber conseguido pasar sin mayor problema el despilfarro de sus compras. Seguíamos juntos como si fuésemos parte de un acuerdo cordial y de complicidad entre los civiles y los militares.
Por fin, después de tantas idas y venidas entre las torres pálidas, nos quedaba una última travesía de la tarde. En esa, traíamos las bolsas lo más llenas posible, una vez que los guardias ya no mostraban tanta voluntad en ejercer el control. Parecían satisfechos, con sus bolsos llenos, a punto de que ya no notaran nuestra presencia.
Ahora necesitábamos juntar las últimas bolsas que habíamos dejado al otro lado, de donde en seguida serían llevadas hasta la estación en “volantas”, como eran llamadas las carrozas uruguayas jaladas por caballos. Así que una vez que juntábamos todas las bolsas, estábamos listos para el momento mágico, el sol estaba a punto de besar la barranca que dividía las dos patrias.
El rio, como de costumbre, se veía bello en ese horario, se ajustaba perfectamente al puente que sostenía las magníficas torres. Estas a su vez reflejaban el brillo de la piedra gris, sobre las aguas tranquilas de las tardes de abril. Buscábamos las sombras y otras veces nos sentábamos en medio de los últimos rayos del sol, con una bergamota en la mano y listos, “lagarteando”, esperando a las personas para tomar sus mercancías y finalmente recibir nuestra propina. La cantidad era definida por cada bolsa. Generalmente ganamos diez pesos en cada una de ellas; recibíamos un buen dinero, dada nuestra edad. Algunos de nosotros a veces ganábamos más que en nuestro país, muchos sostenían a sus familias y pasaban a ser cabezas de estas prematuramente.
Cuando los compradores llegaban, recibíamos nuestro pago y nos regresábamos a comprar a la plaza; que para entonces estaba más tranquila. Llegaba la hora de negociar con los mayoristas las mercancías que en la noche venderíamos en la estación; era común que las personas compraran dulces y baratijas mientras esperaban la partida del tren.
En el recorrido para realizar las compras, podíamos ver a lo lejos las estaciones de autobuses llenas, por aquí se transportaban a los compradores más adinerados. El pasaje del autobús era diez veces más caro que el de los vagones. En estas también vendíamos caramelos, bombones y otras mercancías. Cuando estábamos de suerte vendíamos todo sin necesidad de ir hasta la estación más distante y acabábamos regresando más pronto a nuestro país.
Nunca teníamos la seguridad de lo que la noche nos depararía, si buena o mala suerte. Cualquier mercader sabe que es imposible de prever. Lo único seguro que teníamos era el frio y el negro de la noche que ya se hacía presente, dando la oportunidad de negocios para los arrieros y sus barcos de motor, cuyo ruido era sosegado por las ráfagas de las ametralladoras en medio del rio. Eran los últimos cargadores que intentaban llevar mercancías arriba de lo permitido, usando un transporte fluvial. Muchos optaban por ese medio porque no aceptaban dar propinas a los de las aduanas. Algunas veces conseguían atravesar el rio con éxito, en otras no tenían tanta suerte y acababan presos o simplemente se hundían junto con su embarcación: las ametralladoras salían victoriosas.
Por más de una vez, los arrieros “chiveros” amanecían flotando en las orillas del rio. Las autoridades, por instrucciones de los diplomáticos, culpaban a los barcos por ser viejos y no tener la seguridad adecuada; excusas, las razones por las cuales los cuerpos generalmente no eran encontrados, nadie sabía. No había velorio ni funeral, lanzaban sus mercancías, solo rumores y el silencio por parte de las autoridades. La diplomacia con una nación vecina era más importante que un simple desconocido al cual no reclamarían.
Muchas veces escuché algunos niños contando que del día a la noche, ya no veían mas a sus padres, tal vez fueron aniquilados por las ráfagas nocturnas en la punta del rio, o solo una fantasía…
Morir o vivir era una incógnita nunca se dan pasos firmes en tierras extrañas, estábamos siempre a merced del peligro. La mayoría necesitaba trabajar a temprana edad para ayudar en casa, aunque para esto fuera necesario abandonar los estudios. Ese no era mi caso, me sentía privilegiado, aunque no tuviera un incentivo extra, en mi casa podía continuar con mis estudios. Siempre fui el único responsable de escoger esta vida a la cual entré un día.
Perdí la noción del tiempo, el puente, las travesías se volvieron un vicio, encontré personas que me escuchaban, considerando el mundo en el que vivíamos y conquisté el respeto de todos. Pienso que eso falto en mi casa: elogios, confianza. Tal vez la falta constante de alguien que confiara en mi; me llevó a buscarme a mí mismo en otro lugar – era la necesidad de ser alguien. Sin duda, un reconocimiento es el alimento del alma y la palanca para el crecimiento, era la voz de un líder que hablaba dentro de mí.
Capitulo Cuatro
El Comercio
Mi vida, mi impureza, “tenacidad”, tenía la convicción de que jamás podría dejar el puente ni los que vivían en torno a él. Como de costumbre, al caer la noche estábamos de vuelta en el mercado de la plaza, los almacenes nos esperaban. Ya no se veían mas castellano o “Chivos” teníamos dinero y éramos muy bien atendidos por los propietarios. Yo acostumbraba comprar varias cajas de chocolates: Un producto que se vendía sin problema, no había tanto riesgo, además de ser apreciado por los forasteros. Algunos de mis colegas compraban caramelos y cacahuates, otros preferían alfajor, dulce tradicional de la región.
Aquella noche, como las demás uno de nosotros sería la mula. Mientras lo cubríamos, él llevaría la carga peligrosa, generalmente tabaco y bebidas alcohólicas. La elección era mediante un fósforo, un juego típico de los jóvenes estadounidenses de la frontera, yo estaba con suerte, la mala suerte estaba con El Pastelero; como era llamado el revoltoso más gordo del grupo. Jamás entendí porque él permanecía en el puente. Además de ser el más desafortunado, difícilmente conseguía vender sus pasteles, era común que antes de que los pudiera ofrecer, los otros los tomaban a fuerza. Cada que el pobre infeliz manifestaba alguna reacción, era literalmente revolcado. Era el lado cruel de nuestro pequeño mundo, más que podíamos hacer? Si el mismo amor, que es un sentimiento mayor, tenía su lado amargo, porque no habríamos de tenerlo nosotros?
No ser la mula del día era tranquilizante: El elegido era responsable de llevar las mercancías de alto riesgo de los demás, el castigo por parte de los aduaneros era extremadamente severo por el contrabando de perfumes, bisutería, navajas, bebidas alcohólicas y tabaco. La “mula” que era atrapado por los guardias era considerado como incompetente y era perdonado solamente al pagar una remuneración a cada uno de ellos. Al principio, varias veces tuve que trabajar para otros! Con el pasar del tiempo, fui adquiriendo experiencia, descubrí cual era el precio de cada guardia y me volví difícil de atrapar. Los principiantes, aunque eran presas fáciles, los uniformados veían que se reflejaba en sus miradas inmaduras aptitud y tolerancia.
El hombre mula estaba listo, una noche más nos esperaba, tomábamos la mercancía y partíamos. Era una larga caminata sobre los rieles, pero este era el camino más corto y el atajo hacia la estación. Normalmente hacíamos turnos de diez a doce chicos cubriendo y ayudando al desafortunado. No nos preocupábamos por él, sino por nuestras mercancías que llevaba sobre sus hombros.
Después de pasar la aduana, ya más tranquilos, aprovechábamos para hacer cosas diferentes, como fumar. Recuerdo cuando fumé mí primer cigarro, quede atontado y me dio una crisis de tos, pero me acostumbré y adquirí el vicio. Siempre alguien llevaba cigarros y revistas eróticas, cosas que ayudaban a pasar el rato.
Escuchábamos música romántica. Todos cantaban las canciones de la época, un coro de voces desafinadas resonaban en la noche disfrazando el miedo a la obscuridad. Intentábamos imitar a los cantantes de la comarca que conquistaban el país en aquel año. En esa época yo ya tocaba la guitarra, motivado por la poesía y por canciones cuyas letras envolvían a todos, con sus historias de amor cotidiano. Nadie quería saber más de las baladas de la década de los ’70. Yo prefería la música antigua, y los duetos eran indiscutibles, a todos les gustaba.
Generalmente en los días en los que no había tren, teníamos descanso y frecuentábamos el Bar de Michel, del lado Brasileño, en el que la principal expresión musical era la guitarra, era un ambiente popular pues a esté se unían las riñas y confusiones que se originaban al mezclar a los “ribereños” y a las prostitutas de la frontera con las drogas de la época; innegablemente, esa fue la escuela de música, que años después me serviría tanto… La sabiduría es adoptar lo bueno.
Entre buenas charlas y risas las horas pasaban volando y en poco tiempo estábamos próximos a nuestro destino, algunos metros antes de llegar, acordábamos las últimas estrategias de venta de los productos. Nos sentíamos satisfechos de pasar por los terrenos fangosos; la noche solo nos dejaba un claro, la luz intensa de los faros que iluminaban los hangares de los trenes, así como la luminosidad de la luna que entre los eucaliptos alumbraban la vieja entrada de hierro.
Al fin habíamos llegado a la estación férrea de Rio Blanco y comenzábamos a vender nuestros dulces en las frías salas que estaban llenas de sacos de baratijas. Gritos homogéneos: “Tres por diez, tres por diez”. Pedíamos diez míseros pesos por tres golosinas, ofreciendo a todas las personas que permanecían sentadas en los asientos de piedra, esperando que las instrucciones de los aduaneros llegaran para comenzar el embarque de las mercancías. Era una buena oportunidad de ganar dinero, pues no todos los sacos pasaban la supervisión de la aduana, pero nosotros teníamos la facilidad de cargar un volumen de mercancías por encima de la cuota permitida en los vagones.
La obscuridad de la noche era nuestro aliado, podíamos burlar a los guardias. Embarcando sacos por el lado opuesto de los vagones, después nos escondíamos debajo de los asientos y allí esperábamos a que sus propietarios subieran y ocuparan sus butacas; la propina era inmediata, pero para ellos era peor perder la mayoría de sus compras o tener que sobornar a los guardias, que cobraban muy por encima de nuestros llanos precios.
Nuestra única competencia eran las prostitutas que trabajaban en un cabaret situado en frente de la estación. Ellas hacían trabajos gratuitos a los guardias y tenían la total libertad de pasar cuantos sacos quisieran sin mayor problema. Nuestra suerte era que las señoras uruguayas que acompañaban a sus maridos no les agradaban estas chicas ni sus vestimentas un tanto fuera de los patrones normales. Aún así manteníamos un diálogo amigable con aquellas mujeres de la vida fácil, como eran conocidas. Muchas veces terminábamos vendiéndoles dulces y todavía ganábamos besos picantes, que nos hacían soñar por algunos instantes, impregnándonos de perfume barato de mal gusto.
Una vez que embarcábamos todas las mercancías permitidas que cumplían con el monto correcto, las almacenábamos junto con las ilícitas y volvíamos al vestíbulo helado donde las personas esperaban el tren, el cual partiría lleno de compras y contrabando para surtir las tiendas del centro de la República Uruguaya.
La ganancia de esas mercancías eran fabulosas, algunas eran comercializadas cien o doscientas veces por encima del precio de la frontera. Era un lucro babilónico, lo suficiente como para que los riesgos y el cansancio del viaje no importara.
A media noche, el sonido de la campana del corredor daba la primera señal, el potente tren se preparaba para partir. A esa hora aprovechábamos para vender los últimos chocolates, la corredera era colosal, la pelea por las ventas era casi brutal, el empujarnos era el gesto más cordial. En aquel momento y hasta la última venta la ley del más fuerte era aplicada en su totalidad.
Cuando desembarcábamos, el tren ya estaba en movimiento. Era increíble como todos volvíamos a ser amigos, “negocios eran negocios, la amistad era aparte”. Un día más de trabajo llegaba a su fin, el regreso era largo y sin duda el mañana sería tan complejo como el día que estaba finalizando. Nuestro retorno de la estación a casa era a pie junto con los otros chicos, hasta llegar a la localidad de Coxilha.
Después de una larga caminata, la parada en la carreta de Pancho era obligatoria, aquí comíamos algo similar a los dogos brasileños y ahí permanecíamos durante horas. Además de matar el hambre, aprovechábamos para contar las ganancias.
Cerca de donde acostumbrábamos parar, se encontraban las estaciones de autobuses y cuando estas atrasaban sus salidas, nos abalanzábamos a nuestros últimos clientes, para vender las mercancías que habían sobrado de las ventas en la estación. La cuestión era regresar sin mercancías a Brasil pues si esto sucedía, terminábamos siendo saqueados por los aduaneros y antes de entregárselas a los guardias corruptos, yo prefería comerlo todo o tirarlo al rio. Nuestra convivencia con la policía Uruguaya era extremadamente delicada, las evasivas y las provocaciones eran a diario y muchas veces acabábamos presos, pasábamos la noche en la cárcel y después por la mañana nos corrían de regreso a Brasil.
La policía Uruguaya disfrutaba maltratándonos; aparte de que nos quedábamos encerrados en las celdas frías del borde del rio, éramos obligados a lavar los retretes de toda la aduana; pero nuestra venganza no tardaba; siempre que los aduaneros y los policías venían a Brasil a hacer compras, salían con sus carros cubiertos de rayones. Conocíamos a cada uno de los aduaneros de Rio Blanco. No podía ser diferente: nunca olvidas a quien te atrapa y por esa razón el vandalismo era aplicado con mucho gusto.
Los días y las noches en la vida del contrabando eran arriesgadas y muchas veces ingratas, pero aún así cada día el empeño por permanecer en esto era mayor, un vicio que se adquiere en virtud a las ganancias obtenidas. Contar el dinero era un hábito maravilloso y conseguirlo con riesgo, aunque no fuera de la manera correcta, era emocionante. Una discusión, un juego, el deseo de ser mejor de entre los que nos acompañábamos pasaba a ser parte de la lucha diaria. Alguien desconocido y sediento de aventura surgía del fondo de nuestra alma, algunos chicos en su infancia se conformaban con soñar, nosotros lo transformábamos en realidad.
Hay veces que me pregunto… Inmoral, inadecuado?, se puede decir que la inmadurez, las reglas sociales y la moral pasan casi desapercibidas?, es por esto que algunos al iniciarse en una vida como ésta reflexionaban acerca de la inmoralidad y se regeneraban. En ese momento la tolerancia era fundamental, más en una sociedad hipócrita en la que muy pocos tienen la sabiduría de comprender, de orientar y de mostrar el rumbo correcto al futuro. Acostumbrábamos a hacer nuestra parte dando algunas monedas a los centinelas, de esa manera cumplíamos con nuestro papel social y huíamos de nuestra responsabilidad y de la obligación moral de educar y aconsejar.
Fueron muchos días en aquel puente, un pedazo de mi estaba en aquel concreto, enraizado, entrañado a aquella vida, tenía ya más de dos años desempeñando el mismo trabajo. De cargar los sacos, del trabajo de hormiga y de la venta de dulces, en la estación ya había pasado por todas las pruebas que alguien pudiera pasar en el trabajo de la frontera: el frio de las madrugadas, ser perseguido por los guardias, todos los obstáculos casi insoportables. Era el propio infierno, largas caminatas a escondidas por las vías heladas que cortaban nuestras manos; muchas veces quedábamos completamente congelados, era el crudo invierno del extremo sur.
Obtuvimos una gran lección durante los días que pasamos en aquel puente: aprendimos lo mucho que vale la vida. Incluso cuando no se espera casi nada de ella pues ésta puede cambiar el destino y hacer de lo simple una gran victoria; todos esos aprendizajes me mostraban que ya estaba preparado para comenzar los esperados viajes rumbo al centro de Uruguay.
Trabajar por un largo periodo en las proximidades de las dos ciudades, Jaguarão y Rio Blanco, fueron indispensable en mi preparación para volar más alto, como los viajes al centro de Uruguay. Muchos de los amigos que convivieron conmigo ya estaban vendiendo mercancías más rentables en los mercados de las ciudades próximas a Montevideo. Por todas esas razones y además buscando mayores ganancias, decidí que ya estaba preparado para los viajes soñados.
Así decidí invertir todo mi capital en mercancía que satisficieran a los comerciantes de las localidades de Treinta y Tres y Vergara, ciudades con una gran cantidad de comercios, los cuales la gran mayoría trabajaba con mercancías que compraban a los viajeros brasileños.
Ya había tomado la decisión de comenzar a viajar, ya había estado el tiempo suficiente en el puente, así que en aquel Julio de 1982 me coloqué la mochila a cuestas; llena de novedades, aconsejado por los peores consejeros que había, pues ellos eran los mejores para este trabajo y busque un solo destino, la estación de Rio Blanco. No solo para vender dulces en el tren mientras permanecía parado en la estación, sino para mi primer viaje. Esa vez el tren partiría conmigo abordo.
Por algunos instantes el miedo me rondó, nadie podía prever lo que iba a suceder en un viaje con contrabando, ni se trataba solo de dulces y caramelos, ahora eran mercancías con las que abastecería los mercados de Uruguay, la “Policía caminera” del país vecino daba “sorpresas” en las estaciones que existían entre los pequeños poblados que quedaban de paso al tren. Estaba bien informado del riesgo que corría, pero mi anhelo de crecer, de ganar mucho dinero era superior al miedo.
Capitulo Cinco
El Viaje
En aquel primer viaje todo era nuevo, incluso lo que estaba llevando para ofrecer en los almacenes. Apostando en la apariencia y vanidad de los uruguayos decidí iniciar con productos superfluos indicados para esto, como cremas faciales, shampoo, pasadores para el cabello, perfumes y bisutería. Aún a sabiendas de que la castellanada no acostumbraba emperifollarse, arriesgue en ese nuevo segmento de ventas. Alguien tenía que comenzar y nunca tuve problemas para ser el primero y menos aún siendo precursor del puente y de la estación pues por esa razón conocía bien a los castellanos, son iguales en cualquier parte. Les encantaba comprar, la verdad tenían mucho dinero lo que contribuía y ayudaba mucho en su manera compulsiva de comprar. Hasta ahora nunca entendí como el comercio uruguayo sobrevivía: Eran pésimos cuando necesitaban vender algo y en contrapartida muy buenos compradores.
A las 23 hrs. 55 min del día 4 de Julio, el viejo tren con los vagones cargados de pasajeros partía lentamente de la estación de Rio Blanco. Por la ventana de madera del viejo vagón, veía como las luces de la pequeña frontera desaparecían poco a poco dando lugar a la obscuridad, a medida de que la robusta máquina se adentraba en las pampas uruguayas. La luz tenue de los vagones no incomodaba a las personas, que durante el viaje jugaban cartas y tomaban mate.
Los vagones estaban repletos de mercancías, millares de cajas de ron, - las más vendidas eran “Viejo Barreiro” y “Tremapé”-, paquetes y paquetes de tabaco, cuyas marcas preferidas eran “Renoberba” e “Indio”. Los brasileños que estaban en el tren eran todos colegas míos y así como yo, estábamos yendo para las ciudades más grandes del centro de Uruguay, todos cargados de mercancías. Las ventas comenzaban ahí mismo, antes de bajarnos del tren, muchos vendían todo antes de llegar a Vergara y solo bajaban a la ciudad para pedir un “aventón” de regreso a la ciudad de Rio Blanco.
Pero no siempre vender todo en el tren tenía ventaja, la ganancia era menor. Las ventas eran para los propios viajeros uruguayos, que para revender ponían el precio de las mercancías muy bajo. Yo prefería vender en los comercios de las ciudades, aunque tuviera que caminar mucho la ganancia era mayor.
Pedí a Dios en silencio, que aquel primer viaje a Vergara nunca saliera de mi memoria. Aquella madrugada fue emocionante, una verdadera aventura. La policía Uruguaya hizo varios chequeos en el tren, los baños y los asientos eran nuestros escondites: Así como magia todos desaparecían, hasta que los policías se bajaban de los vagones. Finalmente después de mucho correr de un vagón a otro para engañar a los guardias, llegábamos con las mercancías intactas. Recuerdo que para economizar teníamos que burlar el pago de los pasajes y la manera de hacerlo era muy ingeniosa, en cada parada del tren en las pequeñas estaciones, descendíamos corriendo del último vagón y subíamos por el primero, despistando al boletero como era conocido al hombre de los pasajes.
Bajábamos nuevamente del tres a las tres horas, el frio de aquella madrugada era casi insoportable, me quede junto a los demás vendedores esperando el amanecer. La estación de Vergara era muy pequeña, no había grandes estructuras, cuando mucho un café bien caliente, que algunos ambulantes vendían a los que llegaban a la estación helada de la pequeña ciudad.
Nos quedábamos sentados entre los antiguos cobertizos de la estación, que eran seguros, pues los policías difícilmente pasaban por ahí. Los cuidados eran constantes, cualquier descuido y seríamos presos con las mercancías. Ser preso no era lo peor – normalmente, en uno o dos días nos liberaban, había veces que horas después, dependía del comandante-, pero las mercancías eran irrecuperables, y perderlas significaba la quiebra, ya que todo el capital lo habíamos invertido en productos para la venta. Nadie tenía dinero guardado: Todo era transformado en mercancía, cuanto más dinero mas mercancía por ende más ganancias
Ya empezaba a clarear, era hora de trabajar. Con mucho cuidado tomábamos el camino que unía la estación férrea con la zona urbana y en el camino visitábamos todos los almacenes, mostrando y ofreciendo nuestras mercancías, exhibiéndolas sobre los mostradores de madera con frente de vidrio. Nos respetábamos mucho, la regla número uno era no entorpecer las ventas del otro. Cordialmente cada uno tenía su tiempo para mostrar lo que estaba vendiendo; se establecía un mismo precio, preferíamos no vender a competir con algún compañero. Por esa razón difícilmente comprábamos los mismos productos, a este acuerdo llegábamos justo antes de salir de Brasil. Todos sabían lo que cada uno llevaría y eso era muy importante para evitar confusiones futuras.
El sol tardaba mucho en aparecer, debido a la enorme helada que acostumbraba caer en aquella época del año en las pampas uruguayas. Igual con poca visibilidad, nos adentrábamos a los barrios de la pequeña ciudad, Todo era novedad, por lo menos para mí, que estaba ahí por primera vez y por lo que había escuchado hablar. Por esa razón, trabaje todo el tiempo junto a los demás, que ya tenían experiencia de sobra. Después de algunas visitas al comercio local me di cuenta que no salía de ésta pues por ser nuevo en esto mi trabajo era muy productivo y mis ventas fueros excelentes, rápidamente conseguí establecer una buena relación con los propietarios de los almacenes, y eso fue fundamental para mi éxito en las ventas. Claro que había llevado poca mercancía, la cual fue vendida con cierta facilidad y estaba regresando lleno de pedidos debido a las novedades que había llevado, haciendo que los comerciantes se hincharan de satisfacción.
Aquel día deje Vergara solo, regresé antes de otros vendedores, pues era mi cumpleaños y quería llegar a Jaguarão para celebrarlo. Con mi familia las cosas no estaban bien, ellos no aceptaban mi trabajo y después de un año ya no había manera de esconderlo, todos lo sabían me recriminaban diariamente y a pesar de que era menor de edad, mi padre ya no podía controlarme, al fin él se hacía de la vista gorda para evitar discusiones desgastantes.
Aquel 5 de Julio la vida me dio un gran regalo, llegue a mi casa y mis padres me estaban esperando, sin reclamos, solo con cariño, abrazos y un pastel, pude percibir que todavía era amado y que siempre podemos recuperar el amor y la comprensión. Recuerdo bien a mi padre, mi madre y mi hermana festejando mi cumpleaños, recuerdo como su si fuera hoy cuando mi padre derramó una lágrima y decirme en voz baja, creemos en ti, tal vez ahí era el momento para detenerme y comenzar una nueva vida, pero no lo hice.
Al día siguiente regrese a mi vida y regresé al rutinario mundo de los viajes, ya no era solamente el que atravesaba las mercancías del puente, en otras palabras estaba metido hasta la cabeza en la vida del contrabando en la frontera
Después de algunos viajes, inclusive a la capital de Uruguay la linda Montevideo que tenía una estación gigantesca, todo lo contrario a las pequeñas ciudades, ya empezaba a tener un trato diferente por parte de mis compañeros, ahora finalmente era un viajero, en otras palabras, estaba muy cerca del poder. Como en cualquier lugar del mundo, el poder era sinónimo de dinero y en el nuestro existía esa peculiaridad.
La vida era como un trampolín al iniciar el viaje, como si hubiésemos llegado a la mayoría de edad, todos nos trataban con respeto y admiración, los mayoristas nos ofrecían el mundo en recursos, intentando atraer vendedores exclusivos. Tenía su lado bueno: Ser vendedor de un solo mayorista significaba mercancías en abundancia, lo que para quien no tenía mucho capital – mi caso en aquel momento – era un buen negocio. Así que cerré trato con “Atacado Paraná” (Venta al mayoreo Paraná), uno de los mayores de la ciudad, luego comencé a vender sus productos en otras ciudades. Si antes ya estaba envuelto en ese mundo, ahora estaba metido por completo en el contrabando, lo que después se mostraría cruel e irremediable.
Algún tiempo después los problemas comenzarían a aparecer. En cuanto fui captado por las autoridades de Uruguay, comencé a perder mis mercancías, lo que normalmente venía acompañado por la prisión y muchas veces permanecía encarcelado por días. Por esas razones me sumí en deudas que me llevaron a otros mayoristas. Durante un tiempo sacaba de uno para pagarle a otro. Fueron muchas las veces que fui aprendido y encarcelado, hasta ya no tener una salida, el infierno estaba ahí frente a mí, el que busca encuentra y yo había encontrado el mayor de los infiernos.
La relación con mi familia iba de mal en peor. Al principio cuando trabajaba en las proximidades de la frontera, logré mantener un equilibrio, el dominio de la situación, pero con los viajes y las prisiones en Uruguay, fue imposible evitar la desconfianza y las discusiones cada que regresaba a casa. Eso hizo que la relación se trastornara, perdí la confianza y el amparo de mi familia y siempre recordaba las palabras de m padre: “Confiamos en ti! Y le di importancia a aquella frase que yo mismo había destruido.
Comencé a añorar la escuela y mi barrio. El medio en el que estaba viviendo no tenía afinidad con la educación ni con los lazos familiares; estos valores no formaban parte de las personas a las que estaba ligado, aquella vieja escalera, las reuniones al finalizar la tarde, antes de la salida de la vieja locomotora. El frenesí por la ganancia era tanto, que a nadie le importaba la moral o las reglas de la sociedad, el trabajo ere ilícito, los valores también pasaban a ser ilícitos.
No pasó mucho tiempo para que me sintiera arrepentido de tomar aquel tren aquella madrugada. Los primeros viajes fueron buenos: dinero, poder y libertad, pero también vinieron acompañados de juegos, cigarros, deudas, discusiones. Noté que el precio por todo eso era muy alto, ya no sabía si podía llamarlo aventura o libertad, mi vida estaba hecha un caos. Muchas veces perdí mercancías consignadas sin alternativa de recuperarlas, tomaba de otros mayoristas hasta llegar a la desesperación, un enredo sin fin, noches de mal dormir, de casa en casa de extraños, tapándome con cobertores sucios, en bancos fríos del tren, muchas veces perdido en otro país.
En esa época casi no visitaba a mi familia, cuando iba a casa de mis padres llevaba algunos regalos, intentando de esa forma alivianar un poco sus inconformidades, que ya eran de un tiempo atrás debido a la situación que yo vivía. Ninguna excusa valía la pena, luego desaparecía por veinte y a veces hasta por treinta días, ya fuera porque estaba preso en algún lugar por ser sorprendido con contrabando, o porque le debía a algún mayorista. A sabiendas de que me buscaban en casa, era muy cómodo desaparecer hasta que tuviera dinero para pagar. Así que me quedaba en Uruguay esperando que bajara el orgullo.
Recuerdo muchas veces haber llorado, en las frías madrugadas, sentado en la orilla de las banquetas de Rio Blanco. En los últimos cuatro años había perdido todo, familia, infancia, escuela. Comenzaba a tener miedo del futuro, estaba a mucho tiempo de aquella vida loca de viajes y la situación cada vez se agravaba más. Sabía que tenía que cambiar, pero en la soledad no encontraba ayuda. Era increíble cuanto necesitaba de alguien, pero sabía que era responsable por todo lo que había creado.
Capítulo Seis
El Trabajo
El trabajo en el puente era totalmente diferente. El barrio, la familia, la escuela, no pertenecían al mismo mundo. Me di cuenta que tarde que temprano esta doble vida que llevaba terminaría confrontándose y me traería enormes problemas, para los cuales no estaba preparado a enfrentar.
Todos los que trabajábamos en el puente éramos automáticamente excluidos de la sociedad por esa razón creábamos nuestros espacios, el Bar de Michel era uno de los locales en los que buscábamos la diversión. En Uruguay, como no éramos muy conocidos frecuentábamos varios lugares, pero en Brasil solo teníamos la entrada permitida al Bar de Michel.
Eramos rechazados, la fama de alborotadores nos marcaba seriamente. Siempre que regresábamos de los viajes de Uruguay, nos reuníamos para las veladas de guitarra y prostitución. Para poder permanecer en ese ambiente era obligatorio el vandalismo, las peleas y las obscenidades, de esa manera teníamos un espacio que nos entendía sin prejuicios, sin vergüenza, sin cobranzas y claro que el dueño tenía un beneficio satisfactorio, pues entregábamos una gran parte de nuestras ganancias del viaje en la barra del bar. Ahí me sentía todo una personalidad, tocando, cantando, recibiendo aplausos y sonrisas, que la mayoría de las noches me acompañaban hasta el amanecer. En los momentos de sensatez, entraba en conciencia de que cambiar era necesario. Solo había un destino para los enajenados y rebeldes sin causa y eso no debería ser yo.
Ya estaba en el límite, totalmente aterrado, la única cosa de lo que estaba seguro era de la necesidad de acabar con la vida que había llevado en los últimos años. No tenía más fuerza para continuar con la lucha diaria, recorriendo los mismos caminos, corriendo los mismos riesgos, permitiendo que las largas madrugadas tomaran mis sueños, afligiéndome, llorando y dejando cada vez más atrás cada momento del mundo que abandone aquella tarde en algún mes de invierno de 1979, cuando por primera vez crucé las magníficas torres pálidas en dirección al gigante de hierro y su comercio ilícito.
Como de costumbre después de la noche de juerga y guitarra acababa en un hotel de quinta, acostado entre los brazos de alguien desconocido, a la mañana siguiente cuando acordaba, me observaba en el viejo espejo del baño y me daba cuenta que el tiempo había pasado, ya estaba con casi 15 años llenos de vida y experiencias precoces. Miraba dentro de mí el coraje que tenía inundada mi alma, sabiendo que tenía que tomar la mejor decisión y cambiar, regresar a mi vida, me vestí y salí sin mirar atrás, sin hacer caso a la voz que me susurraba y se iba apagando con cada paso que daba.
Sabía que no saldría de eso de la noche a la mañana, mágicamente, pero al menos estaba dispuesto a salir, tenía una meta, sabía que una nueva vida era la única salida. 1984 se presentaba devastador, era la oportunidad que tenía de comenzar una nueva vida y no importaba si tenía que comenzar todo de nuevo, así fuera de cero.
A mis ya casi quince años, había experimentado las condiciones sociales de ambas naciones en las que vivía, descubriendo las buenas nuevas que trascendían en mi pequeño mundo. La política era lo más importante del momento, estaba en todos los bares y esquinas, las cuestiones partidarias ya trascendían en mis conocimientos, siempre me llamaron la atención. Mi espíritu de libertad me situó con personas que luchaban por la libertad de expresión.
Como todos en aquella época, también yo estaba atento al nuevo movimiento que surgía en el país. Tenía apenas quince años, pero mucha experiencia, la suficiente para entender lo que pasaba. En las grandes ciudades había manifestaciones contra el régimen militar, los diarios y la radio daban la noticia de éstas en todas las ciudades apoyando las directrices para la aprobación de la reforma que llamaban Dante de Oliveira.
Corría la noticia de que en Puerto Alegre, ciento cincuenta mil personas habían salido a las calles, también en Pelotas cerca de cuarenta mil. Todos alentados por la democracia, esa era la nueva razón de vivir. Personalidades como Franco Montoro, Tancredo Neves, Leonel Brizola, entre otros, querían que las personas se pudieran expresar libremente. Aunque los militares todavía gobernaban el país, los uniformados estaban desgastados, tenían problemas con la iglesia y la sociedad; el pueblo tenía amor a la patria lo fue demostrando a voluntad propia, sin que les fuera impuesto de ninguna manera.
Al fin algo en lo que creía estaba tomando forma – “La libertad”- era como si estuviera demostrando a todos que el libre albedrío valía la pena y todos me siguieran, esta vez sin condenarme, tal vez era solo una fantasía, pero la libertad era lo que más buscaba, formando parte de alguna manera de aquel movimiento que agitaba al país.
Aunque con poca edad, me consideraban un hombre en medio de aquel movimiento, señor de mi propia vida, de mi destino. El mundo que se estaba presentando ante mí, lo comenzaba a ver con otros ojos y buscaba el coraje en mi interior. La superación fue mi aliada constante.
Pero el enfrentamiento con mi familia era una barrera que no conseguía romper. Varias veces llegaba a las proximidades de mi casa, pero no conseguía entrar. No tenía el valor de enfrentar las innumerables preguntas que me harían mis familiares en medio de condenas, tenía cuatro meses sin aparecerme. Mi familia no toleraba la gran libertad que buscaba. Ahora mi padre pertenecía a los contrarios. Independencia, libertad los mayores estandartes del sistema, no encajaban con mi edad.
Las dificultades aumentaban cada día, no tenía para pagar el alquiler del lugar que compartía con seis compañeros en uno de los suburbios más pobres de la ciudad. El comercio no era tan bueno como al inicio del a década de los 80’s, permanecíamos trabajando aquellos que a lo largo de los años habíamos acumulado deudas casi impagables. Algunos comerciantes dejaron de proveernos mercancías. Además del riesgo, la ganancia era muy poca y las ventas empeoraban, cada día disminuía más la visita de los Castellanos.
Los tiempo eran otros, la libertad estaba frente a nosotros, la democracia se volvía real, las personas en todo el país temblaban, pero el precio de la libertad era alto en la frontera. Un descontrol en la economía nacional, sobre el mando de los militares que durante años fue nuestro aliado. Las nuevas reformas económicas caían como bomba en la pequeña frontera, había la necesidad de cambiar, pero era inevitable lo que podría suceder con el comercio del viejo puente. Era ineludible una crisis en ambos lados, el nuevo sistema político transformó el mercado y la divisa empezó a derrumbarse. Aunado a todos estos factores, el anhelo de mantener el éxito, como lo acostumbrábamos, nos llevó a una crisis todavía mayor, hasta el punto que no había dinero, ni que vender. Sin mercancías, sin créditos y con muchas deudas.
Por más extraño que parezca, no gozábamos del decoro de la educación, teníamos una necesidad colectiva de finiquitar todo, pero luego nos dábamos cuenta de que la mejor manera sería abandonar la idea de seguir trabajando para pagar las cuentas. Desvestir un santo para vestir otro se estaba volviendo peligroso, era un agujero sin fondo, le pagábamos a uno y quedábamos debiendo a dos o tres. Era necesario dejar de tomar mercancías para revender y como resultado daba permanecer con las deudas que ya teníamos.
Esa era la salida más sensata, aunque salieran perjudicados muchos comerciantes. Era inevitable, todos los trabajadores o contrabandistas como éramos conocidos, estábamos delante de una nueva etapa en aquella vieja frontera.
Debido al nuevo sistema, los problemas se agravaban, los productos nacionales dejaban de tener precios atractivos, ya eran muy semejantes a los del otro lado. Todas las fronteras vivían el opuesto de la estabilidad financiera del país. Las grandes cadenas nacionales fueron las primeras en dejar la pequeña ciudad de treinta mil habitantes que curiosamente sostenía un comercio activo para más de cien mil personas.
Capítulo Siete
La Decadencia
Las pocas tiendas locales también fueron cerrando. La situación empeoró aún más con el recorte de la mitad de la flotilla de trenes de Uruguay. Solo dos trenes por semana continuaban yendo al Departamento de Cerro Largo; el tren de pasajeros estaba condenado a convertirse en pieza de museo. En la República Oriental, el costo de los pasajes en las agencias de autobuses era altísimo debido a la cotización del dólar para combustible. Contribuyendo en grandes proporciones con la gran reducción de cargadores, responsables de la gran cantidad de compras de mercancías brasileñas, de tal suerte que aquellos que de una u otra manera obtenían ganancias con las compras, no estaban consiguiendo pagar el transporte para llegar a la frontera y los turistas, a su vez, desaparecían.
Ante esta situación, que se agravaba cada día más, a los contrabandistas solo les quedaba una última opción que era ir a buscar a los propietarios de los comercios uruguayos que no estaban dispuestos a pagar los boletos caros, considerando que recibir las mercancías en su región era más atractivo en cuanto a ganancias se refería, sin contar que se eliminaba el riesgo constante de ser asaltados y saqueados por los guardias de la frontera, los cuales no daban tregua alguna, señalaban a los contrabandistas y de esa manera intimidaban cualquier tipo de contrabando.
En fin, todos estaban al final de un ciclo, no había más horizontes, solo quedaba retroceder o desistir. Lo que en un principio parecía eterno, inexplicablemente llegaba a su fin, la frontera de oro había acabado.
La pequeña ciudad era parte de ese mundo, no existían cimientos. La fuga, la búsqueda de un nuevo espacio era la salida que todos veían en aquel momento, no fue diferente para nadie.
En febrero de 1984, la situación se agravó aún más. El gigante de Hierro, que estaba haciendo solo dos viajes por semana, haría solo uno. La gigantesca máquina de hierro que durante años dio sustento a tanta gente, brasileños y uruguayos, poco a poco iba desapareciendo. Muchos intentaron asociarse a las mudanzas, pero fue insostenible, casi nadie llegaba a la estación de Rio Blanco.
Fue también en aquel febrero que vi por última vez a algunos de mis compañeros del contrabando, unos pocos se fueron sin despedirse y después muchos partieron para lugares diferentes en busca de un nuevo mundo, huyendo de los prejuicios que nos fueron impuestos por dedicarnos a un trabajo que para muchos era “inmoral”, el mismo que más tarde, por ironía del destino, sería deseado por esos tantos; “era solo un trabajo”.
Sin grandes oportunidades de estabilidad, el transporte de pasajeros continuó hasta llegar a los dos o tres viajes por mes. El día 30 de diciembre de 1987, el gobierno uruguayo expidió un decreto para extinguir definitivamente el transporte ferroviario en el país.
Los tiempos eran nuevos, pero muchos aún no entendían lo que sucedía. Los hacendados y los grandes agricultores vivían la crisis de la frontera, como un beneficio a sus negocios. No entendían que la recesión llegaría a sus mansiones, era cuestión de tiempo. Todo comercio generaba renta y se distribuía en todos los sectores de la sociedad, “todo pueblo paga un precio por la incomprensión”. Las grandes empresas saldrían de Jaguarão, la recaudación del municipio se desmoronó, los médicos dejaron la ciudad, ya no había pacientes suficientes, finalizaron más de dos mil empleos directos, así como los indirectos, que era mi caso.
Aprendimos mucho durante los años que estuvimos ahí. Pero en ese momento, el puente se convertía en un mundo complicado y muchas veces obscuro, éramos consientes de que sin el comercio motivado por el contrabando, las dos ciudades fronterizas, estaban destinadas a la quiebra total, que seguramente perjudicaría a todos, independientemente del nivel social y económico. A nosotros solo nos quedaba el recuerdo de las torres pálidas y la marca en nuestras vidas, no en la conducta, una mancha de una lucha incansable que solo los años venideros podrían borrar.
Capitulo Ocho
El Castigo
Casi sin destino – era como me sentía – los viajes me habían llevado a la orilla de un abismo y no veía horizonte en mi futuro. Había abandonado los estudios. En un periodo normal de mi vida, debería de haber estado cursando el noveno grado.
Ya no transmitía credibilidad alguna a mi familia, los parientes apenas me saludaban cuando pasaban junto a mí. Solo me quedaba mantener el equilibrio y esperar a que algo mejor me sucediera pues como bien dicen “Al final del túnel se encuentra la luz” y “Después de la tempestad viene la calma”.
Un día, fui sorprendido con la propuesta de un primo para trabajar en el campo. Los parientes en aquellos últimos años solo me volteaban la cara y aunque nunca antes había trabajado en un sembradío, acepté de inmediato. Tal vez estaba ahí la oportunidad que necesitaba en aquel momento. Un lugar lejano podría ser el comienzo y de esa manera tomar un nuevo rumbo en mi vida.
Estaba pasando por un momento de reflexión, quería encontrar una manera de acercarme a mi familia, reencontrar el mundo que un día había dejado atrás. En aquel momento lo más importante era recuperar la confianza de mi padre y de mi madre y nada mejor que un servicio dentro de los parámetros convencionales, con un sueldo asignado, para demostrar que estaba dispuesto a cambiar.
De esa forma partí al otro día muy temprano, me fui junto con otros trabajadores en un camino que nos llevaría a la costa de la Laguna Mirim, donde había una gran labranza de arroz propiedad de José Davi Pinto Lima, un legendario agricultor de la ciudad. No tardé en percibir que más que un nuevo empleo, era un castigo; el precio era alto para reintegrarme a la sociedad y sus ingratos moralismos.
Después descubrí que en aquel lugar, todo era diferente, no se parecía en nada a lo que había hecho en los últimos años. Juntar estiércol de vaca y caballos no era tan emocionante como enfrentar las torres pálidas, sin embargo me fui adaptando a esa nueva vida. Fueron 6 largos meses, durante ese tiempo hable muy poco, preferí aceptar en silencio las reglas de aquella situación. Los recuerdos de los amigos de aventura en la frontera eran constantes y persistían en mi cabeza, de ese modo ayudaba a no pensar en tonterías.
Soy un fanático, de esos que entiende que de todo se aprende para que en los momentos indicados podamos utilizar esos conocimientos a nuestro favor. Cada pasaje de mi vida trae conocimientos de cada una de las circunstancias vividas aún en las que estaba totalmente contrariado. Así fue el pequeño periodo en la granja. La agricultura estaba en su auge, la plantación de arroz estaba dentro de las grandes haciendas del extremo sur, los financiamientos facilitados enriquecían a los agricultores, los mismos que esclavizaban a la población más pobre pagándoles salarios miserables, que muchas veces mal daban para pagar las cuentas en las cantinas situadas dentro de las propiedades los precios de los productos estaban sobre-facturados, debido a la distancia, dejando a los trabajadores sin alternativa más que comprar en esas prácticamente devolviendo el pago a los dueños de las granjas.
Seis meses fueron suficientes para conocer una nueva realidad. Trabajé con personas que nunca tuvieron oportunidad de idealizar algo mayor, personas que heredaron vidas miserables, uniéndose a la vida rural, trabajando de día para comer de noche y viendo como se enriquecía el patrón al paso de los años. El dinero, el poder, la adquisición de tierras, nada de eso era importante para aquellas personas. La codicia no era parte de esos hombres de manos encallecidas y rostros envejecidos por las heladas y por el sol del plantío y la colecta, año tras año en el cultivo del arroz.
Si todos los dioses del universo hubiesen estado junto a mí en aquel lugar, se hubieran disgustado. No me perdonarían vivir en una situación tan sumisa en una conformidad tan caótica. Sabiamente, Dios nos crio con pensamientos diferentes entre nosotros; si todos pensaran como yo, tal vez no tuviéramos arroz en nuestras mesas.
En un día de aquellos de exhaustivo trabajo, llegué a la villa de la granja, listo para la cena que era servida siempre a las seis de la tarde, fue cuando recibí la noticia que nos quedaríamos el fin de semana solo con galletas y café, pues el dueño de la granja había viajado y no había tenido tiempo para hacer las compras para nuestra comida, cosa que ya había sucedido en otras ocasiones, pero para mí, era la última.
Junte la poca ropa que había llevado, me despedí de mi primo Gilmar, que trabajaba en el almacén, agradecí por la oportunidad que me había dado y volví a la ciudad. Salí caminando recorriendo los 20 kilómetros que separaban a la granja de ésta, caminé mucho, pero fue la caminata más placentera que había tenido.
Para la madrugada ya estaba en casa y las cosas estaban sorprendentemente tranquilas al llegar, tal vez porque todos dormían, pero al levantarme al otro día noté que no había reproches, tan solo una mirada de condena estaba sobre mis hombros. Una especie de tregua se había instaurado en la familia, un premio por haber aguantado tanto tiempo trabajando en un lugar tan pequeño y aborrecido por todos sin dar preocupaciones o causar problemas.
No pude evitar regresar a los estudios, tuve que optar por el turno de la noche, para tener la oportunidad de un empleo durante el día. Trabajar ya era parte de mí, permanecer en casa sin ayudar con el gasto era imposible, yo lo había decidido de esa manera. Confieso que nunca me pidieron que fuera así, pero el día en que busqué la libertad, tome conciencia de algo que era muy cierto “cosechamos lo que sembramos” y conmigo no sería diferente. Poco a poco, mientras mayor fuera mi empeño y demostrando el esfuerzo para acoplarme a los valores importantes para mi familia, menos difíciles serían las cosas en casa.
No quería dar oportunidad que volvieran los antiguos reproches. Mi familia ya tenía contemplada mi partida para Rio Grande el próximo año y yo creía que sería lo mejor para mí futuro. Durante el tiempo que permanecí aislado en la granja, para mejorar mi situación, junte cada tostón para pagar mis antiguas deudas a los almacenes del límite con el puente, que estaban prácticamente en banca rota, pagué cada una de mis cuentas con cada comerciante. Al fin las cuentas estaban saldadas, en casa la normalidad estaba de vuelta.
La ciudad era el mayor problema, no tenía más salvación, así que comencé a trabajar en un remolque que vendía refrigerios que estaba situado en la esquina del cine de la ciudad, el bello Cine Regente, el que debido a la crisis que ya era latente, solo pasaban películas de Teixeirinha, Mazzaroppi y pornográficas. Estuve haciendo perros calientes durante cinco meses dentro de una caja de dos metros cuadrados, me sentía como león enjaulado. En la frontera todo se estaba disolviendo y con el cine no fue diferente y cerro para nunca más abrir sus puertas, así que no se vendían más refrigerios, el caos en el comercio era general.
Diciembre de 1985 traería cambios radicales en mi vida y seguramente en la vida de aquellos que por alguna razón pisaron la frontera aquel año. Somos obra del pasado y solos descubrimos nuestras fallas y flaquezas del futuro. Por esa razón, las personas no percibían que aquel año era el comienzo de un gran torbellino. La quiebra comercial, que rápidamente se volvió irrecuperable, lanzaba a la pequeña ciudad a una nueva manera de vivir.
La tierra que fue mermada por la fiebre amarilla en los tiempos del imperio y que resurgió a varias calamidades causadas por las inundaciones del rio impetuoso e impredecible, enfrentaría ahora la mayor de las dificultades: Una transformación de la economía en el comercio, los grandes empresarios comenzaban a desmoronarse como castillos de arena derribados por la marea.
Nunca me consideré privilegiado en el arte de prever los hechos y muchas veces tomé decisiones erróneas en mi vida, pero en aquel año algo me decía que permanecer en el lindero de las naciones, sería para que mi destino tomara rumbo hacia la peor situación, una que siempre aborrecí: La mediocridad.
Los amigos, las aventuras en la ciudad donde había pasado la mayor parte de mi vida estaban a punto de quedar solo en mis recuerdos. No existía un lugar para mí en ese mundo por lo menos en ese momento de mi vida. Era necesario buscar nuevos conocimientos, aprender con nuevas personas, en fin acoger los nuevos momentos que costarían tanto y que indudablemente llegarían al pequeño barrio donde vivía.
Me faltaba un año para cumplir diez y siete años, me estaba convirtiendo en un hombre. Aunque pensara de la misma manera que hace tiempo, las personas me veían de una forma diferente, la cruz de la responsabilidad comenzaba a pesar más. Ahora respondía por mis actos, ya no eras más un niño y eso a veces me asustaba. Permanecí cinco meses en el remolque vendiendo perros calientes, un día antes del carnaval de 1985, renuncié a mi empleo, ya tenía planeado aprovechar el carnaval y después partir a Rio Grande.
En ese carnaval inolvidable conocí una gran pasión, la primera mujer que amé, por lo menos eso era lo que sentía en ese momento, una de las mujeres más lindas que había conocido, ella se había separada un poco antes de un gran empresario de la ciudad y por azares del destino nos encontramos en uno de los bailes de la ciudad, la relación se tornó un escándalo, ya que ella tenía 26 años y yo aún gozaba de mis 15, como era de suponerse el gran amor no duró mucho y quedo solo en recuerdos que me acompañaron por meses dolorosos. Estaba apasionado y abandonado, un mes después del carnaval, partí para un nuevo horizonte; el litoral pasaba a ser mi nuevo mundo.
Capítulo Nueve
El Autobús
Cuando abordé aquel autobús, percibí que por primera vez estaba tomando una decisión con la que todos estaban de acuerdo. La familia, los amigos, todos estaban seguros de que una nueva vida en el litoral de la ciudad me haría muy bien. Esta ocasión tenía una dirección y un destino seguro, iría a vivir con un tío, un profesor de inglés propietario de la escuela considerada una de las mejores de idiomas de la región. Eso me daría la oportunidad de continuar mis estudios, al mismo tiempo que trabajaría ayudando en las tareas del día a día. Realmente todo estaba perfecto!
Solía quedarme con un pie atrás cuando se trataba de unanimidad, pero esa ocasión confieso haber estado de acuerdo con la idea de que todo sería mejor y que el nuevo destino que estaba siguiendo sería el principio de mejores tiempos. Pero aún que tenía la certeza de que estaba en el camino correcto, fue extremadamente difícil dejar mis raíces…Aun movido por una gran pasión.
Mientras el autobús se desplazaba hacia la salida de la ciudad, por la ventana empañada a causa de la llovizna que caía aquella tarde, veía todos los locales que durante mucho tiempo, fueron parte de mi vida. La plaza, las avenidas, la escuela, las personas que pasaban apresuradas, sujetando las sombrillas de colores cubiertas por la lluvia, que poco a poco blanqueaba el horizonte, en fin, un escenario perfecto para una despedida. Tal vez el cielo estaba llorando mi partida, al igual que mis ojos y mi alma. En aquel instante pensé que nunca más volvería a mi tierra. Por esa razón, grabé en mi memoria cada instante de aquel día que aun cuando mi vista se nublaba debido a la tormenta que caía en ese momento, pude observar y dar el último adiós al barrio donde había crecido y pasado muchos momentos que jamás olvidaría.
Por primera vez sentí que me estaba yendo realmente, ahora, el retorno, si es que lo habría, sería demorado, tal vez imposible! Todos esos pensamientos venían aunados al miedo de una nueva dirección que venía con la obligación sobre mis hombros de no fallar, de no decepcionar a las personas que estaban creyendo en mi éxito. Mis amigos y mis padres tenían en el fondo la esperanza de que adoptara un comportamiento normal ya que éste había estado fuera de los patrones que ellos querían. Yo creía que era un visionario, pero mis padres eran de otra época, jamás habían salido de la pequeña frontera.
Capitulo Diez
El Pescador de Sueños
Llegué a la ciudad de Rio Grande, en el litoral de Rio Grande del Sur el día 19 de Febrero de 1985, mi destino era la casa de mi tío por parte de mi madre, José, un hombre de gran sabiduría. Como muchos Jaguarenses había nacido pobre en el barrio Pindoramam uno de los más abandonados de la ciudad; a temprana edad dejo la localidad tratando de cambiar su mundo. Aprovechando la invitación de una de sus hermanas casada con un señor perteneciente a una de las familias más tradicionalistas de la ciudad portuaria de Rio Grande, abandonó lo malo y se acercó a algo nuevo, nunca más regreso a la ciudad fronteriza y no tuvo ningún problema para expresar que la pequeña ciudad de donde era no lo atraía ni un poco. Decía no tener nostalgia de la pobreza ni de la falta de oportunidades que fueron tan constantes en los primeros años de su existencia.
Yo estaba destinado a los mismos desafíos con los que había iniciado su vida: La falta de oportunidades y la búsqueda de nuevos horizontes. Por cierto no eran los mismos a los que él se había enfrentado hace 30 años atrás, pero si la misma forma de comenzar a buscar tan soñado cambio para la vida de éxito que tanto anhelaba.
Yo estaba cambiando, el país también. Eran nuevos tiempos, la dictadura militar se había deshecho. La presión popular de varios sectores de la sociedad era muy grande, el proceso de apertura política se volvió inevitable. Así mismo los militares dejarían el gobierno por miedo de una elección indirecta, aunque concurrieran solo dos civiles Paulo Maluf y Tancredo Neves. El pueblo tenía un nuevo comienzo y mi situación no era diferente: Como siempre, intentábamos ocultar los problemas y solo percibíamos lo satisfactorio.
De esa forma comencé una nueva vida, rodeado por personas cuyas costumbres no comulgaban con lo que yo había vivido hasta ese momento. Eso dificultaba cada vez más mi adaptación a esa nueva morada. Aunada a la situación de cambios drásticos, estaban las discusiones constantes entre mi tío y su esposa. Ella no tardó en atribuir mi llegada a una avalancha de discordias entre ellos dos. Seguramente con mi presencia mi tío, hasta ese momento dedicado solamente a ella, pasó a ponerme más atención a mí, destinando parte de su tiempo y ayudando a mi adaptación. Y eso no debió haber sido un motivo para las discusiones matrimoniales, su casa estaba siempre llena pues los dos daban clases de inglés a muchos alumnos y el transito en los corredores era constante, tan constate como las discusiones entre los dos.
Rápido aprendí que las personas que incomodan deber retirarse y yo estaba incomodando con toda aquella situación. Todo iba bien con los estudios de inglés, pero mi permanencia en aquella casa era imposible. Vivía por los rincones intentando de cualquier forma evitar el contacto con los ahí vivían. Poco hablaba con mis padres, la comunicación era muy difícil, pues ni ellos ni sus vecinos tenían teléfono. La carta era el medio más fácil pero tardaba días en llegar a su destino.
Fue cuando decidí dar un nuevo rumbo a mi complicada vida. Pero ese rumbo no podía ser mi regreso a la ciudad, no quería ser un Roque Santeiro, al menos por el momento, personaje de la novela de mayor éxito en Globo en aquellos días, así que decidí que saldría de la casa de mi tío, que hacia todo por evitar mi salida. Realmente fui una carga muy pesada en su vida – como escoger entre su mujer y un sobrino que apenas estaba comenzando? –
Después comprendí que su enseñanza fue la más acertada, mi vida todavía daría muchas vueltas y la de él seguramente también pues era una muy buena persona.
Aquella tarde tome mis cosas y abordé la barca que me llevaría a San José del Norte. Cuando llegue al mercado público, donde se vendían los boletos para la embarcación me di cuenta que todos estaban atónitos con las noticias de los diarios, que anunciaban la muerte del gran líder Tancredo de Almeida Neves, un hombre que hizo historia.
Iba a ser el primer presidente civil después de 20 años de dictadura militar. El llevaría a Brasil a la prometida nueva República, sería el organizador que gobernaría el país en su fase de redemocratización. No fue. Tancredo comenzó a morir exactamente en la víspera de la toma de posesión. Internado a toda prisa en el hospital de Base de Brasilia, murió 38 días después, la noche del 21 de abril de 1985. Todos acompañaban con gran atención, la agonía del político minero. Fue uno de los dos funerales más grandes de la historia nacional. Los noticiarios calcularon entre Sao Paulo, Brasilia, Bello Horizonte y San Juan del Rey, a más de dos millones de personas que vieron pasar el ataúd.
De esa manera asumió la presidencia de la república aquel que iba a ser el vicepresidente, un marenhense José Sarney, ex presidente de Arena un partido que gobernó durante el régimen militar. Una organización elegida y considerada hasta el día de hoy como una de las más complejas y bien sucedidas de la historia política del país. Se decía que Tancredo venía trabajando discretamente por su candidatura desde 1983.
Al año siguiente, con la derrota de la derecha, ya rechazada por el congreso; se fue ganando la simpatía de todos. Convenció a Ulysses Guimaraes a no recurrir al Colegio Electoral, conquistó el apoyo de Antonio Carlos Magalhaes y formó la alianza Liberal, que posibilitó la unión del PMDB con disidentes del PDS (sucesor de Arena) y dio cuerpo al PLF. Con Sarney de vice, derrotó a Paulo Maluf en la última elección indirecta del país. Tancredo venía de una larga carrera política, que inició a sus 24 años en San Juan del Rey. Se eligió concejal y enseguida presidente de la Cámara Municipal. Fue diputado estatal, diputado federal, ministro de justicia en el segundo gobierno de Getúlio Vargas, primer ministro durante el gobierno parlamentario, senador de Minas Gerais y gobernador de aquel estado. Participó en la fundación del MDB y del PP.
Sentí que aquel día quedaría marcado en la historia, todos lloraban y los lamentos eran generales. Las personas estaban aturdidas pero Brasil continuaba, y mi vida también tenía que continuar, en aquel entonces no entendía de política no era motivo para desanimarme ni para detener mi destino.
Así que hice la travesía y llegue a una pequeña ciudad que vivía de la plantación de cebolla y de la pesca, a un lado de Rio Grande. Debido a la escases de mano de obra, me emplee rápidamente, comencé cortando y amarrando cebolla en los almacenes. Fue donde conocí muchos pescadores, que en la espera del cultivo de camarón terminaban las labores en los almacenes, preparando los restos de la cebolla para abastecer el mercado nacional.
La época de pesca comenzaba en cuanto terminaba la de cebolla y todos partían rumbo a las embarcaciones pesqueras, incluso yo, que ya había conseguido tener muchas amistades; estaba a punto de aventurarme en las viejas embarcaciones de pesca y ahí permanecí en busca del camarón, ganando dinero sin tener donde gastarlo.
Estaba de vuelta en un mundo parecido al mío, personas sencillas, con historias que se asemejaban a las mías. Recuerdo bien las madrugadas, cuando salíamos para el mar, poco a poco me vienen los recuerdos, de los momentos en esa colonia, donde aprendí a saborear la famosa jurupinga, bebida típica de la región, pasábamos noches hablando de la vida y describiendo lugares nunca antes vistos ni por mi ni por ellos, recuerdo que aún en el invierno no se sentía frio, tal vez por el calor humano que era formidable. Los pescadores más viejos se sentaban a contar historias a los más jóvenes escuchaban atentamente, los cuentos de los viejos marinos que conocían el mar como pocos, siempre que veo el mar recuerdo aquellos señores de barbas abundantes y sus expresiones en sus caras.
Pero después de muchas aventuras, historias y mucho trabajo pesado, todo llegaba a su fin. Aunque permanecí poco tiempo en aquella colonia de personas puras y sinceras, casi sin notarlo había establecido una relación de cariño y de gran amistad.
Cuando no estaba en el barco, participaba en varias actividades de la pequeña sociedad de la villa, hasta un tiempo terminé jugando, todo eso hizo que la partida, a pesar de ser necesaria, fuera amarga. Sabía que jamás olvidaría aquel día ni a aquellas personas, pero tenía la frustrante seguridad que después de mi partida, no volvería a aquel lugar que me sirvió no solo como refugio y que me ayudo a reflexionar, sino también adquirí grandes aprendizajes con el contacto diario de aquellas personas humildes y humanas de Capivaras del Sur.
No había otra salida, era hora de partir, la nostalgia de mi familia, que en ese año aprendí a valorar tanto, era cada vez mayor. Ahora sin que yo lo creyera, estaba más listo que nunca para regresar a Jaguarão. Casi un año fue suficiente para demostrarme que no siempre lo que se dice es definitivo, empezando por mí ida a Rio Grande, donde llegué para quedarme en un lugar y acabé en otro, así estaba dispuesto a regresar a la frontera. Puede parecer poco, pero en un año las personas y la vida cambian mucho. Con esa esperanza regresé a la pequeña ciudad de donde había salido con lágrimas en el rostro, aquella tarde de lluvia.
Capitulo Once
El Regreso
En enero de 1986 estaba de vuelta en la frontera. Había pasado apenas un año y mi casa no parecía la misma: la pintura, los rincones, los muebles, hasta las personas que ahí vivían habían cambiado, lo cierto era que nada era igual, mas una cosa era clara, mi padre estaba envejeciendo, el precio de la lección que me quiso dar le costó mucho. Había en su rostro una mezcla de culpa, arrepentimiento, impotencia, en fin, de todos, él era el más incomodo con toda aquella situación, estaba convencido de que había perdido a su único hijo varón y por más que se esforzara, jamás lo recuperaría.
Ese fue el sentimiento que por algunos días estaba en la mirada de mi padre, pero no era el mismo que yo cargaba. No tenía ni un poco de rencor o disgusto con todo lo que había sucedido, lo enfrentaba como una situación normal y como de costumbre, procuré quedarme con todo lo bueno de cada momento que había vivido ese año. Algunas semanas después, todo regresó a la normalidad, mi padre se reencontró con su paz interior y su mirada de culpa se fue desvaneciendo, dándole lugar a la mirada serena y confiable de siempre. Cada que veía a mi padre, me prometía a mi mismo hacerlo sentir orgulloso de mi, ese era un compromiso que guardaba solo para mí.
Dos meses después estaba trabajando nuevamente, mi cuñado me ayudo a entrar a una ebanistería donde se reparaban muebles antiguos, ahí permanecí los siete meses más monótonos de mi vida. Me di cuenta que ya no era más asunto de mi familia el que yo no me moviera y me mantuviera quieto día a día y el año de 1986 paso casi sin registrarse, salvo por las fiestas en los clubes que había vuelto a frecuentar en la ciudad, era el Dance Star, donde era la principal diversión de los fines de semana. Ese fue un año de amores sin compromisos y de fiestas, como un buen trabajador solo los fines de semana claro!
Para mi silenciosa e interna frustración, ese año pocas veces me acerque al viejo puente de las torres pálidas, como lo llamaban las dos imponentes aduaneras de los dos países. Pero un nuevo año estaba por comenzar y sería el último antes de que entrara al ejército, el gran sueño de mi padre. El lugar donde había estado trabajando en los últimos doce meses estaba por cerrar, arreglar los muebles no atraía más a las personas debido a las grandes fábricas de la región de la sierra, que vendían muebles a muy buen precio, volviendo imposible competir con ellos en el mercado.
Estaba una vez más desempleado, obligándome a pasar el último año antes de entrar al ejército en trabajillos y empleos que surgían en los almacenes de los ingenios azucareros era la única alternativa pues no había mucho que hacer además de trabajar en las calderas colocando sacos de arroz en los secadores. Fuera de esos servicios, la agricultura era la única opción, como sabía que todo era temporal, no guarde casi nada en aquel año que estuve en la espera de la entrevista para sentar plaza, como decía mi padre.
Hasta hoy me sorprendo a mí mismo, cuando recuerdo los días que pase con extrema paciencia. En aquellos momentos me conocía muy poco, por lo mismo no podía mantenerme en paz, ni acomodarme en ningún lugar, alineándome con el mundo de mi alrededor. Escondido en las granjas, castigado, poco iba a la ciudad, de vez en cuando salía para ir a alguna fiesta. En esas ocasiones intentaba resistirme a la sombra de los últimos años y volvía al anonimato con la esperanza de que algún día todo terminara.
Capitulo Doce
El Comandante
El año de 1988 era muy prometedor en mi vida, estaba convencido de que aquel que hubiera pasado por todo lo que yo había pasado no tendría ningún problema en las filas del ejército y el gran día había llegado, mis ojos brillaban otra vez, recuerdo lo importante que era el tener la oportunidad de servir. Seguramente muchos de los que estaban ahí esperando el aviso de quién se quedaría o quien sería despedido, sentían lo mismo que yo.
No pasó mucho tiempo para que entrara un hombre, con un uniforme impecable; tenía sobre sus hombros algunas estrellas y sobre todo el respeto de todos los que nos cuidaban en la fría sala de selección de conscriptos, como nos llamaban. Con una lista en las manos fueron llamando nombre por nombre a todos los que estaban presentes. Cada que nombraban a uno, mi corazón latía más fuerte. Después de un rato estaba realmente desesperado y al fin mi nombre fue pronunciado; pero solo para la reserva, pues el contingente había sido excedido. Mi garganta estaba seca, pero aún así reuní fuerzas y le pregunté al hombre casi intocable que era lo que necesitaba hacer para poder servir al Ejército Brasileño. Me miro con desprecio pero al mismo tiempo con cierta admiración por el coraje que mostraba con tanto ahínco, le pidió a uno de los militares que estaba detrás de él, que me llevara a su sala y que permaneciera esperando su llegada. Cuando me dirigía acompañado por el militar tenía la certeza de que una nueva esperanza había surgido, mi fe era monstruosa, no me permitiría desistir. Aquel lugar era el inicio de mi nueva vida. En cuanto entre a la sala, observé que en la pared había fotos y certificados del hombre al que momentos antes había abordado, se trataba del comandante de la unidad, Mayor Edson Shualb.
Permanecí en aquella sala por largas horas ensayando mí guion con el fin de convencer a aquel hombre de lo importante que era para mí llegar a casa y decirle a mi padre que había sido aceptado por el ejército. Casi al finalizar la mañana, mi dilema estaba por acabar, se escuchaban las pisadas fuertes por el estrecho corredor, indicando la tan esperada llegada del comandante, que sin dar tiempo a las presentaciones me dio el motivo por el cual no estaba mi nombre en la lista de los convocados. Con una voz áspera y fuerte, me informó que la policía federal tenía restricciones en cuanto a mi ingreso a las barracas por tratarse de alguien que practicó el contrabando entre los dos países. De manera seca me preguntó si tenía algo que declarar. Si existe un día de inspiración, estoy seguro que aquel día fue uno de ellos. Ni yo mismo me reconocí, las palabras fluían de mi garganta como quien canta algo muy conocido. Sin pestañear, declaré que estaba ahí para servir a mi patria, porque era mi voluntad y voluntad de mi padre. Pedí que no me juzgara sin darme la oportunidad y le afirmé que si mi ingreso en las filas del ejército era aceptado, no lo decepcionaría. Casi perplejo e intentado simular un rostro sensato, pidió que esperara en la sala contigua. En aquel momento me di cuenta que había superado mi primera etapa. Poco después otro militar cuyo nombre jamás olvidaré Esqueffe, un sargento bonachón, me llevó a una fila enorme en la que esperaría a que me entregaran mi uniforme y los materiales de higiene. Al fin estaba en el Ejército Brasileño.
Capítulo trece
El Militar
Un tiempo nuevo estaba delante de mi vida, el primer mes de adaptación fue muy complicado ya que el internado era obligatorio. Estar lejos de la familia, que para muchos era un martirio, para mí era tan normal que me dedique a orientar y a consolar a los que no se separaban de sus hogares habitualmente. Para suerte de todos nos dieron dos días de licencia para pasarlos junto a nuestras familias. Mi regreso a casa ese viernes fue triunfal.
Mi uniforme estaba impecable, pase la noche planchando los pantalones y la casaca, mi presentación tenía que ser la mejor para mi padre, él era mi verdadero comandante, y la razón de todo aquello. Tarde horas para quitarme el uniforme, era como si esa ropa verde olivo fuese un trofeo por todo lo que había pasado antes. Confieso que no quería que aquel momento terminara, ver en los ojos de mi padre ese brillo de orgullo era inexplicable. Sacamos fotos de esa tarde, la vida me había dado una tregua, finalmente, los tiempos buenos estaban ahí, frente a mí, era como si todo iniciara de cero, era el hijo que todo padre quería tener.
Mi pasión por toda aquella situación me llevó a un comportamiento ejemplar en el cuartel. Cuatro meses después de aquella tarde, me estaban promoviendo a Cabo del ejército. Lo más curioso es que mi promoción fue anunciada por la radio de comunicación de tropa ya que estaba en un ejercicio en Saica, un campo de entrenamiento próximo a la ciudad de Rosario del Sur. De esa forma regresaría con una situación privilegiada.
Tan pronto regresé a mi pequeña ciudad, algunos amigos que se habían quedado en el cuartel, me esperaban con el uniforme nuevo ahora con insignias bordadas. Era mi primer puesto por haber quedado en primer lugar en la clasificación general del curso. Por ironías del destino, quien me dio el diploma era el mismo sargento que me acompañó a recibir mi uniforme el primer día. El comandante al felicitarme, respiró aliviado al no haber cometido una injusticia cuando estaba en sus manos. Ese día era la recompensa de aquella decisión, pero guardando su posición de oficial, no dijo nada, no necesitaba decirlo, lo veía en sus ojos.
Aquella mañana cuando regresaba a casa gozando de una licencia la cual era más que justa, pasé por enfrente de la Policía Federal, que quedaba camino al barrio donde vivía. Desfilé frente a la estación con un gran garbo, ensanche el pecho, desfilando con mis nuevas insignias, demostrando que todos tenemos el derecho a una oportunidad, hasta el día de hoy no sé si alguien me vio cuando pase por ahí, pero lo que hice fue suficiente para lavar mi alma, me sentía ligero.
El año de 1988 estaba a mi favor. Permanecí en el ejército con un comportamiento ejemplar. Tres meses después recibí el honor al merito del Octavo Escuadrón de Caballería Motorizada, pero aún había sorpresas por venir. Aquel mismo año, el gobierno federal hizo un decreto disminuyendo el contingente a las unidades del ejército. Esta medida me cayó como una bomba, debido a mi antigüedad estuve en la lista de los que serían excluidos del servicio militar. Esa semana estuve desorientado, hablé con todos mis superiores, argumentando mi buen comportamiento, pero mi salida era inevitable. Intenté alguna transferencia, pero todas las unidades estaban en la misma situación. Fue cuando supe que ese mes el ministro del ejercito General Leonidas Pieres Gonçalves visitaría la unidad de la frontera. Aunque sabía que el reglamento no permitía que un militar de bajo rango hablara con un ministro, esa era mi única oportunidad. Así que trate de hablar con un viejo cabo que generalmente declamaba y hacía presentaciones artísticas cuando venían a la unidad visitas importantes. No había de otra: el cabo Gulherme, trovado, como era conocido estaba ensayando para hacer una presentación de cultura gaucha para el ilustre visitante. Me ofrecí para hacer el fondo musical de sus poemas. Desde muy chico tocaba la guitarra, el viejo cabo tenía mucha admiración por mi música y aceptó de inmediato. Ya tenía la manera de pararme frente a la autoridad mayor, ahora solo dependía de la suerte para interpelar al poderoso general.
El sábado por la mañana, el día 22 de diciembre para ser exacto, el circo estaba montado y ahí estábamos. Después de una graduación estresante, de una hora y media, nos fuimos los dos para el casino de los oficiales, donde se celebraría el almuerzo y la presentación cultural de Rio-Grandese. Una vez que las autoridades estaban acomodadas, comenzamos la presentación. Confieso que hasta el día de hoy no recuerdo mucho de aquella cena. Lo que recuerdo es que no veía más allá de mi frente, en aquel momento solo pensaba en mi padre en cómo le iba a dar la noticia de que dejaría el ejercito. De repente, todo había terminado, mi falta de concentración hizo que mi acorde final fuera pésimo. Recuerdo que sudaba frio, todo pasaba muy rápido, todas las miradas de los oficiales, el cabo, casi encorvado, se presentó y apuntó en mi dirección, -un agradecimiento a mi acompañante-. Faltaban pocos segundos para vivir o morir, así percibía aquella situación. Fue cuando el comandante mayor de Brasil, de una estatura imponente, me pidió que cantara el himno de la caballería acompañado por la guitarra. Me llevé un susto y después pensé: “Esto no estaba en el ensayo“. Ordenes son órdenes y más tratándose de un general que aparte de todo podría arreglar mi vida, así que toqué “Arma Ligera “, como se intitula la canción de la caballería. Algún santo estaba de mi lado en aquel almuerzo, no tengo la menor duda de eso, creo que nunca había tocado mejor y lo más impresionante es que después de aquel día nunca más repetí aquella canción. Confieso que el general no murió de amores, pero el coronel de caballería que lo acompañaba lloró con mi interpretación.
Después del cierre, el sentimental coronel me preguntó que cuanto tiempo tenía en la tropa. Era todo lo que necesitaba, fue la respuesta más rápida que había dado en toda mi vida: “Desde hace un año, pero me gustaría quedarme toda la vida”. Mi comandante se sonrojó y dejó de respirar por unos instantes, pero todos los que estábamos en la sala escuchamos al general en aquel momento, el más esperado por mí:” Y permanecerá el tiempo que quiera, el ejercito necesita de talentos. O no Shualb?” Mi comandante engulló en seco y dictó sentencia: “Con certeza, general”.
Aún así a finales de diciembre fui dado de baja, mi martirio comenzó de ahí en adelante. 1988 había terminado y ya estaba en los primeros días del año, que cada vez pasaban más rápido. A finales de enero, comencé a perder las esperanzas. Fui varias veces a la unidad donde había servido, nada más no encontraba respuesta alguna. Mi familia y amigos me cobraban constantemente la promesa que yo mismo les había hecho de regresar al ejercito. Esas cobranzas como de costumbre, eran hechas con aire de desconfianza. Todo lo que había hecho hasta entonces no había sido suficiente para reconquistar la credibilidad de aquellos que me acorralaban. Y como si no fuera suficiente, aquel mes me enteré de que la mujer con quien tenía una relación estaba embarazada de tres meses. Esa bomba arrasó con mi vida. Apenas con dieciocho años, estaba próximo a ser padre, resultado de una relación con una mujer de 29 años!! Cuando lo supe, comencé a trazar varios planos en mi cabeza y todos me llevaban a salir de Jaguarão, todo era aterrador, ni siquiera sabía lo que era ser padre, un miedo me sofocaba como si hubiese cometido un gran error, después comprendí que ser padre podía ser todo, menos un error.
Fue cuando me enteré que un gran amigo de la infancia, Eduardo, estaba dispuesto a iniciar una vida en Mato Grosso del Sur. Había muchas tierras fértiles y mucho trabajo. Un estado extremadamente nuevo en el centro del país. El mismo día en que platiqué con mi amigo, confirmamos nuestro viaje. Vendimos todas nuestras pertenencias para poder encarar el camino al estilo mochilero y de aventón. Vendí mi bicicleta, ropa y algunos utensilios que había comprado en los últimos años y partiríamos en diez días. Recuerdo que me quede con pocos cambios de ropa y mi guitarra, mi fiel compañera.
Conseguimos juntar una sustanciosa cantidad de dinero de esa manera podríamos poner en práctica nuestro objetivo, el viaje. Comencé entonces a esperar con ansiedad el día de la partida. Dos días antes de salir, estaba sentado en frente de mi casa, intentando encontrar la manera de darle la notica a mis padres, cuando como por milagro, se apareció un jeep del ejercito que se estacionó justo en frente de donde yo estaba con dos ocupantes. De inmediato me di cuenta de que se trababa de algún asunto relacionado conmigo. El sargento estaba sentado en el lugar del copiloto, tenía en sus manos un sobre, me lo entregó y al abrirlo me llevé la gran sorpresa de que era el edicto para reincorporarme al ejército. Me quedé perplejo. El oficio decía que tenía que presentarme en 24 hrs en una unidad de la capital de estado.
Mi dilema era enorme nuevamente, no tenía el valor de decirle a mi amigo que el dictamen que tanto había esperado y pedido a Dios durante días al fin había llegado, pero no tuve elección. Lo que sería ruin para mi amigo, era lo que yo tanto esperaba. Delante de esa situación, trate de ayudarlo y de alguna manera eximirme de cualquier culpa, le di junto con la mala noticia, todo el dinero que había juntado para el viaje. Me quede solo con el dinero del pasaje para Puerto Alegre y con la alegría de mis padres y de toda la familia.
Capitulo Catorce
La Capital Gaucha
A principios de febrero de 1989, estaba en Puerto Alegre. Llegué de madrugada, descendí del autobús y vi frente a mí una ciudad enorme, todo era gigantesco. Las calles, viaductos, el brillo de las luces que aparecían por millares. En el oficio que me habían entregado se explicaban todos los detalles de donde me tenía que presentar. Caminé hasta la avenida Salgado Filho. Aquella madrugada el dicho de “preguntando se llega a Roma“ fue fundamental a mi llegada. Media hora después de haber salido de la estación ya estaba en la parada del ómnibus que me llevaría hasta el Barrio Serraría. Fueron cincuenta minutos andando y la ciudad no terminaba.
Estaba completamente impresionado, ya que en mi pequeña ciudad, diez minutos eran suficientes para cruzarla de un lado al otro. Casi al amanecer, la persona encargada de cobrar, muy simpático por cierto y cuyo rostro tengo aun en mi memoria, me toco el hombro avisándome que el doceavo escuadrón de caballería estaría en frente de la próxima parada. Después de agradecer, baje y me dirigí al gran portón del cuartel.
Ahí estaba el sargento, su nombre era Sadi, un militar calvo de estatura mediana que estaba intentando detener a una pareja que literalmente se estaban abofeteando enfrente del guardia. Sin poderme dar suficiente atención, me pidió que esperara mientras resolvía el problema. La unidad de la cual formaría parte estaba situada a un lado de un barrio que se caracterizaba por sus alborotos y desordenes.
El cuartel era una especie de socorro para toda esa gente, ya que la policía – lo supe más tarde – no se atrevía a entrar de ninguna manera. Después de haber resuelto el problema, el sargento se dirigió a mí con un aire muy simpático se presento y me condujo hacia donde me alojaría. Aquella noche, o día, ya que estaba por amanecer, no logré pegar el ojo, así que me levante temprano y me presenté a mi nuevo comandante.
Todo fue muy rápido, ahí estaba nuevamente uniformado e incorporado al ejército Brasileño. Estuve el primer año en la capital del estado sin regresar a la pequeña ciudad de Jaguarão. Estaba transformando mis pensamientos, todo había cambiado radicalmente, mi cabeza estaba abierta para el mundo. Tantos cambios que me marcaron, todo lo sucedido hizo que fuera un año difícil de olvidar.
Brasil pasaría por la primera elección directa para presidente, después de 29 años, una generación entera experimentó el sabor de empuñar la bandera de su candidato, de gritar en los comicios en los centros de todas las ciudades y aún de discutir de política, sin problema alguno, saboreando un trago en los bares. La gran revelación fue Fernando Collor, que venía de Alagoas prometiendo cazar a todos los marajás del país. Mientras los adversarios Lula y Leonel Brizola se agredían sin parar y Enéias Carneiro, candidato del PRONA, hacía que Brasil se doblara de la risa con su logotipo “mi nombre e Enéias”.
El entonces desconocido gobernador de Alagoas lanzaba una campaña millonaria que lo llevaría a la segunda vuelta, disputando la presidencia con el candidato petista Luis Inácio Lula da Silva. Collor salió vencedor con el 42.25%, cerca de treinta y cinco millones de votos, contra treinta y un millones del candidato petista. Dentro del cuartel estaba acompañando la historia del país que se transformaba rápidamente en una nueva nación democrática, y los cambios eran gigantescos, pero aún había mucho por cambiar.
Por otro lado mi vida se resumía en nostalgia que sentía de todos, en aquel tiempo apenas me comunicaba por medio de cartas o por medio de un vecino de mis padres que habían instalado el primer teléfono de mi barrio. Curiosamente hasta el día de hoy recuerdo bien aquel número, 261-2310. Por esa línea mataba la nostalgia y descubría cuán importante era el convivio con mi familia. No tarde mucho en hacer nuevos amigos y acercarme a una chica que vivía en las proximidades del cuartel. Una relación que resultaría una de las joyas más preciadas en mi vida.
En esa época; que para mi sorpresa, un día me mandaron llamar para que recibiera a un sujeto que decía ser mi hermano mayor. Recuerdo haber brincado alegando que se trataba de una burla, yo que solo tenía una hermana que por supuesto no dejaría Jaguarão para trasladarse a la lejana capital.
Cuando llegué a la entrada, me di cuenta de que realmente alguien me estaba esperando. Recibí al individuo en una sala destinada a las visitas. Le pregunté de qué se trataba. El afirmó que era mi hermano. La revelación me cayó como bomba. A pesar de que su parecido conmigo era impresionante, yo tenía la certeza de que mi padre no tenía otro hijo. Creí que algo estaba mal. Así que escuché a aquel joven cuyo nombre era Luiz Henrique y se decía mi hermano. Acomodado en un banco de la sala, habló conmigo durante más de tres horas, mientras más hablaba, narrando mi verdadera existencia, más me asustaba, eso que en un inicio pensaba que era imposible gradualmente fue cambiando mi pensar mostrándome una realidad.
Las evidencias iban dejando todo cada vez más claro y sus historias no solo eran verdaderas sino también catastróficas. Fue cuando me di cuenta de que de cierta forma algunos sucesos de mi infancia iban al encuentro de lo que estaba escuchando. Las discusiones con mi hermana mayor cuando ella aseguraba no tener la misma sangre, la desesperación de mi padre que le pedía que callara la boca. Todo comenzaba a encajar, pero en mi defensa, formé una barrera inconsciente que no me dejaba ver en mi infancia la verdad: era un hijo adoptivo.
Mis padres, que pasaron a ser de biológicos a adoptivos fueron perfectos y cuidadosos en el arte de ocultar la verdad sobre mi nacimiento. Bastaron tres horas para que él me revelara la verdad. Antes de preguntar sobre mi verdadero padre, como una avalancha recibí la noticia de que jamás lo encontraría, pues había muerto cuando yo tenía solo un año de edad, víctima de un accidente ocasionado por un temporal en el año de 1970 que había destruido una buena parte de la ciudad de Santa Victoria de Palmar. Mi madre biológica, solo un año después de la tragedia, perdió a su hijo mayor el cual había quedado como responsable de la familia. El hermano que no conocí había perdido la vida en un accidente con un tractor en una granja de arroz en Taim, propiedad del señor Lauro Ribeiro. Por esos acontecimientos, me dijo mi hermano, que estaba sentado frente a mí, que mi madre, sin opción, entregó a todos sus hijos a una institución. Fue cuando supe que además de él, tenía seis hermanos más de los que yo jamás escuché. Por esa razón, nos separamos todos. Aquella tarde me había buscado pues era el último al que había encontrado. Veintitrés años!! Y estaba frente a mí la verdad narrada en hechos y acontecimientos.
Ya no sabía cual era mi verdadera existencia. Después de todo el relato, mi hermano que ya había pasado por una situación similar, me dio el derecho de escoger: continuaba con la mentira de toda mi vida o aceptaba la verdad de los hechos e iba al encuentro de mi progenitora que me esperaba desde hace mucho tiempo. Entonces decidí ir al encuentro de mi madre.
Ese mismo día solicité permiso para viajar a Camaquã, no solo para conocer a mi madre biológica, sino también para juntar los hechos e ir al encuentro de mi verdadera historia. Llegamos a Camaquã al anochecer. Mi hermano no le había contado a mi madre que iría a buscarme y llegué dándole una verdadera sorpresa. Lo pensé varias veces antes de entrar por el portón de la casa del pequeño suburbio de la ciudad, era el momento de saludar a mi vida, realmente debía mover algo que estaba en paz? Pero era demasiado tarde ya estaba frente la casa, así que me acerqué a la puerta y toqué tres veces, esperando que alguien atendiera.
No tenía idea de cómo era mi madre, rasgos, sonrisa, voz, no tenía siquiera noción de cuál sería el sentimiento hacia ella, ya que no sentía ningún afecto por esa mujer, que en cualquier momento abriría la puerta. Mis pensamientos estaban en lo correcto: al ver aquella persona frente ami, me di cuenta que por más que quisiera no había sentimiento alguno, nunca supe de su existencia, al contrario de ella, que entre llanto me tocaba como si no diera crédito a lo que veía. Pero ella sabía que el que estaba ahí era su hijo, el tiempo parecía no haber pasado, era el mismo niño que ella había abandonado 23 años atrás.
Mi elección fue entrar a una nueva vida, una nueva familia, y sabía que desde aquel momento coleccionaría más alegrías y tristezas. El sentimiento y la intimidad vendrían con el tiempo, ahora tenía dos familias.
Después del encuentro, de conocer a uno por uno a los nuevos parientes, regresé a Puerto Alegre. No hice promesa de regresar, tampoco me recriminaban mi actitud. Todo estaba muy reciente, ambos estábamos reservados, lo mejor era que dejáramos que la vida siguiese su curso normal.
Llegué a mi casa aún aturdido con las recientes revelaciones, pero pronto todo volvió a la normalidad y mi vida continuó sin grandes cambios. El lunes ya estaba de nuevo en listas, ese día iniciaría a dar clases de guitarra en una asociación comunitaria en la zona sur, todo estaba bien. La guitarra en ese momento como en muchos otros fue fundamental para mi adaptación en la vida social de la capital. Paralelo al servicio militar, al cual siempre le agradecí por haberme dado la estructura que tanto necesitaba en mi juventud, siempre tuve la música de mi lado. Algunos meses después de mi llegada, estaba participando en festivales en centros de tradiciones gauchas.
Ahora mi vida profesional continúa viento en popa, año tras año, dentro de casa, mi vida personal entraba en crisis constantes en mi relación. Terminé viviendo en casa de mi suegra, dividiendo mis problemas conyugales con toda la familia. El tiempo fue desgastando y rompiendo cualquier posibilidad de seguir con la vida que estaba viviendo, no tenía historia. Ya habían pasado casi cuatro años, mi rutina era del cuartel a la casa y viceversa, salvo por los festivales y bailes a los cuales siempre terminaba yendo solo, debido a las discusiones infernales que existían. Así, llegue al punto de ver la separación como única alternativa coherente aunque a pesar de todo la soledad no era tanta, sentía nostalgia de mi tierra, de mi familia y de todo lo que había dejado unos años atrás.
Pero esa misma soledad ayudó significativamente a cambiar mi decisión y a seguir por un corto tiempo con esa relación que estaba completamente desgastada. Pero en ese tiempo, fue cuando supe que Ana Paula estaba embarazada, aún sabiendo del embarazo, me separé definitivamente, pues se volvió imposible mantener una convivencia sana y me di cuenta que estaríamos mucho mejor separados como amigos que como casados. Fue aquel día que aprendí: “Lo que mal empieza, mal acaba”. Un año antes había conocido a mi primer hija, Thuany, que no vi nacer y no pude opinar sobre su nombre. Su madre se había casado, y solo pude conocerla años después. Esa experiencia me ayudo a hacer todo diferente con mi nueva hija que estaba en camino. Y así acompañe a Brenda siempre muy de cerca, dándole cariño y amor, aún estando separado de su madre. Brenda nació y se encariñó cada día más aun sin vivir en el mismo hogar.
Una fase más de mi vida había pasado. Ahora estaba más maduro y comenzaba a ver que el amor y la pasión son casi siempre pasajeros, así como mi amor al uniforme que también estaba definitivamente desapareciendo. En esa época forme un grupo musical y mi atención estaba totalmente enfocada a la banda. Fue cuando decidí, contra todos, desistir de la carrera militar. Renuncié al ejercito, deje muchos amigos, pero también me quité un peso de encima, pues sabía que por primera vez en mi vida estaba preparando algo que realmente quería hacer. Y lo mejor: Sin necesidad de preocuparme por nadie ni de dar explicaciones de mi destino, nunca fue un secreto para nadie y mucho menos para mí, que mi entrada al ejercito fue para satisfacer a mi padre y a mi familia y las cosas así nunca funcionan.
Capítulo Quince
El Músico
En cuanto deje el ejército, me metí en cuerpo y alma a la vida musical. Durante los últimos meses en los que permanecí en el ejército, fui formando una banda con algunos amigos que había conocido en el medio musical. Ahora, pudiéndome dedicar a la vida artística, trate de formar un conjunto, y seis meses después estábamos lanzando nuestro primer LP. Hubo una afinidad muy especial entre los compañeros que tocaban conmigo, Cristiano, el bajista de la banda, Leandro el gaitero y Luiciano Pecou el baterista. Vivíamos juntos en una pequeña casa en el barrio Ponta Grosa, en la zona sur de la capital.
Con una velocidad espantosa, la banda comenzó a hacer shows con gran éxito en muchas ciudades de Rio Grande del Sur y Santa Catarina. En el primer año, la agenda llegó a estar sin espacio, todos los empresarios quería contratar al grupo “Alma Gaudéria”. Nuestra primera grabación con la productora Raíces Discos con el sello de Continental acordó la venta de 10 mil copias en solo 30 días. Nuestro conjunto estaba formado por jóvenes hasta 25 años, y esto atraía a los adolecentes y a los simpatizantes de música alegre y bien tocada.
El éxito que había llegado rápidamente traía discordia y disputas internas. Yo era el socio mayoritario de la banda, había usado toda mi indemnización del cuartel para invertir en equipos importados. Por esa razón, las decisiones la mayoría de las veces terminaban siendo mías. Por todo eso, fui acumulando antipatía de los integrantes. A pesar de todos esos problemas, jamás encontré en ninguna otra cosa esa magia de estar en el palco. Era como si todo fuera alegría – entre el micrófono y el palco no existía crisis. Puedo afirmar que me sentía un rey comandando a sus súbditos. Todo eso hizo que a pesar de todas las dificultades, jamás olvidara los momentos de plenitud y magia que viví con esa banda.
Frank y Alex, dos hermanos que también integraban la banda, dieron el puntapié inicial para la destrucción del grupo. Estoy consciente, que todos teníamos nuestra parte de culpa, la discusión por banalidades y por ego era inimaginable cuando estábamos en asenso. Quieres conocer a alguien? Dale el poder de la fama. De esa forma nos quedamos en asenso solo un año, y todo se desmoronó. Todo el dinero que habíamos ganado estaba reinvertido en un autobús y en instrumentos. La división de los bienes fue un infierno, pero aún así valió el precio que pagué por escuchar mi voz en la radio, dando alegría a tanta gente. Fue en esa época de discusiones y disputas personales que conocí a una gran amiga, Jacira, con seguridad una de las personas más increíbles que he encontrado. Fue ella que me dio fuerza en uno de los momentos más difíciles de mi vida.
Había dejado una carrera brillante para ir en busca de lo que realmente era mi pasión y luego en el primer intento no conseguí controlar la situación, quedándome una vez más solo. Así que se hizo la repartición y aún tocando nuestra música en la radio, decidí partir para Santa Catarina, donde alquilé un restaurant en sociedad con un amigo en la playa de la laguna, y permanecí ahí toda la temporada. Mi hija Brenda, que ya tenía 4 meses, fue internada de emergencia con meningitis en el Hospital General de Puerto Alegre. En cuanto recibí la noticia, vendí mi parte del restaurant que unos meses atrás había comprado y regrese a Puerto Alegre. Me sentía un gitano como siempre con la guitarra, mi compañera inseparable. Mi hija permaneció veinticinco días internada, de los cuales veintitrés permanecí a su lado, haciendo que esta fuera la primera vez que me apegara tanto a alguien. Y ahí estaba nuevamente en Puerto Alegre, feliz, pues mi hija, mi gran tesoro había nacido de nuevo.
Capitulo Dieciséis
El Prefijo
Desempleado, sin dinero, era la situación en la que me encontraba en el año de 1995. De esa manera acepté la invitación de mi gran amiga Jacira que me ofreció una habitación que tenía al fondo de su casa en el Barrio Guarujá. Sin mucha opción, comencé a tocar en algunos bares nocturnos de la capital, situación que me incomodaba mucho. Un día un gran músico, con shows para miles de espectadores, ahora tocando para una media docena de personas, pero así es la vida, y lo peor aún estaba por venir. El dinero que ganaba tocando en la noche, no era suficiente para mis gastos.
Como siempre, descarté la idea de regresar a casa de mis padres, acabé conduciendo un taxi. De un día para otro, ahí estaba, un taxista en Puerto Alegre. Mi caída venía demasiado rápido, pero aún así nunca me deje vencer y encaré la situación de la mejor manera posible, excepto cuando algunos de los que frecuentaban los grandes shows en los que había participado subían en mi taxi – mío, por así decirlo, pues la verdad no era más que el funcionario del propietario del automóvil-. Nunca supe si la impresión era mía o del pasajero, pero el hecho es que el desagrado era enorme. Pero todo en la vida tiene una adaptación y yo sabía que todo aquello era temporal. La experiencia que adquirí en esa época, al transportar drogados, psicópatas, maniacos y personas de educación ejemplar fue fundamental para el proceso de aprendizaje de la vida. Seis meses, ese fue el tempo que conduje durante las madrugadas los famosos naranjitas, color de los taxis de la ciudad de Puerto Alegre.
Durante todo ese tiempo, permanecí viviendo en Guarujá y ya tenía año y medio sin visitar a mi familia. Cuando tenía la oportunidad de hablar con mi padre siempre le vendí la imagen de éxito absoluto en la capital gaucha. Recuerdo que en esa época me encontraba en extremas dificultades financieras, opté por cambiarme de Guarujá a una pequeña choza en Chapéu do Sol. Por increíble que parezca, después de tantos años era como si hubiese regresado a las granjas, ya que el baño de la pequeña habitación que media cuatro por cuatro, quedaba al fondo, como en las antiguas localidades rurales. El alquiler era solo un tercio del salario mínimo, que en esa época era bastante para mí que ni siquiera ganaba dos. El mercado laboral era cruel, con solo la séptima serie de primer grado, las oportunidades eran escasas y por así decirlo mínimas ya que no tenía tiempo de regresar a los estudios, solo me quedaba el submundo de la mano de obra.
En esa época, tenía que agradecer a Dios por tener la licencia de conductor del ejército, de lo contrario, estaría en alguna obra como asistente de albañil. El taxi era deprimente, pero era un servicio en la mayoría de las veces tranquilo, excepto cuando se encontraba en el camino algún tomado o un rufián drogadicto al final de la madrugada. Mi prefijo, que jamás olvidaré, era 2341, ese prefijo que solo duro medio año y quedo marcado para toda mi vida.
Capitulo Diecisiete
La Campaña
1995 estaba terminando y no veía muchas razones para festejar, excepto por el evento de cambio de año en el que conocí a un Goiano que estaba en Rio Grande del Sur desde hace siete años, un ex vendedor de materiales para construcción que había estudiado Derecho, Doutor Sebastião de Araújo Melo, fanático peemedista, que me invitó a su campaña para la Alcaldía de la capital. No me hice del rogar, mi situación no me lo permitía, de inmediato me puse a disposición para mi contratación en el proyecto. Y claro que el contrató más a mi guitarra que a mí, pero en tiempo de vacas flacas, valoré a mi compañera, ya era una gran noticia, y así comenzamos los primeros días de 1996 a estructurar el directorio metropolitano de PMDB. Melo también era conocido por su poco afecto a su correligionario y gobernador del estado, Antonio Brito.
Mi experiencia en política se resumía a la seguridad de la bandera de Brasil para el presidente João Batista Figueiredo, pero ahí estaba yo. Conseguí con mi bella amiga de todas las horas, Jacira, un traje y unas corbatas que su padre ya no usaba, tenían como cincuenta años. Al menos esa era la apariencia de las corbatas satinadas. Yo, un auténtico Tavanés, portando ese traje con aroma a naftalina, me sentía un ejecutivo muy exitoso. Lo más increíble de todo eso, era que aquella tarde, mientras boleaba mis zapatos, percibí un nuevo horizonte frente a mí. Aparte de mi casaca, esa era la primera vez que usaba un traje y que importaba muy poco si los hombros estaban caídos debido al tamaño, era muy notorio que no era mío.
Comencé como auxiliar en la secretaria política del partido, pero terminaba mis noches de fin de semana tocando para los grandes políticos de Puerto Alegre, ganando un poco más y probando el alimento de la dignidad. Regresé a los estudios, me inscribí en el suplemento unificado situado en la Avenida Alberto Bins. Recuerdo que muchas veces me dormía en plena clase, pero muchos colegas vivían la misma realidad, el cansancio después del trabajo diario era incontrolable. Una fuerza de voluntad y el apoyo de los amigos fueron fundamentales y en poco tiempo estaba graduado. Doblar mis noches estudiando valió la pena.
Luego conseguí rentar una casa mejor, ya tenía un carro para moverme, que aunque fuera de mi jefe la mayoría de las veces me quedaba con él. La vida me había dado nuevamente una tregua; mesa, teléfono y condiciones de frecuentar buenos ambientes me inyectaron de nuevo autoconfianza, la cual es fundamental en la vida. Fue así que llegué a mayo de 1996, mes en que comenzaría la campaña para la alcaldía. Nuestro candidato era Paulo Odone, conocido dirigente de futbol que se eligió diputado estatal apoyado por la afición del Gremio de Puerto Alegre. Entré a esa campaña con toda la fuerza posible y cada día que pasaba veía que todas las cosas que había hecho antes eran solo detalles de lo que estaba haciendo en ese momento.
Mi vida era sin lugar a dudas la política. Mi labor en la campaña del alcalde era la de coordinar a los pintores y a los que pegaban la publicidad impresa en los muros, dicho sea de paso, uno de los cargos más humildes en una coordinación de campaña, aún así me sentía como si fuera el coordinador general, Sebastião Melo aunque perdió, había peleado por un lugar en el magistrado y mi candidato a alcalde ocupó el quinto y último lugar. Todos estaban completamente abalados. Hoy tengo la seguridad de que en aquella campaña de 1996 solo hubo un ganador: YO.
Ese año, el resultado de las elecciones consagró al Partido de los Trabajadores en Rio Grande del Sur, que fue electo para administrar Puerto Alegre por tercera vez. Tarso Genro hizo su sucesor al candidato Raúl Pont, que ganó con el 51,97% de los votos, Pont puso en práctica la estrategia de haber asumido con anterioridad la presidencia de la apática asociación de los municipios del gran Puerto Alegre y transformó la entidad en una trinchera de resistencia a los avances del gobierno estatal, que estaba en manos del PMDB y aliados, Antonio Britto como gobernador, que fue el responsable de la aprobación de prácticamente todos los proyectos de ley y enmiendas constitucionales presentadas a la asamblea. En dos años de mandato, no llegaron a 10 las propuestas rechazadas por la asamblea. Al colocar bajo el mismo techo PMDB, PPB, PFL, PSDB, PTB y PL, Britto consiguió neutralizar la oposición y reducirla a 18 representantes (seis del PT, nueve del PDT, tres del PSB y uno del PC del B). La alianza comenzó a formarse a la primera vuelta de la campaña electoral de 1994, con la unión del PMDB, PSDB, PFL, y del PL en torno a la candidatura de Britto. Fuera del PMDB, ninguno de los otros tres partidos tenía peso electoral en el estado... Fue en la segunda vuelta de la contienda electoral de 1994 que Britto recibió la aprobación más importante: el entonces PPR (ex - PDS), antecesor del actual PP, el sucesor de Arena – Partido que dio sustento a la dictadura militar- le daba dos alternativas: o se mantenía neutro en la disputa o subía al ruedo peemedebista. El pragmatismo electoral tuvo más peso y pasó por alto más de dos décadas de enemistad.
Hubo resistencia interna durante los dos primeros años de gobierno de Britto principalmente entre los alcaldes, pero no al grado de comprometer la relación entre las dos mayores leyendas del estado. La aprobación a la candidatura de Britto rindió al PPB una fuerte participación en el gobierno con la garantía de que en las elecciones de 1998 les darían la candidatura a Vice-Gobernador y no al PSDB como en 1994. Así mismo el PT consiguió llegar al poder. Ciudades importantes del sur, Caxias, el segundo colegio electoral más grande de la región metropolitana, que concentraba a un tercio del electorado gaucho, ampliaría el área de influencia, eligiendo alcaldes en Gravataí, Viamao y Alvorada. Por muy poco no obtuvieron la victoria en la ciudad más grande del extremo sur, Pelotas – acabaron perdiendo ante el PDT, debido a la aparición del médico populista Anselmo Rodríguez, que surgía como salvador de la patria, debido a la caótica situación que había en la mitad del sur. De esa forma la estrella roja comenzaba a dar señales de que sería una gran fuerza para el país cambiando la afición nacional. El PSDB ocupó la segunda posición con una candidata inteligente, Yeda Crusius, que obtuvo el 21,27% de los votos y fue la única amenaza para el candidato petista.
A pesar de las derrotas, ahí estaba yo, con una autoestima renovada y listo para entrar a otro ambiente. Sin alcalde, sin cargos, fue cuando acepté la propuesta de un empresario del medio musical para integrarme a un grupo nuevo llamado “Alma del Campo”, e iniciamos una gira nacional. Amanecí en Puerto Alegre y cuatro días después estaba en Bahía. Tocamos ahí tres días, después Brasilia, la capital federal, que por cierto; me pareció pésima, bajamos a Minas Gerais y Mato Grosso, ocho meses después, regresamos a Puerto Alegre. Ocho meses de locura total, el autobús se convirtió en mi casa, estaba exhausto, pero el miedo a regresar era mayor. No pretendía continuar con la música y sabía que después de llegar a las pampas, tendría que reiniciar toda mi vida. Y fue eso lo que sucedió. En Junio de 1997 llegué a Puerto Alegre, estaba haciendo un frio horrible. Casi sin pensar pagué la parte que me tocaba de las fiestas por Brasil y me dirigí a la estación de autobuses y regresé a Jaguarão.
Capitulo Dieciocho
El Aprendiz
Mí llegada a Jaguarão quedo marcada por el encuentro con amigos y familiares. Tenía miles de historias que contar y frente a todo el frenesí de la llegada y encuentros, de momento me preocupé por lo que haría en la ciudad casi olvidada por el tiempo. Durante los primeros meses todo fue fiesta, todavía tenía guardado un poco de dinero y eso me daba para mantenerme, pero el dinero se acaba, así como también acabó mi paciencia. Mis ideas revolucionarias no encajaban en ese pequeño mundo de amigos y familia. Tomé como un escape ese periodo que pasé en la frontera para llenarme de energía para después continuar con mi vida. Así lo hice, veía mi pasado en cada persona que hablaba; parecía que la información llegaba tarde a esa pequeña ciudad.
Al poco tiempo nada era aceptable, acabé sin espacio, las mismas caras, los mismos asuntos fueron desgastando mi paciencia. Percibía cada vez más que había cambiado mucho durante el tiempo que estuve fuera, un cambio que me alejaba de las ideas y de las costumbres de mi propia tierra, además que todo se agravó por la falta de oportunidades y el ansia de introducirme como líder. Todo lo que había vivido no era suficiente para que las personas creyeran en mis ideas, era necesario crecer más y ese no era el lugar para alguien que deseara crecer, ni liderar.
Me llevó algún tiempo entender el mensaje que me estaba dando la vida, pero al fin todo quedo claro. Así, después de seis meses, dejé Jaguarão, pero en esa época aprendí que lo que había vivido valdría mucho para proyectarme en la pequeña ciudad. En ese tiempo aprendí a conocer mi pueblo y percibí que al contrario de lo que imaginaba en mi infancia, los grandes coroneles de mi tierra no eran héroes o grandes hombres, solo lideraban por el hecho de que en tierra de ciego quien tiene un ojo ríe.
En 1998 estaba de nuevo en la capital. Volví a trabajar con mi amiga Jacira, en el barrio Ipanema, y permanecí hasta el comienzo de la campaña electoral al gobierno del estado de Rio Grande del Sur. La campaña comenzó y con las amistades y experiencia que había adquirido en el medio político durante la campaña de 1996, no tuve problema en meterme a la coordinación de la región metropolitana, junto con un gran amigo Paulo Sant’anna, que había conocido por medio de Sebastião Melo. Comenzamos a formar el comité electoral en el centro de Puerto Alegre.
En esa época, Paulinho se volvió mi gran compañero, sujeto práctico, con ideas alentadoras. Hicimos juntos las tácticas para presentar a la coordinación general. Todas fueron aceptadas y por esa razón desempeñé un papel más importante que el de la campaña municipal de 1986. Formamos un equipo con Luiz Henrique Teixeira para coordinar lo financiero y los equipos de divulgación del gran Puerto Alegre. En ese año conocí a grandes estrategas políticos del estado, entre ellos, Claudio Antonio Manfroi, Assis Roberto y José Alfredo.
Aproveche cada momento de aquella elección, aprendizaje que me ayudarían por el resto de la vida. Doblamos noches durante seis meses, trazando estrategias para la reelección del candidato peemedebista Antonio Britto, que muchos conocieron como el hombre que anuncio el 21 de abril de 1985 la muerte de Tancredo Neves. Britto tenía como adversario el petista de Rio Grande del Sur, Olivio Dutra, un ex funcionario del Banco del Estado que había nacido en el municipio de Bossoroca, en el interior de Rio Grande. En la primera vuelta Britto venció con un pequeño margen y todos dieron la campaña como válida, mas el engaño fue grande. El PDT estaba por arriba, el ex gobernador natural Bagé Alceu Colares, nunca apoyó al candidato Antonio Britto, peemedebista que tenía el PPB, antes ARENA, el nombre de José Otávio Germano, que a mi manera de ver uno de los candidatos más difíciles de trabajar pues desistía frecuentemente de compromisos, dejando a miles de personas esperándolo. Aunado a la indisciplina, fue puesta en práctica la estrategia de despedir a todos los militantes de la primera vuelta y de que entregaran el puesto los candidatos y diputados que habían perdido la elección. Estaban más preocupados por pagar sus deudas; que por dar seguimientos a la estructura que se había montado para el primer turno.
Todos esos errores los llevaron a la derrota por muy pocos votos, el candidato petista Olívio Dutra, sumó 2.844.767 millones de votos contra 2.754.401 del candidato a reelección Antonio Britto con tan solo una diferencia de 87.366 mil votos, menos del 0,2% del electorado gaucho, Dutra se convertía en el nuevo gobernador de Rio Grande del Sur. El gobierno intentó aprovecharse de todas las circunstancias favorables que estaban por presentarse, como la llegada de la ensambladora de GM y el contrato con la ensambladora Ford; pero no fue suficiente para revertir el rechazo que Britto había adquirido debido a su arrogancia y altivez durante la campaña.
El domingo en que se realizaría la votación de la segunda vuelta, quedo marcado por la invasión roja en la capital. Tuvimos que salir huyendo del comité, que al cabo de diez horas acabó siendo invadido por los petistas eufóricos con los resultados de las encuestas publicada por la Radio Gaucha RBS, dando la victoria del PT en el estado.
Aquel domingo también se llenó de aprendizaje mi vida, lo que había aprendido nadie me lo quitaría, pero también me di cuenta que estaba coleccionando derrotas, ahora Pedro Simón se había elegido Senador de la República con casi dos millones y medio de votos, campaña de la cual fui responsable. Aunque fue buena, no era vista como victoria: Simón se eligió casi sin adversarios, sus oponentes, Pedro Ruas, del PDT y Bisol del PT no representaba un riesgo a su reelección. Simón era casi electo por unanimidad entre los gauchos, tomando en cuenta la cantidad tan importante de votos. Recuerdo aun haber recibido una carta de agradecimiento del senador electo: “quien pierde le lleva más tiempo olvidar”
Una vez más sin vitoria, sin cargo, ahí estaba desempleado. Durante la campaña, conocí a Paula Vaz Pinto, abogada de la que estuve enamorado por un año. Fue ella quien me dio fuerza en los momentos difíciles que pasé al final del año de 1998. Al terminar la campaña, conseguí un empleo como vendedor de productos alimenticios en una empresa de Canoas. Ganaba muy poco y caminaba mucho, pero enfrenté el año de 1999 con tranquilidad, trabajaba un poco con algunos conjuntos musicales, una vida humilde, todo porque ya tenía en mente la idea de contender como concejal en las próximas elecciones municipales en Jaguarão. Así en diciembre de ese año deje la capital y regresé para la gran elección de mi vida. Mi partido, PMDB, no me aceptó en el pequeño municipio, obligándome de esa manera a afiliarme al PP, adversario histórico del PMDB. Los problemas comenzaban a surgir aún antes de la campaña, ya que los grandes líderes políticos con quien tenía amistad estaban en el partido del que había salido. Aún así, tenía mucha experiencia y confiaba en que ésta me ayudaría a ganar las elecciones en mi tierra, independientemente de la insignia partidaria.
Capítulo Diecinueve
Mi Campaña
Mi elección por el Partido Progresista, aunque estaba lejos de comulgar con mi ideología, se dio entre tantas cosas por la alianza con un primo del antiguo PDS que era uno de los mayores cabos electorales de la ciudad, hombre humilde, dueño de una simplicidad nunca antes vista, incasable en el trabajo y de una fidelidad que daba envidia a cualquiera. Mientras más lo conocía, aunque estuve ausente durante mucho tiempo del convivio familiar, mas me sorprendía su gran voluntad por que alcanzara la victoria en mi campaña.
Y así iniciamos a trazar proyectos para buscar votos día con día. El dinero era el factor más complicado. Yo, que había participado en campañas millonarias, en esta ocasión tenía la mía sin ningún recurso, solo los ahorros que había hecho en el último año. Para empezar, el carro que usábamos era prestado de un amigo de la capital. Un empresario jaguarense dueño de una estación de gasolina, Neuverley Tamer, cooperaba con algunos litros de gasolina que medio daban para recorrer los barrios de la ciudad. Fueron varias las estrategias para buscar recursos. En los primeros cinco meses del año compre un programa en la Radio Meridional, propiedad de Alexandre Ribas, hijo de un ex alcalde de la ciudad que fue reconocido por su forma de gobernar al pueblo. Murió antes de terminar el mandato en un accidente de tránsito que conmovió a la ciudad. Alexandre era querido no solo por ser hijo de Ribas, sino por ser un joven simpático y simple, que le daba mucho aprecio a la comunidad. Con el también trabajé en el periódico durante dos meses, intentando salvar la sucursal que existía en Arroyo Grande, ciudad vecina a Jaguarão. Era muy difícil trabajar el periodismo en pequeñas ciudades del extremo sur. Debido al bajo poder adquisitivo, la lectura se volvía superflua, no todos tenían la oportunidad de cambiar el pan por el periódico. Constaté la realidad cuando fracasé en la restructuración de la sucursal del periódico en la ciudad vecina que terminó por cerrar. Todas esas circunstancias hicieron al joven Alexandre un hombre de extrema valentía y visión. Llevar la información al pueblo en tales condiciones era un desafío y una actitud repleta de meritos. Aún cerrando los tirajes en las ciudades de Herbal y Arroyo Grande, continuó firme en la frontera, convirtiéndose en uno de los mayores periódicos de la región.
Trabajar en la empresa Meridional de comunicaciones fue fundamental. Además de promoverme, comunicándome con la población, usaba la venta de patrocinios para mantenerme y mantener a la familia de mi primo, Gilmar da Rosa, que se vio obligado a abandonar el empleo para dedicarse por completo a mi campaña. El hecho es que en la víspera de las convenciones, tuve que entregar el programa de Radio Meridional, ya que la justa electoral no permitía que los candidatos ejercieran la profesión de la radio, para ese momento, mi nombre estaba muy bien difundido.
Teníamos ideas, un grupo limitado de combatientes valientes que por el momento no dispusieran de dinero y dieran sus vidas por la causa. Toda campaña deja sus historias. Nunca me olvido de mi amigo Mario, uno de mis coordinadores. Paseaba por las largas avenidas de la ciudad con una Caravan, cuya puerta se caía: Mi nombre acabó sin algunas letras, ya que las propagandas estaban en las laterales del vehículo. Para conservar la propaganda, pasó gran parte de la campaña recogiendo las puertas del viejo carro, pero aún así continuo firme sin desanimarse, mi equipo también era muy autentico, las muchachas siempre de nuestro lado, como Josi y las otras chicas que dividían la campaña y la alegría haciendo votos en todas las fiestas de la ciudad.
Nunca recorrí la elite para buscar recursos, quería ganar del lado del pueblo, la emoción habló más que la razón era el candidato, no estaba coordinando la campaña de alguien, Increíblemente después de tantas experiencias, no había aprendido que el dinero era fundamental. Si no quise aprender con las campañas pasadas, por lo menos debería haber escuchado con más atención los cuentos de los antiguos coroneles, que decían: “Para una elección correcta es necesario un buen camión, los fuegos artificiales en su esplendor, tres tapetes para llamar al doctor y dinero para comprar al elector.” Seguía siendo candidato pero nos faltaba estructura financiera.
El candidato de la mayoritaria, Antonio Carlos Marques, un hacendado que muchos decían que estaba pasando por un momento de carencia, ya que buena parte de los hacendados de la región se encontraban en esa situación, seguía con una campaña mediocre, sin ningún programa de marketing o de estrategia política. Nunca supe si él se daba por vencido o el exceso de confianza es lo que le hacía mal a su campaña. Por otro lado, el entonces alcalde de mi antiguo partido, candidato a reelección, Vitor Hugo Rosa, usaba toda su simpatía con el pueblo para su campaña. Vítor Hugo nunca rechazaba un trago o una buena charla con los electores y cada día iba conquistando nuevos simpatizantes a su estilo de político popular.
Mi experiencia mostraba que nuestra coalición, formada por el PPB y el PFL, caminaba hacia un gran fracaso, pero en ningún momento deje ver tal preocupación. Una posible victoria a la alcaldía rendiría algunos cargos a los proporcionalmente más votados, esa posibilidad se traducía en esperanzas para mis seguidores. No teníamos dinero, por consecuencia nuestra campaña se resumía a sueños frente a una chimenea en la pequeña casa del barrio Bella Vista donde vivía mi primo. Yo que tenía que dar pensión a dos hijas y él a dos que mantener, más la mujer que en aquellos meses era la única que seguía trabajando.
Nuestro comité, que estaba en la Avenida Julio de Castilhos, parecía un templo evangélico en tarde de domingo, con gran movimiento. Cuentas de agua y luz surgían por miles. Conscientemente nunca evitábamos los pagos, pero aunque quisiéramos no teníamos saldo en caja y cada cuenta que dejábamos de pagar ere un voto menos. Poco a poco la situación se fue normalizando y después solo teníamos personas que realmente eran simpatizantes de la causa, veinte o treinta eran las personas que nos acompañaban diariamente, era el grupo que cerraba día a día.
Fue cuando apareció en nuestras vidas una mujer que quiso colaborar con la campaña. Las dificultades hicieron que todos los que me acompañaban me convencieran de que debía aceptar los carros y el dinero que ella nos ofrecía insistentemente. Por otro lado no quería otra relación y era muy evidente que eso era todo lo que ella quería. Comencé a aceptar su ayuda y acabé involucrándome afectivamente con ella. Había tenido dificultades con el marido, que la llevó a separarse de él y a ella a meterse a mi casa.
Lo peor ya había pasado y no me daba cuenta, solo tenía ojos para el puesto en la cámara de concejales, y el fatídico día de las elecciones llegó. Noches mal dormidas, preocupaciones, reuniones, sueños, todo se resumía a tan solo ocho horas, y en la víspera de aquel domingo nadie logro dormir, no teníamos hambre, la casa que había alquilado para la campaña estaba llena, todos estábamos seguros que la victoria sería nuestra.
A las ocho de la mañana, la pequeña ciudad se despertó para ejercer el derecho al voto. Quería tener aquel día el poder de controlar las mentes y hacer que todos votaran por mí pero eso no sucedió. Cada hora que pasaba daba vueltas por la ciudad queriendo adivinar los votos de cada uno. Así el día más rápido de mi vida había pasado, a las diecisiete horas la Radio Cultura dio inició al conteo de los votos. En una urna electrónica e implacable: facilidad para los votantes, la tecnología al servicio del pueblo, para quien es candidato, la rapidez del conteo realiza nuestros sueños o nos tira al fondo del pozo tan rápido que no podemos ni siquiera encontrar algo para agarrarnos. A tan solo cincuenta minutos, el pozo llegó para mí. El candidato mayoritario ya había sido derrotado, sus 5595 votos no fueron suficientes para derrotar al candidato del PMDB, que era reelecto con 7474 votos. Yo me quede con doscientos setenta y siete votos quedando como suplente.
El comité, que había amanecido lleno, ahora solo había 6 personas y algunos materiales de campaña regados por el piso de la sala de juntas. Gilmar, Mariangela, Lauro y mi sobrino Fagner, todos lloraban. Intentaba consolar a uno por uno, pero la verdad estaba vacío. Mis preocupaciones, que hasta la madrugada anterior se concentraban en las elecciones, ahora se volteaban a una inmensidad de dudas que había guardado durante el correr de la campaña. Nadie pudo dormir aquel día 31 de Octubre, intentábamos desesperadamente encontrar un culpable de la derrota a la que no dábamos crédito. Cerca de las cuatro y media de la mañana, logré convencer a todos de que no había culpables, era solo cuestiones del destino, pero sé, que cada uno de ellos; al cruzar la puerta, llevaba consigo una razón personal de la derrota. Jamás pregunté lo que llevaron en mente aquel día cuando fueron a casa.
Ahora tenía una compañera que nunca quise tener, pero no podía sacarla de mi vida, una de las únicas personas que permanecieron a mi lado. Mi actitud de lealtad me llevo a la relación más obscura de mi vida. Aún antes de intentar dormir, Anita me convenció de ir a Puerto Alegre. Ya había abandonado a su marido y estaba dispuesta a abandonar a sus hijos e irse conmigo. Enfrenté con sorpresa su actitud, pero en virtud de la situación no dudé en aceptar la propuesta.
Recuerdo que cuando me levante al día siguiente ya había un camión de mudanzas en la puerta. Ella había preparado todo con una habilidad y rapidez sorprendente. El carro estaba listo, y en cuanto terminaron de cargar el camión y con instrucciones de ella de llevar todo a la bodega de un amigo, partimos hacía Puerto Alegre. Salir de Jaguarão sin dar explicaciones podría haber sido el fin de cualquier pretensión política, aún así partí casi en shock después del resultado del día anterior. Tiempo después, descubrí que yo me estaba yendo, ella estaba huyendo y de esa manera cometí uno de los mayores errores de mi vida, antes de salir pasé a casa de mis padres y una última discusión acabó conmigo, hablamos de los innumerables problemas y nuevamente el hecho de que era hijo adoptivo, estaba convencido de que la falta de apoyo por parte de ellos era porque no era su hijo verdadero y que solo tenía el apellido y no la sangre de la familia. En ese momento desee haber estado con mi familia verdadera, de sangre, tener el nombre de mi familia. Salí acabado de la casa de mis padres y tomamos camino hacia un futuro incierto.
Capitulo Veinte
El engaño
El día primero de Noviembre, después de haber entregado a mi primo Gilmar el carro que me había prestado para la campaña, tomé camino hacía Puerto Alegre. Antes de llegar a la capital, quise ver a mi familia biológica en Camaqua, toque la puerta y mi madre corrió a recibirme, le conté la larga historia y mi disgusto por ser hijo adoptivo, le dije que quería regresar el pasado y ser criado por mi familia verdadera. A mi madre le gusto escuchar eso y me dijo que yo era su hijo y que debería usar el nombre de la familia, que si debía regresar el pasado. Todo eso me dejaba aún más confundido, era un torbellino de pensamientos que tenía en mi cabeza, estaba viviendo un momento totalmente nocivo, en el que mis sentimientos se confundían y mi identidad era incierta, ya no sabía quién era, o quien debía de ser. Mi madre me enseñó fotos y los documentos con mi nombre verdadero, me dio todo y me pidió que lo pensara, que cambiar la historia dependía solo de mi, tomé todo y aún confundió salí de casa con un gesto ausente.
Regresé al carro, entregué todo a Anita y continuamos el viaje a la capital. Ya cerca de Puerto Alegre tuve una sorpresa más, cuando me paró una patrulla y me informó que el carro en el que iba era buscado. Mire espantado a Anita que no dijo absolutamente nada. El carro fue asegurado, no nos quedó más que tomar las maltas y esperar al primer autobús que pasara. Esa era solo una de las sorpresas que tendría con la mujer que estaba a mi lado ya embarazada de mi hija Renata…
Así nuestro viaje terminó en Puerto Alegre, donde me hospedé en la casa de un amigo, Paulo Araujo a quien había ayudado un tiempo atrás cuando llego a la capital. Me estaba volviendo loco al saber que Anita compulsivamente, había adquirido en Jaguarão, deudas con ropa y joyas. Aunque las deudas eran de ella, al ser yo tan conocido empezaron a buscarme a mí para pagarlas. De esa manera me hundí aún más. Intenté de todas formas terminar con esa relación, pero era demasiado tarde. Al contrario de lo que me decía, ella nunca tomo las precauciones para no embarazarse, y además perforaba la envoltura de los preservativos con un alfiler. Las locuras eran inaceptables e increíbles y termine con una sorpresa más, un hijo venía en camino. Ante esta situación, decidí continuar con ella.
Use el poco dinero que había guardado y adelante el alquiler de una casa en el Barrio Hípica en la zona sur de la capital. Al finalizar el primer mes, antes de vencer la renta, busqué a un amigo Paulo Santana y le conté lo que estaba pasando. Fue cuando Paulo me presentó al entonces director general de la asamblea legislativa, Claudio Manfroi, que ya conocía superfluamente en la campaña en la que había trabajado para el gobernador de estado. Ese día organizamos una fiesta en casa de Paulo en la que hizo que tocara para el líder petebista Manfroi. Al fin de la noche, después de mucho whisky y música, sentí que las puertas se me estaban abriendo. A Manfroi le había gustado mi historia y me pidió mi teléfono, señalando la posibilidad de contratarme para trabajar en la Asamblea Legislativa.
Era todo lo que necesitaba. Al regresar a casa después del fin de semana, sabía que un problema en mi vida aún estaba presente. Llegué a ser enemigo de la mujer que me acompañaba. Aún la noticia de un posible empleo no fue suficiente para tranquilizar nuestra vida. Faltaba todo en esa relación y lo principal no existía: Amor. Solo esperaba el nacimiento de mi tercera hija, cuyo nombre ya había escogido: Renata.
Veinte días después, ya estaba trabajando en la Asamblea Legislativa, ingresé al cuadro del Fórum Democrático, sector responsable de la descentralización de las audiencias públicas. En Septiembre estaba cumpliendo un mes como servidor público, y dos sucesos relevantes se presentaron: uno en mi vida y otro en el mundo. El mismo día 11 de Septiembre, mientras estaba aconteciendo el mayor atentado terrorista en Estados Unidos, en la Santa Casa de Misericordia en Puerto Alegre nacía mi tercera hija, con seguridad lo único bueno que me dejó esa relación.
Enseguida del nacimiento de mi hija Renata, me mudé al Barrio Cristal, donde las discusiones que se había convertido en agresiones tanto verbales como físicas continuaban día a día. Cada vez me destacaba más en mi trabajo. Había recibido la oportunidad y estaba haciendo todo para crecer. En ocho meses ya conocía a todos los que trabajaban ahí. También en esa época ya tenía otra relación e iba poco a la casa, solo iba para ver a mi hija. Dos meses después recibí la invitación para integrarme a la campaña del entonces diputado Sérgio Zambiasi para una plaza en el Senado de la República.
Fue cuando decidí separarme definitivamente. Fue una lucha intensa al punto de convertir la relación, que ya no había desde hacía mucho tiempo, en una guerra. El día que finalmente vi a la mujer que nunca debía haber conocido salir de mi casa y de mi vida, subir al camión de mudanzas y partir, sentí el mayor alivio que alguien puede sentir. Sentía tristeza por mi hija pues tenía la seguridad que difícilmente viviría bien a lado de esa mujer, aunque fuera su madre. Mis conclusiones no estaban equivocadas.
Unos días antes de iniciar la campaña, viaje a Jaguarão para ver a Renata. Llegué a la casa que había alquilado para que vivieran ahí y quedé completamente decepcionado, era tan grande el descuido con el que Anita criaba a mi hija. Como estaba harto de discutir, solo tomé a Renata diciéndole que me la llevaría a pasar el fin de semana conmigo. Pasamos un fin de semana maravilloso con mis padres, que adoraban a la niña, pero mi sorpresa fue el lunes, cuando regresé para dejar a Renata. Anita había dejado una nota con una vecina diciendo que no quería a su hija y aprovechó para dejar una maleta con dos pañales y una blusita. Estaba en una situación difícil de resolver, no podría llevarme a Renata. Aconsejado por un amigo abogado, fui al consejo tutelar e hice la denuncia para registrar el abandono. Me sugirieron que pasara la guardia provisoria a mi padre. Por lo menos con mis padres tenía la certeza de que mi hija estaría segura.
Capitulo Veintiuno
Camino al Senado
Regresé a Puerto Alegre y permanecí en la Asamblea hasta el inicio de la campaña electoral, que inició definitivamente en agosto del 2002. Era una campaña más que estaba en camino, algo me decía que después de tantas derrotas en elecciones la campaña del diputado Sérgio Zambiasi en busca de una plaza en el Senado Federal me daría la primera victoria. Cláudio Manfroi, uno de los mayores estrategas políticos que he conocido, les preparaba a todos los que lo buscaban, una campaña extremadamente profesional.
Iniciamos el viernes 16 de agosto. Monfroi convocó a la reunión cerca de diez personas y comenzó a escuchar una por una para poder tener la forma más adecuada de alcanzar la victoria, que era el objetivo de todos. Mi permanencia con Cássio Trogildo en el Fórum Democrático me dio la oportunidad de conocer prácticamente todas las regiones del estado debido a las audiencias descentralizadas promovidas por la institución. Así, mi amigo Cássio y yo presentamos ante la reunión el proyecto de división regional para las coordinaciones de la campaña.
Esa noche se decidió que la idea más próxima al objetivo ideal era la nuestra. Recuerdo que salimos de aquella reunión completamente eufóricos, nosotros, que aún éramos jóvenes, estábamos por entrar en la historia como realizadores del proyecto de aquella campaña. En la reunión del día anterior, presentamos con orgullo y muy gratamente la oportunidad que Manfroi nos había confiado, la elaboración del proyecto, que consistía en el mapeo de Rio Grande del Sur, dividido en once regiones, cada una de ellas con su respectivo coordinador. Después de algunas modificaciones el proyecto fue aceptado y dio inicio la campaña más organizada y profesional que vi en mi vida. Debido a la carencia de liderazgo en la región número once, que formaban veintitrés municipios de Rio Grande del Sur, acabé siendo coordinador y responsable de la misma, que contribuía con un millón doscientos mil electores de siete millones trescientos mil votos del Rio Grande.
Partí para la región en la segunda semana después del inicio de la campaña y comencé a organizar equipos en todos los veintitrés municipios. Monte mi QG estratégico en la ciudad de Pelotas, que quedaba a sesenta kilómetros de Rio Grande. Las dos ciudades sumaban más de cuatrocientos mil electores y por esa razón intensifiqué los trabajos en los dos principales colegios electorales. Tenía la convicción de que desempeñando un buen trabajo en ambas ciudades el resultado se esparciría y llegaría a las ciudades más pequeñas de la región.
En Pelotas, formé un equipo y le di el mando a tres compañeros: Augustinho Martins, Luciano Corral y césar Venski. En Rio Grande deje al equipo al mando de José Luiz Arriens, y así sucesivamente, fui distribuyendo los responsables en el resto de las ciudades. Me quedé con la función de instruir y crear estrategias, que se pasaban diariamente a los líderes de cada ciudad. Elaboré el itinerario de toda la campaña para el candidato Sérgio Zambiasi, con comicios y visitas a las asociaciones y a empresarios de la región. Después del inicio busque a mi primo Gilmar para que me acompañara durante toda la campaña y así pasamos tres meses durmiendo lo menos posible ya que nuestras reuniones por falta de tiempo la mayoría de las veces terminaban en el pub del Hotel Manta en Pelotas.
Recorrimos más de veinte mil kilómetros en tres meses. Además de la estrategia de mercadotecnia, también era responsable de la estructura y del material de todos los equipos. Lideré más de doscientas personas y por respetar a todas, independientemente de las funciones, terminé siendo retribuido con respeto y admiración. La semana final de la campaña, llegue a liderar más de mil personas sin problema alguno. Algunos encuentros públicos organizados alcanzaron más de ocho mil personas. Recuerdo de los más grandes, Pelotas, San Lorenzo y Camaqua. Toda la organización y respaldo que incluía confianza por parte de Claudio Manfroi, mayor líder del PTB, llevaron una victoria expresa. Con casi tres millones de votos y el diputado y conocido locutor de Radio Farroupilha Sérgio Zambiasi era el nuevo Senador de la República que ocuparía una de las dos plazas de Rio Grande del Sur. El segundo candidato a ser elegido fue Paulo Paim, del partido de los trabajadores con 2.102.904 votos. De esa manera, los nuevos senadores del Rio Grande del Sur habían hecho la hazaña de dejar fuera a los dos candidatos a reelección Fagaca que había tenido 1.812.767 votos y Emilia Fernandes con 2.0180483.
El día del conteo reservaba otra sorpresa: El candidato al gobierno del estado, Germano Rigotto, que había arrancado su campaña con solo 2% de intención de voto, llegó al segundo turno con 41,17% de los votos, sumando 2.426.880 y yendo para la disputa con el candidato del PT, Tarso Genaro, que quedó en segundo lugar con 37,25% obteniendo 2.196.134 votos. Antonio Britto, que ya había sido gobernador, tuvo una campaña desastrosa, había iniciado con un porcentaje satisfactorio y fue bajando en los sondeos y termino con solo 12,31% el equivalente a 725.741 votos. Muchos atribuían su derrota a su salida del PMDB para ingresar al pequeño PPS, partido que tenía como candidato al gobierno federal Ciro Gomes, que acabó también siendo derrotado sin ir al segundo turno. Aún así, Britto tuvo una suma significativa de votos, que ayudaron a Rigotto, pues después de haber cerrado el conteo del primer turno, declaró su apoyo al candidato peemedebista.
El ámbito federal, Luiz Inácio Lula da Silva una vez más disputaría el segundo turno, pues ésta vez tenía la victoria prácticamente asegurada, los sondeos apuntaban una ventaja aplastante del líder petista sobre el candidato José Serra, del PSDB, partido del entonces presidente de la república Fernando Henrique Cardoso. Ciro Gomes y Garotinho daban indicios de apoyo al candidato del PT, fortaleciendo aún más la ventaja que ya existía.
Al contrario de la disputa federal, en rio Grande del Sur, el gobierno petista avanzaba hacia la derrota. Nosotros, del PTB Gaucho, contra la decisión de la asamblea general, fortalecimos la campaña del candidato peemedebista Germano Rigotto y esperábamos el inicio del segundo turno para reafirmar nuestra posición. Mientras tanto, todo era fiesta. Al fin había ganado una elección y recuperado por medio de ella el respeto de todos; estaba fortalecido.
Ahora tenía montado un equipo también en Jaguarão, estuve solo un par de veces en la ciudad durante la campaña. El recelo del rechazo era un fantasma constante, que poco a poco fui superando debido al éxito de la campaña que coordinaba. Después de felicitar y agradecer uno a uno al personal de los equipos de los veintitrés municipios, viajé a Puerto Alegre, donde pude escuchar, que alrededor de las veintidós horas un enorme camión con sonido se encontraba frente a la sede estatal del PTB, el resultado final del conteo mostraba que nuestro equipo había conquistado noventa mil votos en y más de setecientos mil en la región. Sobrepasamos el margen del 50%. Además del reconocimiento que se había recibido, ahora estaba siendo reconocido por gran desempeño del partido. La hazaña de Pelotas era grande, pues la administración municipal era del Partido de los Trabajadores y aún así, habíamos vencido a dos candidatos petistas, Emília Fernandes y Paulo Paim; ninguno de los dos llego ni a los ochenta mil votos.
Tuve una gran sorpresa después del festejo, al día siguiente fui invitado a coordinar los equipos de campo de Gran Puerto Alegre. Manfroi e Ivandre Medeiros, los mayores dirigentes del partido me dieron la responsabilidad y la coordinación para obtener la victoria de Germano Rigotto. Así, los siguientes veinte días cubrí Gran Puerto Alegre de propaganda y trabajo estratégico. Fue una elección excitante, pero el conteo final del segundo turno fue la recompensa automática, era una victoria más en mi vida: El desacreditado Germano Rigotto de inicio del primer turno era el nuevo gobernador de Rio Grande del Sur, con 52,67% el equivalente a 3.148.788 votos, derrotando al candidato petista Tarso Genro, que acabó con 47,33% en total 2.829.527 votos. El Partido de los Trabajadores, al contrario del resultado nacional, había perdido el gobierno del estado.
A nivel nacional, el resultado llevó al Partido de los Trabajadores a la Presidencia de la República. Después de cuatro meses de carreras y alianzas rotas, el Estado brasileño conoció oficialmente su nuevo presidente. Todos los litigantes de la política oficial estaban preparados para la victoria de la coalición liderada por el PT teniendo a Lula a la cabeza electoral. Fueron 12 años y cuatro candidaturas para que al fin, en su último intento, el ex metalúrgico era electo. Cada cuatro años el discurso baja de peso, el programa era más suave y los intentos de alianzas se inclinaban más para la derecha. El segundo turno del domingo, 27 de octubre de 2008, fue la coronación del PT, un partido que surgió de los movimientos sociales y del sindicalismo auténtico al final de los años ’70, tenía una amplia base popular y una propuesta original de socialismo y democracia.
El partido consolidó su transformación con la clase media alta con un programa social-demócrata y se hizo una alianza electoral con la izquierda que sigue siendo auténtica en los movimientos sociales (hizo campaña contra corriente) hasta la presencia simbólica de un empresario del sector textil, con inversiones en el exterior, el senador por el PL de Minas Gerais, vicepresidente electo, José Alencar. Al segundo turno, como también era de esperarse, uno de los partidos trotsquistas, el PSTU, decidió dar “apoyo crítico” a Roseana Sarney y a Zé María, durante tres semanas todos se unirían a la “onda Lula”. Argumentando que del otro lado la derecha estaba nerviosa y aplicando el terror en la mercadotecnia electoral (lo que es verdad), Lula, sus aliados y hasta los apoyos críticos se juntaran en una campaña emocional, que a la vista corrían cuando tenían que decir con firmeza que tipo de compromiso se establecería con el pueblo pobre del país. Lloraban mucho y no afirmaban nada. Resultado: Lula finalmente era presidente.
Capitulo Veintidós
La Recompensa
Las elecciones habían terminado, y yo bien y con vida y rodeado de victorias, regresé a Pelotas para finalizar los últimos detalles. Era hora de trazar los objetivos para las actividades de los cargos en la región, que correspondían al PTB debido al apoyo que habíamos dado al gobernador electo. Las reuniones tenían un sabor especial, nombrar compañeros nos da la sensación de poder, pero también de ayudar a aquellos que nos son leales, y así permanecí dos semanas cumpliendo compromisos con los que me habían ayudado durante los meses de campaña. Después de oír a todos, me di cuenta de que muchos lo merecían, pero también sabía que solo los mejores y más leales serían contemplados. Como aval de Manfroi, diseñé la región y listé los nombres de quienes desempeñarían los cargos del gobierno estatal. La misión estaba cumplida, de esa manera me tome unas merecidas vacaciones en mi pequeña ciudad, Jaguarão. Fue entonces que noté que había dado un giro. Hasta aquellos que me habían dado la espalda me sonreían y me elogiaban.
Es increíble como el ser humano se transforma, pero yo había escogido la política y ésta muchas veces nos obliga a olvidar desavenencias y actuar como si nada hubiese pasado. Con Seguridad mi regreso con éxito sirvió de ejemplo a muchas personas, o será que nunca juzgué a nadie por el momento en que se encontraba, de lo contrario el descontento y la humillación serían frutos que sembraría. Si mi vida ya estaba en auge, lo mejor fue cuando en casa de mis padres, recibí la invitación para volver a Puerto Alegre y que me preparara para fungir como asesor parlamentario de la capital federal, Brasilia. Parecía un sueño, pero era el reconocimiento a la hazaña de quien lucha aún cuando todo parece estar destruido.
Después de disfrutar el momento de gloria por haber sido elegido para al senador electo en su nueva vida parlamentaria, me despedí de mis padres y de mis amigos más íntimos y me dirigí a Puerto Alegre. Estuve el mes de diciembre preparándome para cambiarme a Brasilia. La campaña movilizó centenas de personas, pero solo dos habían sido elegidos como asesores parlamentarios en la capital federal, yo era uno de ellos. Jamás había viajado en avión, ya tenía en mis manos mi pasaje. Volé por GOL el día 3 de enero del 2003, arribando al aeropuerto internacional Juscelino Kubistchek al caer la noche, acompañado del senador suplente Claudio Manfroi, que había decidido iniciar una nueva vida en Brasilia.
Tomé un carro de placas negras 026 al senado, y durante el recorrido que nos llevaría al Hotel Melía Confort en el sector sur de Brasilia, que quede maravillado con las construcciones faraónicas. En 1996 había pasado por Brasilia en autobús Veneza que cuando mucho alcanzaba los 90 kilómetros por hora, no había notado la gigantesca morada del poder brasileño. En fin, estaba en el centro de las decisiones, aquí todo iniciaba y todo terminaba, El poder emana del pueblo, pero el pueblo fácilmente se rendía al poder en la tierra de Juscelino. Un lugar en el que no imaginaba estar los fines de semana me mostró una tierra de oportunidades y de crecimiento. Brasilia que solo la había visto en la novela Rei do Gado estaba delante de mí, y sabía que éste era mi gran futuro. El día de mi llegada, tomando una cerveza con Manfroi, le dije que Brasilia nos reservaba muchas sorpresas. El respondió bromeando que muy pronto estaría yo tocando la guitarra para el presidente, hecho que un año más tarde se concretaba.
El 2 de febrero, llegue al Senado Federal, por haber llegado primero junto con el Senador Suplente Cláudio Manfroi, fui el primero en tomar posesión. Algunos días después llegaron Everton Braz y Joao Grando, ambos gauchos y petebistas de muchos años. En pocos días el gabinete estaba formado, la mayoría de las personas que fueron contratadas vivían en Brasilia, solo los cargos extremadamente políticos venían del sur. Iniciamos a repetir el trabajo que desempeñamos con el gabinete de la asamblea gaucha, un trabajo socialmente dirigido, algunos le llamaban asistencialismo, pero el nombre poco importaba, al final el hacer política le rindió al nuevo senador gaucho casi tres millones de votos.
Seguir el trabajo que hacíamos en el Estado no fue fácil, la distancia de la base volvía muy complicado el desempeño del gabinete, pero poco a poco todo se fue acomodando y la estructura del nuevo gabinete en la capital federal se ajustó. Se me asignó una nueva función, pero la mejor para quien quiere conquistar nuevos horizontes. Me quede como el responsable de los procesos junto con los ministros. Había mucho trabajo en esa área. Ya en el primer año de mandato, las instancias del Sur sobrepasaban las cinco mil. Muchos votos, muchas instancias la cuenta era simple. El contacto con los ministros de daba más autonomía cada día. Los puestos de confianza eran en su mayoría petistas, en el sur enemigos mortales, fueron varias las campañas contrarias con discusiones homéricas. Ahora los mismos contrarios me ayudaban a solucionar las demandas, que no eran pocas.
Al final del primer año ya tenía establecido un tránsito libre en los ministerios. Hice muchas amistades y tenía mucha facilidad para liberar recursos para los municipios. En el primer año fueron casi un millón y medio de reales en liberaciones, pero fue a partir del segundo año que todo comenzó a cambiar. El soborno a los ministros surgía del día a la noche, y muchos que estaban llegando al poder comenzaron a ser influenciados, en el buen sentido, por los antiguos funcionarios del ministerio, que tenían experiencias de corrupción de antiguos gobiernos. Algunos estaban ocupando cargos desde la dictadura. De esa manera, el segundo año fue un circo de corrupción, el peaje se convirtió en una regla para la liberación. Yo mismo estuve de intermediario en mucha negociación entre alcaldes y ministros.
Muchos culparon al asesor del ministerio José Dirceu Valdomiro Dinis, que al inicio del segundo año del gobierno fue exonerado por corrupción; muchos afirmaban que él se sumó a la práctica del soborno a los ministros, tanto que las liberaciones llegaron a necesitar de su firma. El todo poderoso de la Casa Civil, su fama de obtener recursos el juego de la lotería y del bingo para financiar políticos era grande, él obtenía recursos para el PT. Por esa razón se convirtió en asesor directo del ministro en jefe de la Casa Civil. Estaba bien parado en el núcleo central del poder.
Diniz en 2002, dirigía la Lotería de Rio de Janeiro, nombrado por la entonces gobernadora Benedita da Silva del PT. En plena crisis él confesó a los reporteros que recibió soborno y entregaba personalmente a los políticos del partido, como hizo cuando entrego R$ 100 mil al comité del candidato petista al gobierno de Brasilia, Geraldo Magela. Dijo que también había contribuido con las campañas de Benedita y de Rosinha Matheus, actual gobernadora de Rio de Janeiro. Poco después de un año, todo el equipo de la Casa Civil, fue desmantelado.
Capitulo Veintitrés
La Vida en Brasilia
El primer año en Brasilia viví en el Hotel Melia Confort, en una suite que el senador suplente el comandante del PTB Claudio Manfroi, había comprado para renta. Fue un buen tiempo, ahora recuerdo muchas veces haber llorado agarrado de las paredes del décimo segundo piso por la nostalgia que tenía por el Sur y cada vez era más intensa. Mi suerte es que simpre hice muchos amigos, y fueron las amistades que me ayudaron a permanecer en la capital federal. Mis primeros amigos de verdad fueron Pedro y Claudia, un matrimonio de mitad sur, él era de Pelotas y ella de Barra do Ribeiro. Los dos tenían un restaurante llamado Porto Alegre, en la 108 Sur. Ahí varios gauchos se encontraban para recordar la tierra, con mucha música y una buena charla. Fue en ese restaurante que conocí a María Thereza, una de las mayores conquistas de mi vida. Mi amiga Claudia, Cupido número uno de la casa, me la presentó. A mi me dijo que estaba ahí una gran mujer trabajadora y extremadamente culta y cuando yo no estaba por ahí seguramente ella obtenía las mejores referencias de mi. Gran amiga, en aquel momento me daba un gran regalo, Thereza, que definitivamente entraría en mi vida.
Dos meses después estaba comprometido y sintiéndome el hombre más feliz de la tierra. Las buenas referencias de mi amiga se habían confirmado y Thereza era una gran mujer. Considerándome con mucha suerte, decidí que aquella mujer sería mi esposa y traté de rentar un departamento para vivir juntos, lo que se concretó pocos meses después, para mi felicidad una unión solida con alguien que realmente estaba dispuesta a estar a mi lado para realizar mis conquistas: “El cimiento que me faltaba estaba llegando a mi vida”.
Capitulo Veinticuatro
Elecciones 2004
El año del 2004 estaba presente y claro; año par, elecciones a la vista. Deje mi gran amor a mi espera y fui a una más de tantas elecciones en las que participé. Tenía dos misiones complicadas, la primera era elegir a Antonio Carlos Marques, que por tercera vez buscaba la alcaldía. El Alcalde Vítor Hugo había muerto un año antes por problemas cardiacos: “El corazón de éste gran político no resistió un sujeto fuerte e irreverente.” Citaban, la política de la región sur perdió con su muerte “un gran personaje”. Aliados y rivales lloraban su muerte, era un político leal, lo que es raro actualmente. Vítor Hugo, aún sabiendo de mi oposición a su gobierno, siempre me buscaba y siempre me atendió cuando sugería nuevas reformas para la ciudad.
Toda ésta situación volvía más confortable nuestra campaña, tomando en cuenta que ningún candidato le ganaría a Vítor Hugo Marques da Rosa. Olvidamos que su espíritu traía la llama del PMDB, lo que hizo imposible que venciera al sucesor de su administración Henrique.
Cuando llegué a la pequeña Jaguarão, faltaban solo veinte días para el día “D”, las encuestas le daban una gran ventaja a la máquina administrativa, que buscaba permanecer el Ejecutivo. Henrique tenía casi dos mil votos de ventaja sobre el candidato, Antonio Carlos, dicho sea de paso otro peculiar y gran hombre en nuestra frontera. Buen administrador, compañero y de una honestidad inquebrantable. Por lo tanto no era un político, esa era su mayor frustración. Si no hubiera sido por su espiritualidad y control emocional, Antonio no habría soportado tantas derrotas, no en su vida personal, pues siempre fue muy exitoso, en los negocios era ejemplar, además de tener una familia fuertemente construida. Pero el desafío por la búsqueda de la conquista que se propuso en la política nunca fue superado y esa situación, por menos que sea, incomoda y lastima y muchas veces nos aniquila. Son en esos momentos en los que tenemos que ser fuertes, y él siempre estuvo espiritualmente fuerte. Trabaje mucho en aquella campaña, noche y día. Sin recursos financieros, me basé en la creatividad y en la experiencia adquirida a lo largo de los años en los que trabaje en campañas, pero cualquier estratega sabe que para derrotar a la máquina, es necesario un candidato con el don de política: de palanca y de buen discurso. Hablar la verdad no siempre da ventajas, puede rendir un castigo delante de las mentiras del oponente. Con un equipo valiente, conseguimos disminuir la ventaja, pero no fue lo suficiente. Antonio Carlos perdió las elecciones de 2004 por 400 míseros votos. Contrario a los rumores de que quedaban deudas de la campaña, antes de que partiera de Jaguarão, pagamos todas los gastos. Di el último abrazo a aquellos que estuvieron a mi lado durante los veinte días. Hasta hoy me pregunto: si hubiese llegado un mes antes, podría haber revertido las elecciones? Creo que lo hubiese conseguido, pero el destino no lo quiso así.
Una vez todo arreglado, busque a Manfroi, que me ordeno que me quedara en Pelotas. Bernado de Souza, candidato a alcalde de la coalición PPS, PTB, PP, había sido derrotado, por más de diez mil votos, una desventaja que muchos creían sería difícil de revertir. Marrone había hecho 68.669, con un porcentaje de 35,97% contra 57.487, que correspondía al 30,11% del porcentaje. El resultado era el retrato de un clima que estaba definitivamente carente de una coordinación de campaña, que sentían la victoria asegurada y por esa razón cometieron varios errores. Le asignaron el mando de la campaña a una persona por lazos familiares, sin experiencia alguna. La coordinación era totalmente amateur, lo constaté después de mi llegada, cuando antes de la reunión que se estaría realizando por la noche, recorrí la ciudad, para mi sorpresa, parecía existir solo un partido. El PT estaba en todas las esquinas, con sus banderas rojas, describiendo los innumerables cargos administrativos de confianza. Transformaban las avenidas en un verdadero mar rojo, mientras la campaña del candidato Bernardo se resumía a media docena de militantes aprendices pagados, cabos electorales que arrastraban las banderas anaranjadas del PPS.
Al inicio de la noche, comparecí a la reunión en la cual estaban los presidentes de los partidos de la coalición. La reunión terminó en la madrugada. Mário Berned era el asunto principal, muchos se habían equivocado en la primera vuelta, pero alguien tenía que ser Cristo, de preferencia alguien que no fuera de Pelotas, tampoco esposa o pariente de algún político influyente. Mário, que había participado de la inteligencia de la campaña, fue señalado y optó por dejar Pelotas aquel día bajo el refugio de la callada noche, tremendos insultos, en virtud del gran descontento que había creado con los líderes locales. El clima de desesperación era claro entre los líderes, además del espíritu de derrota. La campaña estaba sin coordinador y yo llegaba como conocedor de ambos lados, pero tenía que tener mucho cuidado, al final había presenciado la fuga y la condena del último que se hacía pasar por el salvador. Mário fue condenado por muchas otras cosas él solo asumió los errores cometidos por muchos. Yo nunca olvidé que como “Cristo” Mario, yo tampoco era de Pelotas. La diferencia era que tenía a mi favor la reciente consagrada victoria de Zambiasi en Pelotas, ciudad conocida como refugio petista. En la campaña para el Senado, había dos candidatos del PT, Emilia Fernades y Paulo Paim, he hice la hazaña de conseguir más votos que los dos. De esa manera, todos sabían que yo conocía el PT y a su candidato Fernando Marrone, con quien nunca tuve problemas, por el contrario, me gustaba su estilo y la reciprocidad era autentica. Siempre que encontraba al alcalde de Pelotas recibía el mejor de los tratos, tanto que el PTB estuvo cerca de acabar con la coalición. Recuerdo que estuve en el gabinete en Pelotas, di un concejo a Marrone y le dije cual era la única manera de ganar las elecciones con tranquilidad. Todo era muy simple: gran parte del ejecutivo del PTB quería dinero para la campaña, muchos serían candidatos, bastaría distribuir dinero a los petebistas y Marrone tendría el apoyo incondicional del ejecutivo. En aquella reunión en la que le hice la propuesta a Marrone, Augustinho Martins estaba en la sala y de pronto percibí un exceso de confianza en el semblante de alcalde de Pelotas. Escucho con atención pero su confianza no le permitió ver que mi sugerencia estaba totalmente correcta. Marrone quiso pagar para ver, o mejor dicho, no quiso pagar. Marrone quedó de buscarme posteriormente para ponernos de acuerdo, pero nunca lo hizo, y yo que ya tenía suficiente experiencia en acuerdos políticos, tampoco volví a hablar con Marrone. Su silencio era la respuesta y por esa razón decretó ser imposible cualquier forma de coalición con el PTB.
Posteriormente regresé a Puerto Alegre y terminamos cerrando el apoyo con Bernardo, que la verdad nunca fue el favorito del PTB. Firmamos la coalición con la exigencia de seis secretarias y más o menos cincuenta cargos de confianza. Aquella tarde reafirmé que iría a Pelotas en la segunda vuelta y solo si era necesario. Nunca me sentí bien el haber quedado en contra del Marrone, pero el momento llegó y un susto también: la coalición estaba perdiendo las elecciones. Me di cuenta de la gravedad en la reunión con los presidentes. Una vez que llegué a Pelotas, en cuanto pude me dirigí a los presentes, y les di un discurso conciliador, moderado, pero fui enérgico cuando se preguntó lo que se debería haber hecho para ganar las elecciones y respondí, con una mano en el hombro de mi amigo Fabricio Tavares, quien estaba a mi lado: “hagan todo lo contrario de lo que han hecho hasta ahora”. Y me di cuenta de que había puesto una bomba sobre la mesa, pero esa era la única manera de recuperar el tiempo perdido. Antes de la reunión, había estado en el comité y me quede espantado con el lío que los coordinadores habían hecho. Ninguno se entendía, media docena de militantes llevando banderas por las avenidas, carros de sonido improvisados y lo peor seis o siete de los entrometidos tomando whisky en la sala donde debería haber un mapa de la ciudad, con una programación semanal de campaña. Todos saben, las campañas son lo mismo en cualquier lugar: tiene que haber una organización y esta estaba muy lejos del comité. Los choferes de los políticos influyentes se decían expertos en mercadotecnia y lo peor es que no sabían ni dirigir. Después de un largo discurso casi ofensivo, recibí para mi sorpresa el apoyo general de los presidentes. El primero fue el presidente del Partido Verde y posteriormente vinieron los apoyos del PP y del PPS. Aquella noche comenzó el cambio en la elección.
Al día siguiente, por la mañana, montamos el proyecto. Fabrico y yo nos metimos a la computadora y comenzamos a trazar las metas que incluían comicios y visitas a los barrios diariamente. Pelotas no veía a Bernardo en las villas ni en eventos y menos en los debates, por esa razón era fácil de vencer por el adversario. Después de montar el proyecto, fuimos a la reunión donde estaban los líderes políticos de campaña y que había sido destrozado en la primera vuelta. Entre las personas de la reunión, estaba el diputado Erico Ribeiro, Fetter Júnior, que concursaba para vice, los presidentes de los partidos de la coalición y también de los partidos que apoyarían a Bernardo en esta vuelta. Todos recibieron copias del proyecto. Después de que lo leyeron, me levante e hice la pregunta crucial: seguirían el proyecto o no? Todos estuvieron de acuerdo, me sorprendí un poco con la fácil aprobación de la nueva forma de llevar la campaña. Después entendí que no tenían otra salida y la propuesta iba al encuentro de aquellos que como yo, queríamos la victoria. Muchos hablaban de que había una estrategia por parte del diputado Erico Ribeiro para desestabilizar la campaña. El hecho es que si la coalición no ganaba, Fetter Junio, su mayor contrincante en Pelotas, ya que los dos eran del PP, estaría eliminado. Fetter tenía en aquella campaña su último suspiro político, pues había perdido la elección pasada, cuando disputó para diputado federal. Coincidencia o no, aquella mañana Fetter fue el primero en apoyar el proyecto, que excluía a la esposa de Erico de la coordinación. Las quejas contras sus actitudes eran muchas, principalmente por los cambios del proyecto, ya que la campaña iba de mal en peor. Por último, le pregunté al candidato a alcalde si él seguiría el nuevo programa, su respuesta fue inmediata: soy su soldado. De esa manera firmamos el primer compromiso rumbo a la victoria.
Por fin, todos estaban de acuerdo con las reglas impuestas por mí y por Fabricio Tavares. No había alternativa, de lo contrario perdería la elección. Fue la campaña más electrizante en que trabajé. Nuestra estrategia tenía dos simpatizantes, los contrincantes y los que eran favorecidos. Iniciamos con solo veinte militantes, una semana después ya eran quinientos. Esa misma semana hable con un antiguo amigo, Rogério, dueño de una empresa de camiones de sonido. Negocie con él y le pedí que enviara a Pelotas el mejor trío eléctrico que tuviera. En 1996 había trabajado con Rogério en la campaña de Puerto Alegre, por esa razón sabía de la calidad de su trabajo. Fue una lucha para convencer a la coordinación de campaña el contratar al trío. Por fin, solo me quedaba una alternativa: hacer un trato con el todo poderoso Erico Ribeiro. El estaba al frente de las finanzas de la campaña, y le dije que el camión vendría y en caso de que perdiéramos asumiría la deuda y que yo pagaría. De esa manera contraté a dos más, pero en ésta ocasión de un empresario de sonido de la ciudad de Rio Grande, con quien obtuve una bella amistad: Getúlio y sus hijos, el equipo “ninja” de sonido.
En esa campaña trabajé a lado de grandes figuras, una de ellas mi fiel amigo Luciano, “Cobra”, como era conocido. Figura rara, “La noche es para beber”, solía decir, y si bebía, pero era un tractor para el trabajo. En varias ocasiones nos íbamos a dormir a las cuatro o cinco de la mañana y a las ocho ya estábamos en pie. Pasé toda la campaña escuchándolo decir que el PT estaba ofreciendo cincuenta mil para que saliéramos de Pelotas, en otras palabras, para que abandonáramos la campaña. El estaba en lo correcto, habían hecho una oferta, pero nunca lo consideró, y estuvo conmigo hasta el final.
En esa campaña también conocí y establecí una buena amistado con el Presidente del Partido Verde, “PC”, como era conocido, a decir verdad, el tipo más bravo que había visto. No sé a ciencia cierta quién era más aguerrido, él o su mujer, Daniela, una fiera, pero dos grandes militantes. Fueron fundamentales en la campaña. Al poco tiempo nuestro selecto equipo fue adquiriendo respeto. Reforcé el equipo con algunas personas de Jaguarão y también con un amigo pelotense, Tedesco, el intelectual del grupo, siempre tenía un proyecto en la punta de la lengua, trabajó mucho y la campaña lo agradeció. No tardó mucho para que antes de cualquier decisión me preguntaran mi opinión. Después vi que en las reuniones no iniciaban antes de que llegara – y no era fácil lidiar con la vanidad entre el diputado Erico, Fetter, la diputada Leila y la entonces futura primera dama Ilda de Souza, lo que es natural cuando se trata de política. Mi ventaja era que al contrario de los demás, no era subordinado de ningún político de la región. Mi cargo era en el Senado, por esa razón, varias ocasiones estaba en desacuerdo y enfrenté al coordinador financiero Erico Ribeiro, que por fin acabo haciendo reuniones con sus guardaespaldas armados. Delante de todas esas adversidades, la mayor era la financiera. Fue cuando recibí el telefonema de Puerto Alegre del ex ministro Elizeu Padilha para informarme que tenía noticias de que mi equipo y yo éramos los responsables por voltear el rumbo que las encuestas llevaban. Aún así me dijo que aún estaría enviando recursos y que mandaría al diputado Marco Alba para ayudar en dar estructura a la campaña. Afirmó que aunque enviara al diputado yo seguiría liderando al equipo, hecho que se confirmó con la llegada de Marco Alba, diputado en su primer mandato por el PMDB, hombre de confianza de Eliseu Padilha. Marco dijo que su general, como se refería al ministro, decidió ayudar porque estaba comprometido a derrotar al PT en las tres mayores ciudades gauchas. El tenía un equipo en Caxias y otra en POA, faltaba Pelotas. Aquella noche hice una reunión con mi equipo y presenté al nuevo integrante. Marco quedó muy agradecido y acabo siendo fundamental en la campaña, estuvo con nosotros hasta el último día. Así el viernes anterior al día de las elecciones habiendo sido divulgada una encuesta del CEPA que daba una ventaja de cinco puntos porcentuales para el candidato Marrone, Marco se quedó, todos en el equipo se quedaron, al contrario de PP, en la que hubo una confusión general. Recuerdo que aquel viernes, busqué al diputado Erico y a su grupo pero no encontré a nadie. Después me enteré que estaban escondidos en un lugar que quedaba en la zona rural de Pelotas.
El sábado pasó con un huracán. En la madrugada, ordené a mi equipo que esparciera material de Bernardo por los barrios. Hicimos una limpieza en el depósito, y Tedesco salió con Carlos Marques dando panfletos durante toda la madrugada. Me acuerdo que el sábado me encontré con Paula Mascarenhas, mujer de extrema confianza, que no tenía tanta experiencia en campaña, pero desempeño un papel importante. Ella conseguía controlar muy bien al matrimonio Souza, y eso era fundamental. Le pregunté cómo estaba Bernardo, no fue necesario que respondiera, su cara de derrota lo decía todo. Fue cuando supe que ganaríamos, salí rápido pues el tiempo era oro, y comencé a planear la estrategia pare el Domingo, día de la elección. Bernardo siempre tuvo el cariño de la mayoría de los electores, pero las propias encuestas mostraban que el elector no creía en su victoria. Por esa razón, pedí a las secretarias del comité que juntaran la mayor cantidad posible de carros para la primera hora de la mañana del domingo, esa era la última estrategia. Y así se hizo. Coloqué carros con banderas y dando claxonazos durante todo el domingo, hasta las cinco horas, que era cuando se cerraban las votaciones. Estábamos todo el equipo juntos con el diputado Marco Alba en un puesto en la salida norte de Pelotas. Como casi nadie apostaba en la victoria ordené que todos los camiones de sonido se quedaran junto a nosotros. Al final en caso de derrota quién pagaría sería yo, nada más justo. La verdad, fue un gran trabajo, cerca de las cuatro el conteo de urnas ya le daba la victoria a Bernardo de Souza. Mi celular sonaba desesperadamente, todos querían llevarse los camiones de sonido a la avenida donde ya había un mar de banderas naranjas. La brigada militar calculó más de ciento veinte mil personas. Aún así, espere hasta las cinco. Al cierre de las urnas sabía que el alcalde y el vice electo solo podrían salir del comité arriba del camión, y así lo hicimos: arrancamos los camiones en dirección al comité. Todos con el alma en un hilo, la música de Ivete Sangalo, “Poeira” que había animado a los abanderados en la esquina del puesto de Guga, junto con el nuevo invento de la campaña, la caravana, estrategia que copie del carnaval Bahiano, en una de las ocasiones que estuve en Salvador. Esa estrategia aniquiló con la carga petista. Mi mayor orgullo fue ver que en la última semana, Salvador, coordinador del PT, termino copiando la estrategia y también hizo una caravana por la avenida Bento Goncalves. Siempre me gustó copiar las buenas ideas. Creo que lo que es bueno debe ser copiado. Por fin acercamos los grandes camiones al lado del comité. Bernardo y Fetter subieron uno en cada uno, la elección estaba ganada, y aún había gran agitación en ellos. La fiesta fue triunfante, el hecho de que las encuestas dieran la ventaja para Marrone hizo que la victoria se sintiera mucho más grande. Pasamos la noche celebrando, llegué al hotel a las cinco y media de la madrugada, dormí un poco – creo que hasta las nueve de la mañana – y salí directo al comité. Quería ver la cara de los que no creían, y ahí estaban, con sonrisas dibujadas en su cara. En ese momento, confieso que tuve un poco de arrepentimiento de haber ganado la campaña. Nuestro equipo se quedó con el trabajo, ellos se llevaron el crédito.
Capitulo Veinticinco
El Regreso
Regresé a Brasilia consagrado. La victoria en Pelotas fue vista con buenos ojos por muchos políticos importantes. Manfroi, que difícilmente hacía elogios, elogió mi trabajo. El año había sido muy bueno, no podía quejarme de ninguna manera.
Mi vida en la Capital Federal volvía a la normalidad. Ahí estaba en mi casa, con mi familia, mi gato, y la rutina de todos los días, trabajar en el Gabinete del Ministro, intentando liberar recursos para los municipio de Rio Grande del Sur, lo fines de semana, paseos en lancha en el lago Paranoá y en restaurantes en las calles del Plano piloto, durante la semana reuniones interminables, con los grupos de presión, Loby en Brasilia siempre fue un gran negocio y se convirtió en el marco de los Congresos Nacionales, en esa época estaba preparando mi futura campaña para Alcalde en Jaguarão, mil contactos y ayuda de personas de la ciudad, un trabajo desgastante que tomaba buena parte de mi vida, a veces tenía que parar, pues la dedicación a mi tierra era tanto que me olvidaba de mi familia y de los negocios personales.
Aunque tuviera todo el apoyo en mi casa, se que muchas veces me sobrepasaba, pero que podía hacer, mi cabeza estaba completamente enfocada a alcanzar el objetivo de ser Alcalde de Jaguarão, un sueño y un objetivo de muchos años, con la meta principal de transformar la ciudad donde crecí en una ciudad desarrollada.
Volví a visitar a mis amigos Pedro y Claudia, era un placer sin igual el buen chimarrao y la charla en su casa al terminar la tarde, los domingos mi compromiso era los almuerzos en casa de los padres de María Thereza, mi suegro era un minero, de aquellos tradicionales de una familia de políticos y militares, mi suegra tenía la mezcla de la elegancia de una mujer carioca y a veces divertida, y que daban lugar a unas bellas platicas llenas de cultura en la sobremesa del almuerzo. En ese tiempo ya estaba viviendo en 116 Sur, donde viví los días más felices de mi vida, muchos amigos, buena vida y una casa llena de alegría.
Brasilia siempre me traerá bellos recuerdos, por todo lo que viví y aprendí, una ciudad donde todo sucede y en segundos todo puede cambiar. Ese año también se confirmó la profecía de mi amigo Manfroi, el director de RBS en Brasilia, estaba programada una fiesta de fin de año para el Presidente Lula y fui invitado para tocar. Fue una noche especial en mi vida, no todos los días tenemos la oportunidad de estar junto con el Presidente de la República. Fue montado un cerco de seguridad impresionante y al final terminamos sentados todos en la misma mesa junto al Presidente, tomando un whisky y tocando una buena guitarra, teniendo como segunda voz a Lula. Creo que algunas cosas solo las explica el destino. Así fue, toque y canté con el Presidente de la República y la primera dama – lo que solo vemos en películas y novelas estaba pasando aquella noche donde después de todo lo que pasé estaba alado del hombre más importante del país, todo eso me hizo tener la seguridad de que la vida siempre vale la pena.
Capitulo Veintiséis
La Mensualidad en el Congreso
Nunca olvidé el día en que el país se detuvo a escuchar a Roberto Jefferson, Algunos titulares decían, “Brasil se detiene para ver TV Senado” realmente fue un momento histórico en el congreso y más para los que trabajaban en el senado, así como yo, era mucha adrenalina, todo era de prisa, los parlamentarios estaban a flor de piel, quien conocía bien al congreso nacional sabía que ahí no había santo y que todos en algún momento tenían algo que esconder que podría salir de la boca enloquecida del líder petebista, que se encontraba acorralado por la mafia del PT establecida en el Palacio de Planalto.
Los asesores del parlamento del PTB y de algunos otros partidos estaban dando vueltas con cuestionarios, todas tenían que ser aprobadas por Roberto, un teatro para la nación, todo lo que salió en la televisión prácticamente fue armado, el líder del PTB solo respondía las preguntas previamente aceptadas por los parlamentarios, pero eso solo quien estaba ahí estaba informado, recuerdo que cuando llegaba a casa, en frente de la televisión hacia las preguntas ante los diputados, pues ya sabía cuáles serían, hasta guarde algunos cuestionarios como recuerdo de aquel periodo en el Congreso Nacional.
Roberto no era un santo, estaba lejos, muy lejos de eso! Pero hay un código de ética entre los canallas y él, siempre dominante, fue traicionado por la escoria de la casa civil, había creado una vergonzosa forma de pago de sobornos a los parlamentarios, Valdomiro Diniz, había iniciado la mayor bazofia de corrupción junto con José Dirceu.
Muchas cosas pasaron y el pueblo brasileño no lo supo, muchas cosas se quedaron guardadas en el cofre del Congreso Nacional, yo viví cada detalle de esos días ya que yo era del PTB, recuerdo que el gran apoyo popular, aquel CPI mezclado por el pueblo brasileño cansado de ser despojado y sangrado de sus finanzas por políticos corruptos, llevó al Presidente Lula a reconocer que debería retirarse, pues el enfrentamiento con Roberto sería desastroso.
El día 24 de mayo, nuestro gabinete estaba aturdido con todo lo que estaba pasando, el senador me pidió que lo llevará a la 103 Norte, donde vivía el Presidente Nacional de PTB, fue el día en que José Dirceu y Aldo Rebelo fueron a casa del diputado Roberto Jefferson y le suplicaron de rodillas que él y toda el grupo del PTB retiraran las firmas en el intento de detener una CPI, pues avalaban que sus consecuencias serian perjudiciales para el gobierno de Lula. Presentaron un documento en el cual el Sr. Mauricio Marino declaraba haber lanzado “bravuconadas” y negaba la participación de Jefferson, lo que le permitiría retirar la candidatura al CPI que ya estaba fuera de control: La población a esas altura ya estaba pidiendo aclaración de los hechos. El día 25 de mayo fue lanzada y aprobada en sesión conjunta del Congreso Nacional: Y la CMPI de correos era un hecho.
Recuerdo bien el día 5 de Julio de aquel año, primero porque fue mi cumpleaños y después porque aquel día, Roberto Jefferson invitó a la periodista Renata Lo Prete, a la Folha de S. Paulo y explotó una bomba, publicada al día siguiente por el diario paulista: “PT daba mesada de R$30.000,00 a los parlamentarios” En los detalles mencionó que diputados del PL y del PP eran beneficiados por la “mensualidad”. Citó nombres de varios diputados, ministros y líderes petistas envueltos en el esquema.
De ahí para delante, el congreso nacional fue una bomba atómica cada día, yo pasaba las noches con el equipo del senado, el PTB era el centro del huracán y siendo de esa manera, nuestro gabinete era parte de ese centro.
Mucho se puede decir acerca de Roberto Jefferson, un hombre que con una declaración de 7 horas “paralizo la nación”: Pero como se decía en Brasilia “hasta las carpas del lago Paranoá sabían de la mensualidad” Yo sabía. En el PT, en el Palacio, así como todos los que trabajaban en el Congreso Nacional, todos sabían que Silvinho y Delúbio ni siquiera daban un estornudo sin autorización expresa de José Dirceu. La bomba del líder petebista fue tan grande que el brazo derecho del Presidente Lula, José Dirceu el día 16 de julio presentó su carta de renuncia, con el se fue la mensualidad y regresó la paz al Congreso Nacional. Y la puñalada? Quien le dio la puñalada a Roberto Jefferson, eso también lo sé…
Capitulo Veintisiete
El Ministerio
La paz nuevamente reinaba en el Congreso Nacional, mi vida parecía estar completa, victorias, encuentros, alegrías, pero como todo en nuestra vida cambia muy rápido, por lo menos en la mía si, algo nuevo estaba llegando. En 2005 conocí a dos personas que se volverían grandes amigos, Ronaldo Mota y Newton Padilha, Ronaldo fue uno de los hombres más inteligentes que he conocido y Newton una de las personas más puras y humanas.
Nuestra relación era solo de amistad, no teníamos ninguna relación profesional, aunque ellos trabajaban en el gobierno de Lula, en el Ministerio de Educación, yo no tenía aprecio por el gobierno del PT, aunque admirara al Presidente, pues lo encontraba un hombre valiente y muy inteligente.
En una de esas noches de bar, en las calles de Brasilia, para mi sorpresa recibí la invitación de Ronaldo para formar parte del equipo del Ministerio de Educación, la verdad el cargo que ocuparía sería para atender y estructurar al Congreso Nacional, algo que siempre quise hacer, pues adoraba el juego político de las organizaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo, con mayor razón entre el Gobierno Federal y el Congreso Nacional.
Fue un momento diferente, una elección difícil, ya tenía una vida en el Senado, pero sabía que trabajar en el Gobierno Federal sería una experiencia aún mayor que la del Congreso Nacional.
Una semana después acepté la invitación e inicie a trabajar en el Ministerio de Educación y mi primera misión fue un viaje a Colombia, para un encuentro con el hombre más rico del mundo, tuve la grata satisfacción de representar el Ministro Fernando Haddad en una cena con Bill Gates. Dueño de las empresas Microsoft el encuentro fue en Cartagena en un lujoso hotel de la cadena de los Hilton, pero aún con tanto lujo, Bill Gates era una persona sencilla, no parecía el hombre más rico del mundo, vestía ropa de lino y sandalias de piel.
Sujeto de pocas palabras y muy sincero, la verdad mi ida a ese encuentro se dio por consecuencia de la resistencia del Ministro, que era un defensor de Softer Livre, siendo así quedaría muy mal un encuentro con el dueño de la mayor empresa de software del mundo. Confieso que no me enoje con esa representación, pues fue una experiencia maravillosa cenar y hablar con un hombre tan importante y mundialmente conocido.
Este encuentro era solo una de las muchas cosas importantes que me pasarían en el gobierno de Lula. El ministerio de educación realmente era muy diferente al senado federal, trabajar en el ejecutivo fue una experiencia sin igual y me ayudo mucho en mi vida profesional. Renato venga a mi oficina.
Ronaldo eufórico me llamo aquella tarde, pues un gran programa nacional estaba iniciando. Nos sentamos en una mesa de juntas, en la amplia oficina de la secretaría de educación a distancia, y comenzamos a trabajar la brillante idea de universidad abierta de Brasil. Newton, Solvana Baletta, Ronaldo Mota y yo:
- Vamos a hacer historia en la educación de Brasil – dijo Newton, previendo que el nuevo proyecto realmente revolucionaría la educación superior del país.
El proyecto tenía la finalidad principal de llevar la educación superior a ciudades más pequeñas, pues los cursos se ofrecerían en la modalidad a distancia.
Esa tarde participé de un momento histórico que meses después se volvió realidad dando la oportunidad a millones de personas a que tuvieran acceso a tan soñada educación superior. En el gobierno Lula, participe en grandes proyectos nacionales, pero mi pensamiento continuaba en mi campaña para alcalde de Jaguarão, y lo que más quería era estar lo mejor preparado posible en mi vida personal y familiar para disputar una elección tranquila. Así que en 2007 decidí casarme, era un deseo de María Thereza. Tuvimos una boda de película, decenas de padrinos, centenas de invitados y una celebración que parecía bendecir la eternidad. Como si lo eterno existiese.
Después realicé mi sueño: Hice un largo viaje a Europa, conocer el viejo mundo hizo que adquiriera nuevos conceptos principalmente en cuestiones sociales y culturales. Fui directo a Portugal, tenía la promesa de visitar el santuario de Aparecida, para agradecerle el haber logrado poner Jaguarão en mi apellido, esperé mucho tiempo en un largo proceso, pero finalmente gané, la justicia y el derecho de incorporar en mi nombre Jaguarão, ese fue un momento muy especial, pues de ahí en adelante, traería para siempre el nombre de la ciudad que tanto amaba. Después de cumplir con mi deber con la santidad, fui a París.
Llegué a Francia de noche y fui a un hotel pequeño en el centro de la ciudad, al otro día me levanté cerca del medio día y emprendí mi primera experiencia como turista. Tuve mi primera parada en el Arco del Triunfo. Recuerdo que la miraba por todos lados y me preguntaba, será de verdad? No creía que aquello me estaba pasando. Después descendí por la Avenida Champs Elysee, con todas aquellas tiendas famosas como Cartier, Armani y todas aquellas que te puedas imaginar, inclusive un Mc Donalds, nunca puede faltar, una cosa muy extraña sucedió, mientras esperaba los londinenses que me acompañaban aquella tarde que se deleitaban en las tiendas de ropa, me senté en un bar con mesas en la calle y pedí una cerveza, a temperatura ambiente, pues hacía mucho frio esa tarde. Escuche la voz distante de alguien que decía:
- Renato Jaguarão…Renato Jaguarão…
Me asusté, estaba en París, fue cuando mire hacia la dirección donde había escuchado la voz y vi que quien me llamaba era la senadora Patricia Saboia, ex-mujer del Ministro Ciro Gomes, nos conocimos en el Senado Federal, fue muy divertido y bromee con ella.
- Amiga mía, realmente es imposible esconderse en este mundo globalizado. Rsss….
Nos abrazamos como buenos brasileños y seguí disfrutando de mi rica cerveza. Pero los momentos más increíbles en París fue la Torre Eiffel. Finalmente el día más propicio para subir! Pues el tiempo daba señal de mejorar. Ya en la fila para la compra de los boletos, el tiempo comenzó a cambiar, viento, el cielo se tornó de azul a negro. Pero acababa de llegar y aún estaba al final de la fila.
Fueron dos horas para comprar el boleto, más treinta para llegar al elevador, pero sinceramente no sentimos el tiempo pasar. Me quedé hipnotizado con la cantidad de fierro sobre de mi.
En cada piso que paraba era una sensación diferente, en el primero calor (pues el sol había salido), en el segundo frio (el sol se había ocultado) y mucho frio en el tercero, viento fuerte y lluvia, con guantes y bufanda. Cuando finalmente descendí el sol ya había salido nuevamente. París es fantástica, quedará por siempre en mis recuerdos.
Mi caminata por Europa me daría más sorpresas, llegué a Londres, después de haber pasado por Portugal y Francia, unos amigos, un matrimonio que vivían en Inglaterra desde hace ya algunos años, Tabbi y Elaine, una de muchos brasileños que van a Londres, en busca de desarrollo y oportunidades no encontradas en Brasil. Recuerdo que mi inglés latinizado se entendía muy bien con el inglés de Tabbi y así establecí una amistad muy rápido con paquistaníes que conocían muy bien la vieja e histórica ciudad de Londres.
En una de tantas noches en la ciudad Británica, Tabbi me invitó a que fuéramos a un pub, y yo apasionado como siempre por la noche y la música, acepté de inmediato la invitación. Londres es una ciudad gris y el frio ocasiona una brea en ciertas avenidas y en el viejo metro londinense. En cuanto salíamos hacia nuestro destino me quedaba mirando a los predios antiguos de la ciudad y recordaba los predios de mi infancia en la frontera. Estaba en Europa y por más optimista que hubieras sido, en mis tiempos en la frontera nunca imaginé que algún día iba a estar en Europa.
Llegamos al pub alrededor de las once de la noche, un lugar antiguo en el que grandes nombres habían iniciado su vida artística. En aquel pequeño palco oscurecido habían pasado grandes personajes como los Beatles, como siempre queriendo ser parte de la historia, saque mi pobre inglés y le pedí a la propietaria del pub, una rubia legítimamente inglesa, que me permitiera cantar junto con los músicos que hacían show esa noche, al final estaba en Londres y dos cosas podían pasar: La primera que fuera un fiasco y el único que me conocía era Tabbie y Elaine, en la peor de las hipótesis nos reiríamos de lo que ahí pasara; la segunda sería que les agradara y que marcaran mi nombre en la historia como de los pocos brasileños que tocan en un pub legítimamente londinense.
- Ahora con ustedes, directamente de Brasil, Jaguarão!
Anunció la elegante mujer que tocaba el piano en el pequeño palco.
Lo más gracioso fue que ella logró decir Brasil, pero se le dificultó enormemente pronunciar la palabra Jaguarão. Tabbi comenzó a reírse, casi perplejo por mi valor, y así me dirigí al palco. Me puse de acuerdo con la banda en gran parte con mímica y comencé a cantar, la segunda opción marcó el mayor momento que viví en Londres.
Regresé a Brasil, listo para un nuevo desafío en mi vida, el niño que un día había iniciado su trayectoria vendiendo baratijas en las Torres Pálidas de la vieja frontera, ahora lucharía por ser alcalde de la ciudad.
Cada uno de nosotros tiene dentro de nuestro corazón un Gigante de Hierro dormido, solo tenemos que despertarlo. Nuestra vida es del tamaño de nuestros sueños y siempre podemos vivir y soñar… más y más…
El Final feliz, solo depende de nosotros…
“Cada uno de nosotros tiene dentro de nuestro corazón un Gigante de Hierro dormido, solo tenemos que despertarlo. Nuestra vida es del tamaño de nuestros sueños y siempre podemos vivir y soñar… más y más…
El final feliz, solo depende de nosotros”…
Que pensamiento tan cierto, una frase con la cual el autor de éste libro; Renato Jaguarão, nos hace reflexionar y al leer cada pasaje de ésta biografía nos damos cuenta de que no hay sueño imposible de alcanzar ni meta que no se pueda lograr.
Renato es un claro ejemplo de lucha y perseverancia, un hombre que siendo apenas un niño empezó a trabajar y dejó su tierra con la ilusión de encontrar un nuevo mundo para conquistar, un mundo que muchas veces le cerraba puertas poniéndole obstáculos, viviendo experiencias no propias de su edad y aún así jamás desistió.
El recorrido por cada uno de los capítulos de éste libro me ha llenado de emoción, aprendiendo en experiencia ajena, conociendo cada uno de los lugares que ahí se citan pues son descritos con el amor a la tierra de una persona que no ve más que por el bien de su gente, de su pueblo, que luchó muchas veces contra corriente, que cayó, pero se levantó una y otra vez.
Cada personaje de la historia forma parte importante de su vida, ya sea familia, amigos, amores algunas veces dolorosos, pero siempre sacando lo mejor de cada una de las circunstancia que se le presentaban, para crecer como persona y llenándolo de fortaleza que lo fue formando al paso de su vida y lo convirtió en un gran hombre, honesto y con una calidad humana inigualable, un hombre que hasta el día de hoy lucha por el desarrollo de su tierra, tierra de la que salió siendo apenas un niño en busca de nuevas oportunidades y que regresó hecho un hombre para dar a toda su gente, la gente de su tierra un lugar mejor para vivir, buscando el desarrollo de la ciudad y la prosperidad de todos los que en ella habitan.
Repito, Renato Jaguarão es un claro ejemplo de que todos los sueños por grandes que estos sean, son alcanzables si se lucha por ellos, que no hay metas pequeñas y que creceremos dependiendo del tamaño de cada una de ellas, si sueñas en grande serás grande, lucha por ello, nada ni nadie puede en ningún momento truncar esos sueños. No utilizó expresamente esas palabras, pero su historia de vida lo dice claramente y puedo leerlo entre líneas.
Por último quiero agradecer la oportunidad que me dio de traducir su libro, me introduje por completo en él y logré transportarme a Jaguarão; a la frontera con Uruguay, conocí las Torres Pálidas, cierro los ojos y puedo ver el hermoso puente Mauá, viajé en el Gigante de Hierro, visité cada uno de los lugares que él recorrió, conocí a cada uno de los personajes que lo acompañaron, viví sus emociones, sus tristezas, sus alegrías, sus triunfos, puse amor en cada una de las palabras plasmadas en esta obra, el mismo amor que estoy segura el puso al escribirlo en su hermoso idioma portugués.
Traducción al español
Corina Gutiérrez Wood
Guadalajara, Jalisco
México, Diciembre 2011